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Dia de la Antártida Argentina

Entrevista a José Antonio Da Fonseca Figueiras

Hoy se celebra el Día de la Antártida Argentina en conmemoración de la fecha de 1904 en la que se instaló la Base Orcadas, la primera permanente del país en el continente austral.

Escobar a Diario consultó al Investigador Privado y periodista José Antonio Da Fonseca Figueira quien nos envió una reseña sobre el hecho:

«La Primera bandera argentina en la Antártida

Me he propuesto desde hace algún tiempo historiar aquellos generosos gestos determinantes de una actitud soberana que permitieron la afirmación del pabellón nacional en cada territorio, provincia o gobernación de la extensa geografía argentina.

La serie se iniciaba con un trabajo titulado David Jewett, El norteamericano que izó la primera bandera argentina en las Malvinas. Otro artículo de idénticas características se conoció como El izamiento de la bandera argentina en la Tierra del Fuego.

La incorregible atracción que ejercen sobre mi espíritu aquellos territorios del sur, me lleva ahora a relatar los hechos que dieron motivo al primer acto de soberanía nacional en el Continente Antártico, cuya ceremonia central y como conclusión de una labor de base y un proyecto de futuro, es la afirmación del pabellón nacional en las islas Orcadas del Sur.

Enrich Dautert inicia su obra La conquista del Sexto Continente, diciendo: “Con tres círculos mágicos rodearon los dioses los secretos de los polos. La fuerza de su hechizo fue inconmensurable y hubieron de pasar siglos, antes de que la humanidad consiguiera quebrar su poder.”

Evidentemente no ha sido fácil para la humanidad vencer aquellos tres círculos mágicos desde que los griegos intuyeron la existencia de un cuerpo opuesto a la Osa Menor o Articus, presencia que se materializó cuando aparece en los mapas de Ptolomeo con el nombre de Terra Australis Incógnita.

Los antiguos marinos dieron el nombre de “los rugiente cuarenta” al cinturón de tormentas que a la altura de los cuarenta grados se cierne en torno al hemisferio meridional. El segundo círculo está compuesto por los hielos flotantes, poderosos e implacables. El tercer círculo mágico era el escorbuto, enfermedad muy común que atacaba con facilidad a los hombres más robustos, diezmando en pocas horas a tripulaciones enteras.”

A partir de la aparición de la Terra Australis Incógnita y hasta nuestros días, este continente, cuya mayor extensión es mayor que la de Europa, ha sido materia de preocupación de diversas naciones, ya por la posibilidad de obtener grandes realizaciones económicas, ora por su interés en aportar nuevos datos a la ciencia.

LA ATRACCIÓN DE LA RIQUEZA

Lo cierto es que recién a partir de 1819 se produce una verdadera avalancha de buques roqueros que se lanzaron hacia esas tempestuosas regiones, atraídos por la riqueza de su fauna.

Con anterioridad, muchos navegantes y aventureros se habían aportado sus datos sobre la existencia de aquel continente, siendo el inglés James Cook, el primero en circunnavegar el Antártico, aún sin divisarlo en ninguno de sus tres viajes realizados entre 1772 y 1775. Pero la verdadera fiebre antártica comienza como hemos dicho, en el año 1819, cuando los más audaces e intrépidos navegantes incursionaron en los desolados parajes del Atlántico Sur, ansiosos de brindar a la humanidad el éxito de sus expediciones o preocupados por lograr un espacio de poder en la explotación de las riquezas.

También había que ahondar en sus misterios para concluir el trazado de las cartas náuticas y ubicar con exactitud cada accidente geográfico, marítimo o terrestre. Había que mostrarle el mundo ese continente lejano desde todo lugar de la tierra. Lejano por la distancia como por la peligrosidad que entrañaba arriesgar su conquista, con elementos náuticos de tan endeble estructura y con instrumental inadecuado para esos fines.

Con el descubrimiento de las islas Shetlands del Sur, hallazgo que según la documentación exhibida por el explorador francés Juan Bautista Charcot, fue realizada por marinos argentinos con anterioridad a 1817, ya se tiene la seguridad de hallarse ante una realidad indiscutible: El Antártico existe y comienza ahora a despertar el atractivo de geógrafos, naturalistas y cazadores de cetáceos.

Respecto del descubrimiento de las Shetlands se ha dicho que fue el capitán inglés William Smith quien las visitó en 1819 por primera vez; sin embargo, este descubrimiento, que  no fue tal, ya era un hecho consumado que Smith primero y Brown Palmer después, se encargaron de difundir como propios. Lo cierto es que cuando el bergantín americano Hersilia, procedente del puerto de Stonington, en Connecticut, al mando del capitán James Sheffield, arribó a las Shetlands, en octubre de 1819, siguiendo la estela del bergantín Espíritu Santo, con matrícula de Buenos Aires, halló a este último fondeado en la isla Rugged, del grupo de las Shetlands, estibando pieles en su bodega, producto de la campaña realizada en aquel cazadero de focas que los argentinos habían preferido mantener en secreto para evitar la proliferación de buques foqueros en la zona.

Recordemos que otro barco argentino, el San Juan Nepomuceno, al mando del capitán Carlos Timblon, también se navegaba por la zona, transportando en sus bodegas el producto de siete meses de labor, consistente en catorce mil seiscientos cueros.

Es útil recordar en cuanto se refiere a los buques foqueros y balleneros que, habiendo llegado a tal extremo de exterminio de la población ictícola en los mares polares del Norte, – cuya explotación había dado un rápido crecimiento a la industria ballenera – se hacía necesario iniciar la búsqueda de nuevas regiones en la periferia del casquete polar para continuar con el desarrollo de tan productiva actividad. Esta búsqueda y los datos que se poseían llevaron a la realización de exploraciones hacia el sur del Continente Americano.

