COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar Aguilar

 

El Regimiento de Infantería 4

En esta oportunidad a mí me corresponde participar en las operaciones en Malvinas como oficial de inteligencia del Regimiento. 4 de Infantería; mi grado es teniente primero.

Primera Parte

La misión del oficial de inteligencia es estudiar todo lo que tiene el enemigo, ver los problemas en tiempo y espacio que va a tener que enfrentar y en qué posibilidad el terreno lo va a afectar también para sus operaciones, y luego uno saca conclusiones. Qué es lo que puede hacer, en qué oportunidad y con qué lo puede hacer para tratar de —con los medios que uno tiene— evitar que desarrolle esa capacidad.

Estaba en Buenos Aires capacitándome en una nueva especialidad en mi carrera, y luego del 2 de abril y todos los festejos y el alborozo patrio recibimos la orden de alistamos. A mí, como a los demás cursantes, nos corresponden distintas unidades de acuerdo con el arma a la cual pertenecemos. Me tocó el regimiento que había sido mi primer destino cuando era subteniente y con él fui a Malvinas.

Fuimos bajando toda la costa hasta Río Gallegos y luego cruzamos a Malvinas. Primero hubo problemas con la jefatura porque todos queríamos ir en el primer avión. Por las dudas, nadie quería esperar porque estaba próximo el bloqueo y si alguno se quedaba, por ahí no embarcaba. Realmente el jefe tuvo que poner su carácter para ordenar eso.

El jefe me asignó viajar con él junto con el oficial de operaciones que es otro asesor al cual necesita tener cerca y llegamos un día espléndido, pero de mucho, mucho frío. Nos sorprendió el panorama muy pintoresco, el faro, aunque ya nos habíamos sorprendido antes del aterrizaje: las islas eran inmensas y había montones de islotes de todo tamaño.

Si bien en Comodoro o Río Gallegos había actividad intensa y uno entraba en el vértigo del ambiente de combate, llegar a Malvinas me causó una conmoción diferente. El aeropuerto estaba totalmente rodeado de tropas en posición, había tres o cuatro aviones desembarcando al mismo tiempo, distintos tipos de unidades.

A medida que llegaban se iban despidiendo los contingentes a marcha o con los equipos en camión hacia adentro de la isla.

Tuve la suerte de que el jefe me diera la misión de hacer un contacto en la casa del gobernador. Ahí por primera vez realmente vi la bandera. Fue una impresión muy particular y a través de lo que vi en las revistas, en seguida identifiqué el lugar donde cayó el capitán de Marina Giachino.

Bueno, solamente un soldado puede comprender completamente a ese héroe y a esa bandera y lo que significan. Este fue el primer golpe emotivo. Si ese hombre cayó veníamos para dar el mismo tributo. Tenía conciencia y estaba convencido de que íbamos a dar combate. Tanto es así que las previsiones del jefe, lo digo sinceramente, fueron muy acertadas. En ese aspecto, pues, con miedo a que cayese algún avión distribuimos todo el equipo de forma de que en cada avión fuera un jeep, un cañoncito, un morterito, unos soldaditos de la pieza, un poco de fideos, un poco de arroz, munición, o sea todo repartido en cada avión.

Nos alejamos del aeropuerto unos tres kilómetros y nos tomó la noche en un lugar donde había unos barcos hundidos. Ocupé lugares de descanso muy precarios, llovía. Fue dura esa noche precisamente porque recién llegábamos, pero gracias a la previsión de repartir teníamos una cocina para nuestra comida.

A la madrugada siguiente empezamos una marcha de infantería pura con equipos, hasta cerca de Bahía Agradable —el cerro Wall— a unos diecisiete o dieciocho kilómetros. En ese lugar nos encontramos con unas tropas del Regimiento de Infantería 12. Nosotros teníamos inicialmente la misión de cruzar a la otra isla, a la Gran Malvina, pero empezaron a llevar el Regimiento 12 con los helicópteros a Darwin y nosotros quedamos allí dominando Puerto Harriet y Bahía Agradable o Fitz Roy, no sé con qué nombre lo conocieron acá ustedes a través de la prensa. O sea que estábamos asentados en los montes Wall, Challenger y Kent; este último es un monte totalmente dominante, como si fuese una cortina gigante que uno tiene adelante y que impide ver el otro lado de la isla. Quedamos como reserva helitransportada; una compañía se desprendió para reforzar las posiciones de otras unidades en otros lugares de la isla y quedamos un poco disminuidos.

Sobre todo, porque nos agarró el bloqueo aéreo inglés con gente nuestra en Río Gallegos, con equipo que nunca pudo llegar a la isla.

Estábamos dominando —digamos— toda la isla, mirando hacia la Antártida. Apenas llegados, a altas horas de la noche, después de la marcha hasta esta zona que era totalmente anegadiza, tratamos de armar algún lugar donde dormir. Yo puse varios cajones de munición y dormí ahí, otro durmió arriba de unas bolsas de papas, otro durmió en un montón de piedras, otro se pudo poner en alguno de esos vehículos que nos habían quedado. Se dispersó la gente y se pasó al descanso.

A las cuatro de la mañana recibimos un ruido, primero muy distante y luego atronador. Pasó muy cerca, no dio tiempo prácticamente a reaccionar; había una neblina muy espesa en la zona nuestra. Al rato escuchamos unas tremendas explosiones y nos dimos cuenta de que habían bombardeado la zona de Puerto Argentino. Fue el gran bombardeo del 1 de mayo al aeródromo. Toda nuestra carga pesada que había quedado en el aeródromo, esperando ser movida, fue tocada. Perdimos material importantísimo. Había prioridades y nuestra carga quedó, pues se habían estado moviendo piezas antiaéreas con los. helicópteros.

No olvidemos que había que cruzar muchos ríos, bahías, y de los caminos. ni hablar. Nosotros el 1 de mayo empezamos a ganar la altura, mantener las posiciones, explorar, reconocer, tomar todos los contactos propios de un comando que está emplazándose. Reconocer las costas: un lugar muy, muy difícil. –

Continúa…

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