COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar Aguilar.

 

El Regimiento de Infantería 4 

En esta oportunidad a mí me corresponde participar en las operaciones en Malvinas como oficial de inteligencia del Regimiento. 4 de Infantería; mi grado es teniente primero. 

Última Parte 

Después me enteré —con orgullo— de otros detalles de la acción de mi regimiento. El jefe se había ido hacia la primera línea, la compañía «B» del teniente primero C.A.A., con lo que quedaba del puesto de comando, para seguir dirigiendo las acciones. 

Sé que a la madrugada vino un oficial inglés al cual me rendí y pedí que cuidara al cabo y a los soldados que me quedaban. 

La idea nuestra fue siempre llegar a combatir de día porque ahí éramos más parejos, digamos; pero no pudimos llegar al día, por lo menos en mi caso. 

La cuestión es que apareció luego el oficial inglés. Antes, en la oscuridad, apareció un comando inglés y se empezó a tirar también artillería- sobre nuestra zona. 

Luego de una serie de vuelos en helicóptero, aparecí en el «Uganda». Allí, por primera vez hablé y tomé conciencia de todo lo que había pasado, o sea, volví realmente en mí. 

Al primero que encontré fue a un subteniente M., que me saludó. Él estaba recién operado y es de los recién egresados del Colegio Militar, los que fueron egresados antes de tiempo. Una bravura tremenda los pibes estos realmente tenían todas las «chinches» en la cabeza. Hubo uno que hubo que doparlo porque habían pasado dos días y seguía la guerra para él. 

También un soldado que estaba en la camilla de abajo me preguntó si era el teniente primero J.A.E. 

En el «Uganda» me dijeron también que había un señor de la Cruz Roja, un señor muy bien puesto, suizo después me enteré, que quería hablar conmigo. Le dije que por favor no, por los dolores que tenía. No sé cuánto tiempo habré estado ahí, como en un pasillo; después me pusieron en una fila de camillas y pasé a una sala. 

A mí ya me habían operado tres veces los ingleses. Ahí en la sala, antes de que me asignaran una cama, encontré al borde de la camilla a un argentino que me dijo que era el soldado P., si no me acordaba de él. Me explicó, y era el que estaba herido, el que me avisó gritando que le tiraban. 

Hablamos de las cosas que les gritábamos a los ingleses, de los insultos, y me contó que a él lo habían retirado de la zona, que habían llevado a todos los heridos y los muertos. Me contó todo lo que me hicieron y no me hicieron, porque iba adelante de mí en la camilla. Así supe qué me habían hecho en San Carlos y todo eso. Como él estaba sólo herido en la pierna, estaba bien consciente. Por él sé el resto de la historia. 

Después, a través de prisioneros y relatos de toda la gente que encontré en el «Uganda» y en los hospitales, fui enterándome de todo. Estos soldaditos que estuvieron conmigo son de los que tienen los pies helados y el corazón caliente. gente del norte, muy sufrida, muy respetuosos. Gente muy adaptada, y sobre todo, corajuda. Para cualquier cosa había voluntarios, no había problemas; hasta ir a buscar la comida entre la artillería era toda una proeza, y siempre había voluntarios. – 

Ahí me encontré en total con diecinueve argentinos: cuatro oficiales, cinco suboficiales y diez soldados. Me enteré de muchas cosas que sucedieron en otros sectores de mi unidad, que desconocía. También en el «Uganda» tuvimos un cura católico, inglés, que era un santo. Nos alentaba, nos venía a confesar uno por uno, nos hablaba, nos higienizaba. Hablaba un castellano medio «indígena» y nosotros lo cargábamos. 

Estuve antes de esto en distintas salas donde vi mucha gente de ellos, mucha gente en estado grave; evidentemente ellos tuvieron muchas bajas. Los FAL nuestros eran de un calibre muy superior, que provocaban daños mucho más graves que las armas que usaron ellos. 

No obstante, charlábamos con los ingleses, venían los enfermeros, nos hacían bromas, les hacíamos bromas a ellos; pero siempre inmóviles a merced de la medicina. 

Me enteré también en el «Uganda» que el soldado S. había recibido justo el último descartable cuando ya estaba a tres metros de la 12,7, porque se había quedado sin munición. A la ametralladora 12,7 la destrozaron. Él, combatiendo, cortó camino entre las filas inglesas y llegó a Puerto Argentino. 

También me enteré de los nombres de alguna gente que estuvo conmigo esa noche en el Harriet, cuyos rostros —salvo de dos— no reconozco. Por los apellidos trato ahora de localizarlos. El cabo B. y los dos soldados fueron tomados prisioneros y entregados sanos, y el soldado G. también está sano. 

La compañía «B», que yo había supuesto que había podido cambiar de posición ya que se veía un gran volumen de fuego en su zona, había podido combatir a medida que se acercaba a Puerto Argentino hasta desprenderse de los ingleses y llegar al pueblo con una importante fracción de tropa. 

El capitán C.A.L.P. junto con parte de una compañía también pudo combatir y replegarse desde el Dos Hermanas hasta unos cuatro kilómetros atrás. Ahí nuevamente dio frente junto con el Escuadrón de Exploración de Caballería -creo que X— del capitán R.A.Z., y aguantaron el ataque hasta, creo, el mismo día de la rendición. 

  

Relato extraído del libro «ASI LUCHARON»- (Carlos Turolo). 

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