Poco tiempo después de ocurrido el descubrimiento de las Shetlands, se encuentran en ese mismo archipiélago los capitanes Nathaniel Brown Palmer, nacido en Connecticut, al mando del slop James Monroe de bandera norteamericana y Sir George Powell, nacido en Londres y al mando del ballenero Dove, quienes habiendo fracasado en la búsqueda de focas y ballenas para faenar, iniciaron exploraciones más al Este, en busca de nuevos horizontes donde desarrollar sus actividades. Fue así que el 6 de noviembre de 1821 llegaron al grupo de islas llamadas Inaccesibles, ubicadas en el extremo Oeste de las Orcadas del Sur.

Este grupo insular, distante a mil doscientos kilómetros al sudeste de la Tierra del Fuego, situado entre los paralelos 60º y 61º de latitud Sur y los meridianos 44º y 47º de longitud Oeste, está compuesto por unas cuarenta islas e islotes que ocupan en total una superficie cercana a los mil sesenta y cuatro kilómetros cuadrados.

EXPEDICIONES EUROPEAS

Si bien entre 1820 y 1900 las expediciones polares estaban centradas en la explotación indiscriminada de su fauna, el endiablado trazado de la cartografía antártica fue el leit motiv que predominó en el ambiente del VII congreso Internacional de Geografía de Berlín, desarrollado en 1899 y que sugirió la realización de una gran expedición antártica internacional  con fines científicos.

A raíz de aquellas conclusiones se programaron diversas expediciones individuales, aunque encuadradas dentro del programa general recomendado por el citado congreso, las que paulatinamente comenzaron a partir de sus puertos de origen con destino a los mares del sur.

Inglaterra contribuía con aquella labor aportando un fuerte barco de roble, el Discovery, de cuatrocientas ochenta y cinco toneladas y construido especialmente para esta expedición; la nave partió de Lyttelton, Nueva Zelandia, el 24 de diciembre de 1901 al mando del capitán Roberto Falcon Scott, de treinta y tres años de edad.

Los alemanes se hicieron presentes conforme a las resoluciones del congreso enviando al buque Gauss, que partió del puerto de Kiel a las órdenes del doctor Erich Von Drigalsky.

La expedición sueca, que había partido de Gotemburgo el 16 de octubre de 1901, a las órdenes del profesor de la Universidad de Upsala, Doctor Otto Nordenskjöld, viajaba a bordo del Antartic, nave de doscientas veinte toneladas que se hallaba al mando del capitán Carlos Larsen, de origen noruego.

Es importante señalar que el Dr. Nordenskjöld se había sumado a la expedición por sugerencia del teniente de navío de la Armada Argentina, Horacio Ballvé, quien lo había interesado en preparar una expedición en Suecia con destino  a la Antártida, proponiéndole, al mismo tiempo que, a su paso por Buenos Aires se incorpore como integrante del comando asesor de la expedición un oficial argentino para que colabore con aquella importante labor de investigación.

Fue así que en la escala efectuada por el Antartic en el puerto de Buenos Aires, se incorporó al grupo expedicionario el alférez de navío José María Sobral.

Luego de recibir la ayuda correspondiente para la travesía, la nave hendió su quilla en las aguas del Mar Argentino con destino a la isla de Año Nuevo, desde donde volvió a zarpar el 6 de enero de 1902 rumbo a las Shetlands del Sur.

Sumábanse a esta notable experiencia los integrantes de la comisión francesa del buque polar Le Français, bajo el mando del doctor Juan Bautista Charcot.

Cada una de estas expediciones tenían asignadas distintas zonas del Antártico sobre las que debían efectuar diversos trabajos científicos tales como: Observaciones topográficas, geofísicas, geológicas, meteorológicas, oceanográficas, levantamientos topográficos, estudios sobre la fauna y la flora, etc., que, en más de una oportunidad se transformaron en verdaderas pugnas deportivas que, al impulso de ese espíritu competitivo, amistoso y cordial, permitieron completar el conocimiento geográfico de la Antártida.

Con el mismo objetivo que las mencionadas anteriormente se programó otra expedición antártica en Escocia que partió de Edimburgo el 2 de noviembre de 1902 a las órdenes del eminente científico escocés doctor William S. Bruce, quien por ese entonces se desempeñaba como director del Laboratorio de Zoología Marítima de Edimburgo.

Esta expedición estaba patrocinada por la Real Sociedad de Geografía de Edimburgo, y se embarcó a bordo del Scotia, buque que navegó al mando del capitán Thomas Robertson, (segundo comandante Mr. Davidson) con la misión de realizar trabajos de exploración en el casquete polar situado al sur del Continente Americano, siendo su función principal la de fijar las condiciones del Mar de Weddell.

Conforme a este plan, estaba previsto erigir una estación meteorológica en la isla Laurie, del grupo de las Orcadas del Sur.

La expedición, que como hemos dicho, estaba comandada por el doctor Bruce, se había organizado independientemente de la Gran Expedición Antártica Internacional, pero acatando igualmente las recomendaciones del Congreso de Berlín.

Aquí también habría de quedar refrendada la posición de la República Argentina en el concierto antártico al participar de aquella avanzada de la ciencia. Por acuerdo general de gabinete del 10 de octubre del año 1900, el gobierno argentino aceptaba la invitación formulada por las autoridades del Congreso de Berlín y de la Sociedad Real de Londres, para lo cual fue convocado el Ministerio de Marina para que tome a su cargo el establecimiento de un observatorio magnético y meteorológico en la isla de Los Estados.

