Interés General

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar Aguilar 

EL DESEMBARCO EN MALVINAS 

 Narrado por el Buzo táctico Diego F. García Quiroga 

 Parte II 

 El ánimo estaba alto. Durante la reunión previa al desembarco, camuflarse bien, vestirse de traje seco, verificar el armamento, etc. el Capitán Giachino nos recordaba con voz serena en la penumbra de las luces rojas del taller en donde nos preparábamos: «Abran bien los ojos, porque para los que vuelvan, ésta será la primera vez que estarán en combate real y esa experiencia habrá que transmitirla.»

Fuimos bajando a los botes a medida que nos llamaban, descolgándonos mediante pescantes construidos a ese fin. La noche era negra, oscura como pocas. «Ideal para un ataque» pensé. Manos que nos guiaban, que nos apretaban firmes, susurros de «Suerte» «Los esperamos», y alguien que me desliza un caramelo en la mano.

Los botes se encolumnan a popa del buque y una vez listos todos, zarpamos siguiendo las aguas del primero (Capitán Sánchez Sabarots). Eran 21 botes en total.

Hacía frío y la navegación era difícil, debido a la gran cantidad de cachiyuyos, invisibles en la noche (los cachiyuyos son una especie de algas que crecen en las rocas sumergidas). Este inconveniente desorganizó toda la formación quedándose atrás muchos botes y adelantándose otros. Al pasar al lado de un rezagado escuché el diálogo murmurado de sus ocupantes: ¿Che, Negro, ¿pagarán Zona? (se refería en broma al suplemento que se cobra cuando se hacen trabajos especiales en la Zona Sur).

Mi grupo y el del teniente Álvarez éramos los encargados de dar seguridad, mientras los demás se quitaban la ropa de agua y luego rotábamos los puestos. Así se hizo y una vez que tomamos contacto todos (los botes habían llegado en cualquier orden) todos esperamos que la columna de marcha de la Agrupación de Comandos Anfibios desapareciera rumbo a Moody Brook, tragada por la oscuridad y nos pusimos en marcha.

Habíamos desembarcado algo más al Este de lo previsto, lo que impidió que diéramos con el alambrado al que habíamos referido nuestro camino en la carta, por lo que prescindimos de su uso y nos dirigimos directamente hacia la sombra de Sapper Hill, que adivinábamos al frente. El camino era difícil, tanto más que no se veía nada. La vanguardia de exploración estaba compuesta por el Capitán Giachino, los Cabos Ortiz y Alegre, a quienes seguía el Cabo Flores como navegante. Atrás seguía el grupo Naranja, luego el Verde y cerraba la marcha el Teniente Alvarez con el grupo Azul.

El último alto significativo antes del asalto final se realizó al pie de una antena de radio situada al Sudoeste de la casa del Gobernador, aproximadamente a 1.500 metros. Allí caímos en cuenta de que habíamos perdido 2 hombres de «Azul», el Suboficial Mansilla y el Teniente Alvarez.

El tiempo apremiaba y seguimos adelante con esos hombres de menos, confiando en que se reunirían luego con nosotros, como afortunadamente sucedió.

El Capitán Giachino dio las últimas recomendaciones y recordó: «Usted Naranja (Lugo), ataca por la izquierda. Verde (yo): Déjeme llegar y venga conmigo.» Azul no figuraba más, por lo que los hombres que quedaban se plegaron a mis movimientos.

El Capitán Giachino se destacó y lo siguió el Teniente Lugo con su grupo. Habrían pasado unos diez minutos cuando, al ver que Rojo no volvía, inicié el descenso hacia la casa. Durante ese descenso empezamos a escuchar muchos disparos desde el lado de Moody Brook. El Capitán Sánchez Sabarots estaba atacando. Casi inmediatamente, se inició el movimiento de vehículos en el pueblo y 2 camiones (uno de ellos con Marines) estacionaron en la parte trasera de la casa.

A esa altura, aún me hallaba a 400 o 500 metros de la casa, con mi patrulla sobre una elevación. Ya se escuchaban tiros entre lo que yo suponía era la patrulla de Lugo y los defensores de la casa de quienes me llegaban, con el viento, los gritos y las órdenes. Aún estaba decidiendo por dónde aproximarme, cuando escuché los gritos del Capitán Giachino que me llamaba hacia el frente de la casa.

Tras breve vacilación (¿sería rehén, estaría herido?) bajamos a la carrera y cruzamos una arboleda para descubrir al Capitán Giachino y a su sección desplegados en abanico frente a la casa. Me acerqué, mientras a mis espaldas se destacaban el Suboficial Cardillo y el Cabo Urbina para marcar el helipuerto (un calzoncillo largo con las piernas abiertas para indicar la dirección del viento, como si fuera una flecha).

Me pegué a Giachino. Él me ordenó: -«Háblele.» Hice una bocina con mis manos y con toda mi voz grité el mensaje: «Mr. Hunt, somos marines argentinos, la isla está tomada, los vehículos anfibios han desembarcado y vienen hacia aquí, hemos cortado su teléfono y le rogamos que salga de la casa solo, desarmado y con las manos sobre la cabeza, a fin de. prevenir mayores desgracias. Le aseguro que su rango y dignidad, así como la de toda su familia serán debidamente respetados.»

No hubo respuesta. A una señal de Giachino, repetí el mensaje. No hubo respuesta.

«Tírele un granadazo», me dijo y tiré una granada que explotó en el jardín. Una voz contestó: «Mr. Hunt is going to get out…»

Esperamos lo que habrán sido 2 minutos y el Capitán Giachino me dijo molesto: -«¡Apúrelos, c…!» Repetí el mensaje y esta vez contestaron con ráfagas y con voces que decían: «Don’t go (Mr. Hunt).»

El tiroteo se generalizó, y de pronto vi a los Cabos Flores, Alegre y Ledesma como cubiertos por una sábana color naranja. De inmediato comprendí que eran proyectiles trazantes que se originaban en el pueblo. Nos disparaban a través de la cancha de fútbol.

Nos tiramos al suelo con el Capitán Giachino y comenté: -«Jefe, si no entramos nos cocinan». Él me miró y me dijo: «sí, hay que entrar». Mientras lo decía, saltó una pequeña verja y llegó hasta la puerta. Atrás de él siguió el Suboficial Cardillo y luego los Cabos Flores, Ledesma y yo, pero no recuerdo en qué orden.

Derribada la puerta, nos enfrentamos a un pasillo largo y sin salida, salvo por una puerta lateral cercana a la entrada y que se hallaba cerrada. Cardillo trató de derribarla de una patada pero lo único que logró fue resentirse el pie, ante lo cual el Capitán Giachino rompió el vidrio con una granada y la abrió mediante el picaporte.
Continúa… 

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