Para ese fin la Armada Nacional designó al entonces teniente de navío Horacio Ballvé para encabezar la comisión argentina que tendría a su cargo la instalación de un faro y el observatorio en la isla Observatorio, del grupo insular Año Nuevo, ubicado frente a la costa norte de la isla de Los Estados. Esta labor comenzó a desarrollarse a mediados de noviembre de 1901 y fue completada en los primeros meses de 1902 dando comienzo a las observaciones el 1º de marzo de ese año y finalizando el 31 de diciembre de 1917.

Si bien este grupo insular no se encuentra precisamente dentro del cuadrante Antártico, conviene destacar que, tratándose de operaciones desarrolladas por sectores y por naciones, de acuerdo a las recomendaciones formuladas por el Congreso de Berlín, la Argentina cumplió sobradamente con su labor en esta su primera incursión científica con proyección antártica.

EL DESAFÍO POLAR

Adquiere singular importancia en nuestro trabajo la labor desarrollada por la Expedición Nacional Escocesa en las Orcadas del Sur, cuyo desenlace habrá de ser la instalación permanente de una base argentina en el Continente Blanco.

Siguiendo pues la estela del Scotia, digamos que luego de haber recalado en las islas Malvinas para reabastecerse, se hizo a la mar el 25 de enero de 1803 con rumbo a las Orcadas del Sur. Allí el buque practicó un desembarco continuando luego su derrota hacia el sudeste, no pudiendo avanzar más allá de los 17º de longitud Oeste y los 65º de latitud Sur. En esa posición hubo que emprender el regreso a raíz de las extensas masas de hielo que cubrían el mar, imposibilitando la navegación.

Ante esta alternativa el doctor Bruce resolvió invernar en las Orcadas, un lugar por él conocido, ya que lo había visitado anteriormente en calidad de técnico de un buque ballenero. Tomada esa decisión enfiló la proa hacia una extensa bahía ubicada al sur de la isla Laurie, a la que bautizó Bahía Scotia, en honor de su nave.

La llegada al lugar se produjo el 25 de marzo de 1903; el desafío del invierno antártico estaba allí. Los hielos – el segundo círculo mágico- comenzaban a bloquear al indefenso Scotia. La premura del caso exigía tomar decisiones rápidas y eficientes ya que los expedicionarios deberían permanecer en esa inhóspita región durante el período de mayores riesgos.

Tras el desembarco los expedicionarios se abocaron a la construcción de una pequeña casilla de madera protegida exteriormente con piedras extraídas de las faldas de los cerros más próximos al sitio elegido.

Surge así la primera casa-habitación de las Orcadas del Sur a la que se le dio el nombre de Omond House, en honor de uno de los organizadores de la empresa antártica.

Asimismo, se construyeron una caseta para protección del instrumental de magnetismo terrestre y algunos pequeños puestos sobre la bahía para realizar observaciones meteorológicas.

Y así pasaron el invierno, alternando sus labores de investigación en tierra con estadías de descanso a bordo del Scotia que permanecía inmóvil, aprisionado por los hielos impenetrables.

Recién en diciembre el buque quedó librado de su cautiverio y pudo al fin iniciar su viaje de regreso a Buenos Aires, quedando en Orcadas un pequeño grupo de seis hombres, dirigido por el meteorólogo Roberto  Cockburn Mossman.

Habiendo concluido con esta primera parte de su misión exploradora el Scotia regresó a Malvinas el 24 de noviembre de 1903 y desde allí puso proa a Buenos Aires para reaprovisionarse y efectuar reparaciones en gran parte de su estructura, antes de emprender un nuevo viaje a las Orcadas.

Los habitantes de la ciudad, ya acostumbrados a permanentes visitas de barcos que se dirigían a los mares australes o retornaban de aquellas lejanas latitudes trayendo las ricas vivencias con las que nutrían la curiosidad de los porteños, – al tiempo que despertaban el interés de los armadores de barcos o de algún adelantado de la época que quisiera sumarse a la ardua labor de investigación – presenciaron en diciembre de 1903 la llegada del Scotia al puerto de Buenos Aires.

Según lo tenía planeado el Dr. Bruce, la nave volvería a partir hacia las Orcadas del Sur el 21 de diciembre; sin embargo, se producirá un acontecimiento inesperado con el cual quedará demostrado que la finalidad de la expedición escocesa – y con igual sentido las que mencionáramos anteriormente – estaba impulsada por un espíritu realmente científico, despojado de todo egoísmo.

Ubicación de las Orcadas del Sur con respecto al resto del Continente Antártico y continental.

LAS INSTALALCIONES DE ORCADAS

Durante su permanencia en la ciudad de Buenos Aires, el Dr. Bruce tuvo ocasión de dialogar con Mr. Haggard, ministro inglés residente en la ciudad, quien lo asesoró para que ofreciese las instalaciones de la isla al gobierno argentino, con la condición de que la actividad de ese destacamento no fuese interrumpida.

Entendiendo el doctor Bruce que la posición estratégica ofrecida por la ubicación geográfica de las Orcadas, sumada a la brillante actuación de los argentinos en la isla de Los Estados, mas el rescate de los miembros de la expedición del Dr. Otto Nordenskjöld, ocurrida recientemente en la isla Cerro Nevado, mostraba la capacidad y el interés de los argentinos, inició su gestión.

Con tal auspicioso currículum, el Dr. Bruce se dirigió al señor Gualterio Davis, jefe de la Oficina Meteorológica dependiente del Ministerio de Agricultura de la Nación, proponiéndole la venta de las instalaciones que componían el pequeño asentamiento de Orcadas, incluidos el instrumental y los aparatos de observación en cinco mil pesos moneda nacional. Una suma realmente irrisoria, si se considera el valor de la empresa y se lo compara con la situación harto favorable del comercio exterior argentino que reportó doscientos sesenta y cuatro millones de pesos en exportaciones, en tanto las importaciones sumaron ciento ochenta y siete millones. Y mucho menos si se la compara con los beneficios líquidos que ya por aquel entonces obtenía la Lotería Nacional mediante la emisión de billetes, que rondaba los cuatro millones de pesos anuales.

Por otra parte, si analizados detenidamente, la vasta labor desarrollada por la Oficina Meteorológica a través de la creación de nuevos departamentos de investigación de los fenómenos climáticos, el ofrecimiento del Dr. Bruce, era compatible con la evolución del Servicio Nacional de Meteorología.

Cabe señalar que en el caso de aceptar la Argentina el traspaso de las instalaciones de Orcadas, dicha transferencia debería figurar como una donación realizada por el doctor Bruce al gobierno argentino en retribución por los servicios prestados por la Armada Argentina en su viaje a Buenos Aires.

De tal manera que el señor Davis, comprendiendo la utilidad y el interés práctico y científico que el destacamento tendría para la Argentina, se apresuró a transmitirle la inquietud al subsecretario del Ministerio de Agricultura, Dr. Carlos Ibarguren.

Como no podía ser de otra manera, este grande hombre argentino comprendió de inmediato la importancia de la oferta y la transmitió alborozado a su inmediato superior, el doctor Wenceslao Escalante, a la sazón ministro de agricultura.

Continuamos esta historia trayendo a la memoria el relato que nos legara el doctor Ibarguren a través de su libro La historia que he vivido: “En cuanto me enteré de la propuesta del señor Bruce percibí la importancia que tendría para la Argentina, no sólo en interés científico sino también político, práctico, el establecimiento permanente de una instalación oficial del gobierno en lo que entonces se llamaba ‘mares australes de la república’, hoy Antártida; era un primer paso; tornaríamos así en efectiva la posesión de lo que era y es parte integrante de nuestro país.

Dr. Carlos Ibarguren (1877-1956), tenía 27 años cuando redactó el histórico decreto.

Inmediatamente hablé con el ministro, doctor Escalante, empeñándome en que se aceptara la propuesta del capitán escocés y haciéndole presente la conveniencia de orden científico y práctico de que el gobierno instalara un asiento estable en esa parte inexplorada y desierta de la patria.

El ministro se convenció fácilmente de la utilidad de adquirir la casilla de Bruce, por cinco mil pesos, sin que apareciera esa operación como compraventa sino como transferencia, y me encargó que yo redactara el decreto que lleva fecha 2 de enero de 1904, y fue escrito de mi puño y letra en los términos siguientes: Buenos Aires, 2 de enero de 1904. En vista de la nota del jefe de la Oficina Meteorológica Argentina y de los demás antecedentes y documentos relativos al establecimiento de nuevas instalaciones meteorológicas y magnéticas en los mares del sur de la República y, Considerando: Que es de alta conveniencia científica y práctica extender a dichas regiones las observaciones que se hacen en la isla de Año Nuevo y en el Sur de la República. El Presidente de la Nación Argentina, decreta: Artículo 1º) Autorízase al jefe de la Oficina Meteorológica Argentina para recibir la instalación ofrecida por el señor William S. Bruce en las Islas Orcadas del Sur, y establecer un nuevo observatorio meteorológico y magnético en las mismas. Artículo 2º) El personal se compondrá de los empleados que el Ministerio de Agricultura designe y de los que posteriormente pueda suministrar el Ministerio de Marina. Artículo 3º) Anualmente serán reemplazados dichos empleados por los que se designe para relevarlos y que conducirá un buque de la Armada. Artículo 4º La asignación de sueldos y viáticos para los que no lo tengan determinado por el presupuesto, así como los demás gastos requeridos, serán determinados por el Ministerio de Agricultura e imputados al ítem correspondiente del Presupuesto General. Artículo 5º) Comuníquese, publíquese y dese al Registro Nacional. Roca, Wenceslao Escalante”.

No haremos un comentario sobre este ejemplar decreto pues el mismo doctor Ibarguren se encargó de analizarlo pormenorizadamente. Por consiguiente, volvemos a las páginas de su obra ya mencionada: “Este importante decreto del 2 de enero de 1904 merece ser analizado en su texto y en el espíritu que lo inspira, y puedo por mi parte señalar sus intenciones puesto que yo fui quien lo propuso y lo redactó. En el primer párrafo al referirse a la creación de nuevas estaciones meteorológicas y magnéticas se afirma que se establecen en los mares del sur de la República (hoy Antártida) o sea, que estos mares pertenecen a la Nación y en tal carácter están sometidos a nuestra soberanía, pues la fundación de dichas estaciones es hecha por la autoridad argentina que ejerce jurisdicción exclusiva sobre esas regiones.

En el considerando se proclama la conveniencia no solo científica sino también práctica, vale decir política, o sea la de extender a dichas regiones observatorios como los que tiene el gobierno establecidos en la Isla de Año Nuevo y en el sur de la República’ territorios que integran nuestro país y sobre los que éste tiene dominio y ejerce posesión.

En la parte dispositiva, al artículo primero, que autoriza al jefe de la Oficina Meteorológica Argentina para recibir la instalación ofrecida por el señor William s. Bruce en las Islas Orcadas del Sur, dispone que esta instalación sea destinada a establecer un nuevo observatorio meteorológico y magnético en las mismas”.

 LA SOBERANÍA ARGENTINA

Al decir “nuevo observatorio” equipara éste de las islas Orcadas, a los ya instalados en el territorio continental. Los artículos siguientes fijan el carácter permanente de este establecimiento cuyo personal será relevado cada año con la cooperación del Ministerio de Marina, los sueldos y viáticos deberán ser determinados en el presupuesto nacional. En el artículo cuarto la frase “los demás gastos requeridos se abonarán por el Ministerio de Agricultura” alude al precio de la compra, la que por el pedido de Bruce no se menciona expresamente.

La transferencia de la casilla hecha por el señor Bruce al gobierno argentino significa pues, una venta puramente privada, realizada por aquel a fin de obtener fondos – cinco mil pesos abonados por el Ministerio de Agricultura – que le eran necesarios para reanudar su viaje, sin que en ello tuviera intervención oficial la legación británica, que nada tenía que ver diplomáticamente en este acto, dado que la expedición de Bruce era exclusivamente particular y no tenía relación con el gobierno de Gran Bretaña, que ni la patrocinaba ni la subvencionaba. En ningún momento ni Bruce, ni la legación inglesa habían considerado de soberanía británica a las Orcadas, ni se dio proyección política a la enajenación de la casilla, pues los expedicionarios del Scotia reconocían que esa región no pertenecía al Reino Unido, como bien queda dicho en The Voyage of the Scotia”, obra del doctor Bruce publicada en 1906.

En el capítulo redactado por R. N. Rudmose Brown se dice: “Muchas veces en los variados temas examinados durante las largas veladas de invierno, surgió la cuestión de la propiedad de las islas Orcadas del Sur y, después de muchas y largas discusiones llegamos a la conclusión de que, aún en esa época del imperialismo, las Orcadas del Sur habían escapado al poder de todo país y que gozábamos del privilegio de vivir en una tierra de nadie (no man’s land). Pero temo que esto no dure mucho, no porque la pretendamos para Inglaterra, porque aun cuando siempre hemos deseado ensanchar los confines de nuestro imperio, no hubiéramos podido pretender nuevos territorios en nombre de nuestro país sin un mandato de nuestro gobierno.

Sin embargo, cuando el Scotia volvió a las islas en febrero de 1904 con una comisión argentina para hacerse cargo del observatorio, bajo los auspicios del gobierno argentino, la bandera argentina fue izada donde primeramente ondeara el escocés, y yo presumo que las Orcadas del Sur son consideradas como posesión de aquella potencia”.

Al tiempo que se producía aquel acto real de soberanía en el Continente Antártico, otro acontecimiento notable afirmaba la presencia permanente del hombre en la Antártida, brindándole los medios para comunicarse con el resto del mundo. Se trata del primer correo antártico, concretado por iniciativa del doctor Francisco Pascasio Moreno, destacado perito, geólogo y naturalista argentino, cuyo nombre ocupa un lugar de privilegio en los anales de la investigación geográfica de nuestro país.

La recepción y envío de correspondencia desde y hacia las regiones polares tiene su partida bautismal en el texto de la resolución de la Dirección General de Correos y Telégrafos de la República Argentina, por la cual se designaba al señor Hugo Acuña como encargado de Estafeta en las Orcadas del Sur. Dicha resolución, que lleva la firma de Manuel García Fernández, director general de Correos y Telégrafos de la Nación, fue fechada en Buenos Aires el 20 de enero de 1904.

Cumplimentando esa designación el señor Acuña fue provisto de una valija postal conteniendo toda la papelería perteneciente al Correo Nacional y un matasellos para inutilizar los timbres argentinos empleados por los expedicionarios.

ECOS DE LA PRENSA

 Así como le hemos dedicado nuestro tiempo a la relación de los primeros actos de soberanía en la Antártida, rescatando los antecedentes jurídicos que respaldan nuestra presencia en el sector, veamos ahora la importancia que adquirían estos hechos para los medios periodísticos de la época. La revista Caras y Caretas registró el arribo del Scotia a Buenos Aires incluyendo en la nota una fotografía del Dr. W. Bruce junto al perito Francisco P. Moreno. Dice la nota en uno de sus párrafos: “Ha llegado a esta capital el Dr. W. S. Bruce, jefe de la expedición escocesa que salió de Glasgow a bordo del Scotia con rumbo al Polo Sur el 12 de noviembre de 1902.

El Dr. Bruce es una celebridad científica escocesa, y desempeña el cargo de director del laboratorio de zoología marítima de Edimburgo, en donde es generalmente apreciado.

El Scotia desde Glasgow puso rumbo directo a las Islas Malvinas, punto al que llegó después de haber sufrido continuos y fuertes temporales. Tras una corta permanencia en esas islas, dirigiose a las islas South Orkneys, a las que llegaron después de serios contratiempos y de allí salieron en busca del mar libre, pero bien pronto viéronse aprisionados por los hielos a la altura del paralelo 75º 25’ 5’’.

Era su propósito continuar más al sur, lo que les fue de todo punto imposible, y tuvieron que quedarse allí haciendo estudios y observaciones científicas, de los cuales muéstrase altamente satisfecho el doctor Bruce.

En cuanto pudo verse libre de los hielos el Scotia, determinaron regresar a las islas South Orkneys para pasar el invierno y continuar los estudios que habían suspendido. En esas islas ha dejado seis hombres a cargo de las instalaciones allí levantadas, los que serán recogidos tan pronto como sea posible.”

Dada la importancia de la expedición, la partida del Scotia, también fue plasmada en las páginas de esa misma publicación en su edición correspondiente al 30 de enero de 1904, con gran despliegue de fotografías, expresándose en éstos términos: “El 12 del corriente partió el Scotia nuevamente con destino a los mares polares, llevando a la comisión científica que preside el doctor Bruce, y a los señores Luciano Valette, naturalista; Edgar C. Szmula, encargado de las observaciones meteorológicas del Ministerio de Agricultura y Hugo A. Acuña, empleado del mismo ministerio. Estos señores van enviados por nuestro gobierno a las Islas Orcadas en donde deberán pasar un año haciendo estudios científicos y recogiendo cuanto dato sea pertinente al mejor conocimiento de esas islas tan poco conocidas hasta ahora.

El Dr. Bruce expresó, antes de la partida, su profundo agradecimiento por la hospitalidad aquí recibida por él y sus compañeros, así como por la decidida protección que encontró en el gobierno y sociedad argentina para el nuevo viaje a los mares australes.

Numerosos amigos fueron a despedir a los expedicionarios y algunas familias, entre las que recordamos a las del doctor Moreno, de Grau, Acuña y otras.”

LA PRIMERA EXPEDICIÓN ARTÁRTICA ARGENTINA

Esta es solo una de las tantas crónicas periodísticas relacionadas con aquella revolucionaria actitud que asombraba al mundo y era tema de conversación permanente en las sobremesas y tertulias de la intelectualidad porteña. No era para menos, pues la Argentina, por su cercanía al Antártico, por su creciente interés en consolidar su posición de país soberano, por su solidaridad para con los expedicionarios de todas las nacionalidades que arribaban a nuestros puertos para reabastecer sus naves o requiriendo ayuda, se había convertido en el epicentro de la actividad antártica.

Recordemos que dentro del contexto general de las actividades polares recomendadas por el Congreso de Berlín, la Argentina solo tenía asignada la construcción de un observatorio en la isla de Los Estados, como ya hemos visto, se vio de pronto trabajando activamente con tres expediciones de pabellón europeo. La primera es la que estamos tratando; la segunda, el recate de los integrantes del Antartic, y la tercera la búsqueda del navío Le Français del Dr. Charcot.[1]

La partida del Scotia rumbo a las Orcadas, que había sido programada para la mañana del 21 de enero de 1904, no pudo efectuarse hasta las seis de la tarde por falta de remolcador, como consecuencia de estar estos afectados a la tarea de auxiliar al crucero italiano Liguria, que había varado en la entrada de la dársena. Agregamos, como dato ilustrativo, y quizá coincidente, que a bordo de este barco viajaba el príncipe Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos, que recientemente había participado en exploraciones llevadas a cabo en el Polo Norte.

Salvada la situación comenzaron a soltarse las amarras del buque; pañuelos en alto y sones de  cornamusa ejecutada por un tripulante daban digno marco a la partida del Scotia  rumbo a los mares del sur. A su bordo, un puñado de heroicos varones que marchaban a cumplir con un desafío cuyo éxito era insospechado.

El señor Gualterio Davis, cuyos aportes habían sido decisivos en la transferencia del laboratorio de Orcadas y el perito francisco P. Moreno, acompañado por su hija, participaron de la despedida permaneciendo a bordo de la nave hasta las 19:45, retornando a puerto a bordo del remolcador.

En definitiva, esta es la Primera Expedición Antártica Argentina enviada con un objetivo concreto, es decir, a cumplir con una misión determinada que desde entonces se mantiene en forma permanente.

El Scotia navegó hacia las Malvinas desde donde iniciará la fase final del derrotero, arribando a las Orcadas minutos antes del mediodía del 14 de febrero de 1904, echando anclas en la bahía de la isla Laurie.[2]

El Dr. Bruce y el zoólogo de la expedición David Witton fueron los primeros en abordar el bote que los conduciría a tierra. Al poco rato ambos regresaban al buque acompañados de los seis hombres que durante tres meses habían permanecido en el observatorio.

Esta dotación estaba integrada por Roberto C. Mossman, meteorólogo, que se había unido a la expedición de Bruce en 1902 y a cuyo cargo había quedado el destacamento en ausencia de aquel; el doctor H. Pyry, geólogo; Mr. W. Cutberson, artista y pintor y Mr. Ross, agregado al servicio de zoología como preparador de pieles y colecciones. Completaban el plantel dos marineros, uno de ellos es William Smith, quien generosamente aceptará quedarse en la isla como cocinero del grupo argentino.

Ya que nos referimos a los integrantes de la dotación argentina, digamos que los únicos argentinos nativos eran los señores Valette y Hugo Acuña. Este último había nacido en Buenos Aires el 26 de mayo de 1885.

Luego de realizadas las presentaciones respectivas los dos grupos se reunieron en torno a la mesa para compartir el almuerzo e intercambiar novedades e informaciones. A las seis de la tarde se produjo el primer desembarco de todo el personal para reconocer el lugar de emplazamiento del laboratorio.

Según la descripción de Hugo Acuña, el laboratorio se encontraba ubicado en un istmo casi cuadrado de unos trescientos metros de lado.

Al noroeste y al sudeste, dos bahías; al sudoeste una cadena de cerros y al noroeste un gran glaciar que baja desde la cima de la montaña. La casa, ubicada a unos treinta metros de la orilla, se levanta al pie de los cerros y sus paredes de un metro y medio de espesor, están construidas con piedras colocadas unas sobre otras y forradas con lona, cuyo techo también es de lona. Al frente de la casa se encontraba el depósito de víveres, construido con madera de cajones y por techo un bote ballenero en desuso.

Concluida la recorrida los hombres regresaron a la nave a las 7 p.m.

En los días subsiguientes se llevaron a cabo diversas tareas a bordo y en tierra, concretándose la entrega de las instalaciones el 20 de febrero a las 10 p.m, procediéndose en consecuencia al sellado de las postales, con lo cual quedaba inaugurado el primer correo antártico. De esta manera la República Argentina iniciaba una posesión efectiva, acompañada de un acto de administración civil que representa un título más para fortalecer sus derechos de permanencia en el continente.

El 21 de febrero se trabajó durante todo el día para concluir las instalaciones. Por la tarde los miembros de la expedición escocesa y los compon entes de la dotación argentina se reunieron a bordo del Scotia para celebrar la despedida “con gramófono y champagne». Los ingleses entonaron el Good Save The King y los argentinos su canción patria. A las 10 p.m. la reunión llegaba a su fin en medio de repetidos hurras en homenaje al doctor Bruce y el Scotia.

Finalmente, el 22 de febrero se terminaron de embarcar las pertenencias de la expedición escocesa y se colocó el anemómetro. A las ocho y media de la mañana los expedicionarios se ubicaron en torno al mástil donde fue izada la bandera argentina, seguida de la escocesa, la que fue arriada a las once de la mañana, quedando solo la argentina, flameando al ondear de los vientos antárticos, ya en forma definitiva y permanente hasta nuestros días.

Concluida la ceremonia, cuya simplicidad no invalida su trascendencia, el buque comenzó a moverse lentamente iniciando el viaje de regreso al puerto de origen.

Quizá como un símbolo de la epopeya concretada por un reducido grupo de valerosos expedicionarios que habían comenzado la conquista del continente blanco, quedaba para siempre, en el cementerio de las Orcadas del Sur, el cuerpo del maquinista del Scotia, Allam C. Ramsay, fallecido el 3 de agosto de 1903.

LA MÁS ANTIGUA OCUPACION ANTARTICA

El encargado de la Estafeta postal de Orcadas, Hugo Acuña, se encargó de llevar al papel todas las experiencias de la primera dotación argentina que cumplió servicios en las Orcadas. Al referirse a la partida del Scotia, doce en su diario: «A las 12 m partió el Scotia, da la vuelta para pasar por el estrecho de Washington, a las 3 p.m. lo divisamos cruzando entre Sadle y Bernett cap. Y poco tiempo después perdiéndose de vista, ya quedamos completamente abandonados, no veremos ningún otro barco hasta que nos vengan a buscar.”

Y allí quedó aquel pequeño manojo de pioneros desarrollando una fructífera actividad, desafiando cuanta circunstancia adversa puso a prueba su fortaleza espiritual, su capacidad de trabajo, su inteligencia y sus fuerzas físicas para llevar adelante un proyecto que ingresará a la historia como el primer asentamiento humano permanente en el Sexto Continente. Un hito histórico protagonizado por la Republica Argentina.

Desde entonces la ocupación argentina es la más antigua y permanente de todas las efectuadas y existentes en la Antártida, pues muchas de las instalaciones que allí se efectuaron, incluidas algunas argentinas, fueron breves o simplemente cumplieron un ciclo y luego fueron desactivadas o han permanecido solo como refugio de las expediciones que por allí pasen.

Para completar la relación de los hechos tenemos a la vista un antiguo recorte del diario La Nación, correspondiente a la edición del sábado 9 de julio de 1904, cuya redacción ha sido inspirada por un informe enviado desde la isla por el empleado Hugo Acuña y traído al continente por el buque Scotia. La nota se titula La Soberanía Argentina en las Regiones Australes, y expresa lo siguiente: “Las noticias que nos llegan de los mares australes no pueden ser más halagadoras para el sentimiento nacional, sobre todo, en el día de hoy en que a la satisfacción que produce la celebración del aniversario patrio puede agregarse la noticia de que la soberanía argentina se extiende ya hasta las tierras brumosas de las Islas Orcadas, enclavadas en los mares que bañan las regiones antárticas.

Y los párrafos que van a leerse, dan cuenta de la forma en que se ha llevado a cabo el sencillo pero impresionante acto de tomar posesión de aquellas islas, desde las que escribe un empleado de la oficina meteorológica argentina, el joven Hugo Acuña.

‘Orcadas del Sur, Bahía Scotia, febrero 18 de 1904. Desde el domingo 14 estamos aquí. Después de nuestra partida de Stanley (Islas Malvinas), sufrimos un fuerte temporal del cual el Scotia salió tan airoso como en otras ocasiones.

Por fin, en la mañana del domingo citado, calmó el tiempo. A las 8 a. m. pasamos al costado de un gran iceberg de cuarenta mil metros de superficie. Poco después vimos una isla (continuación de la Laurie) que tenía como ochenta metros de altura y estaba cubierta de nieve. Dichas islas son inaccesibles porque están cortadas a pico.

A las 12:30 p.m. anclamos en la bahía. El paraje en que se encuentra dicha casa, es la única parte llana de la isla.

Este llano es un cuadrado de 400 metros de lado. Al NO y SE el mar, al NE un enorme glaciar de 300 metros o más de altura sobre el nivel del mar.

El 21 de febrero ha sido día de gran fiesta. Todo se encuentra listo, y en el observatorio flamea la bandera inglesa. A pesar del frío, vestimos traje de paseo, como en Buenos Aires.

El Dr. Bruce nos hace entrega de la isla y observatorio y casa magnética. Pone de manifiesto el interés que reporta esta oficina en las Orcadas del Sur, y agradece al gobierno argentino todo lo que ha hecho en su beneficio, teniendo también palabras de afecto para el Sr. Tidblom, Director de Ganadería, por las facilidades que le ha dado para la instalación del observatorio.

Retribuimos al Dr. Bruce sus sentidas palabras cantando todos el himno argentino e inglés, y con prolongados aplausos se iza nuestra bandera, arriándose enseguida la inglesa. ¡Qué momentos tan agradables! Ya tenemos el pabellón azul y blanco; ya estamos en nuestra propia casa; nos parece menos intenso el frío de 5 grados bajo cero, que se siente por acá.

Fue un día de expansiones, tanto para nosotros como para los del Scotia. De noche se continuaron los festejos; se brindó por unos y por otros, se hizo música y cantaron canciones inglesas y argentinas.

El día 22 el Scotia empezó a hacerse a la mar y navegar con rumbo al sur, a fin de avanzar más y seguir haciendo estudios.

Antes de terminar no puedo dejar de poner de manifiesto las bellas cualidades del Dr. Bruce, que lo hacen simpático en todo sentido, y máxime con el acto que acaba de realizar en obsequio a nuestro país.’” Hasta aquí el relato enviado por Acuña publicado por La Nación, pero hay una página realmente memorable que figura en el diario del joven pionero y que emociona al leerla.

Se trata del comentario relacionado a la conmemoración del 25 de Mayo. Solo seis hombres en el medio de la nada celebrando el día de la libertad. Un 25 de Mayo que quedará grabado como el primer aniversario patrio celebrado en la Antártida Argentina con una emoción muy difícil de precisar. He aquí la reproducción textual: “Mayo 25. Contra lo que se esperaba amaneció con mal tiempo, el cielo completamente cubierto y nevando de rato en rato, pero no había viento. El mar en la bahía norte helado. A las nueve de la mañana, no obstante que en ese momento caía la nieve en abundancia y en grandes copos, icé la bandera, la que en seguida se puso a flamear suavemente dando a todo un aspecto de fiesta.

Fue grande la emoción que sentí en ese momento al contemplar los colores de nuestro pabellón, en esta soledad helada, tan lejos de la patria. Al rato de estar izada la bandera dejó de nevar y aunque quedó nublado el día estuvo muy claro pudiéndose decir que el día fue muy bueno. Hoy hemos pasado el día de fiesta, sin faltar el Himno Nacional, y la marcha de Ituzaingo tocada en el mandolín del señor Valette.

Al mediodía Valette se ocupó en confeccionar el menú para la noche, pues estábamos de banquete.

Al menú lo encabezaba un dibujo en el que se veían las montañas cubiertas de nieve y al pie de la casa, el mojón con la bandera izada, el pack con dos pengüines y un hombre andando en ski. Debajo de este dibujo se leía lo que sigue: Menú – Dinner – Hors d’ouvre!!!! Potage – Mock Furtie soup – Rotis – Ovis trigidarium – Pengüin a la Smith – Legumes – Dry potatoes – Dessert  Cake Sout Orkneys – Albion pudding – Apples rings- hielo derretido – Chianti – Old Scotch whisky -Café – Brandy – Cigarros.

A las 5 de la tarde nos sentamos a la mesa comiendo con la mayor alegría. Al llegar a los postres el Sr. Szmula toma la palabra para recordar la fecha que conmemorábamos terminando con un brindis por la felicidad de la patria al que siguieron repetidos y estruendosos hurras.

Al Sr. Szmula siguió en el uso de la palabra el Sr. Mossman, quien se unía de corazón a nosotros para festejar el aniversario de nuestra independencia[4] y hacía votos por la prosperidad de nuestra república y por el éxito de la meteorología argentina.

Al concluir de hablar el Sr. Mossman, Szmula le contestó y en sentidas frases le agradeció los votos que hacía por la prosperidad de la Argentina. En este segundo discurso, Szmula recordó al padre del Sr. Mossman que cumplía años e hizo votos por mi felicidad recordando el 26 de mayo, día de mi cumpleaños.

Cuando Szmula terminó de hablar se oyó un ruido muy fuerte como una salva de artillería; era una avalancha de hielo que rodó por el glaciar.

Al concluir los postres el Sr. Mossman, volvió a tomar la palabra, pero esta vez fue para brindar por la felicidad de nuestras prometidas.

Todos los discursos fueron dichos en inglés, que es el idioma que más se habla aquí.

La fiesta duró hasta las 10 p.m. en la mayor animación, hablando de todo un poco y principalmente de la patria ausente. De este aniversario nos ha de quedar eterno recuerdo pues la fiesta resultó mucho más espléndida de lo que hubiéramos imaginado, atendiendo por supuesto a las circunstancias y al lugar donde estamos; el día antes se pasó revista a la lista de provisiones para elegir lo mejor que contuviera pero la pesquisa dio poco resultado, no siendo obstáculo para que el menú fuera variado, hasta tuvimos carne fresca de carnero, de los que trajimos de Stanley y los que teníamos enterrados en la nieve y que están conformes los dejamos, parece que fuera carne de animal recién muerto. Raras veces se habrá visto este día tan festejado, y nunca en una latitud tan baja siendo también la primera vez en que la bandera argentina ha flameado el 25 de mayo debajo de los 60º de latitud Sud.”[5]

El 1º de enero de 1905 concluía aquella primera misión en las Orcadas del Sur. A las 9 y media de la noche un disparo de Mauser, daba la señal de partida de la corbeta Uruguay que, al mando del capitán de fragata Ismael Galíndez traería de regreso a Buenos Aires a ese grupo de esforzados valientes.

Otros hombres y otras generaciones posteriores los sucedieron ininterrumpidamente hasta hoy en que aquella primera avanzada de la humanidad en el Continente Antártico sigue prestando sus valiosos servicios al amparo del pabellón nacional.

LA OCUPACIÓN DE ORCADAS Y EL CONCEPTO DE SOBERANÍA

Luego de la instalación del observatorio de Orcadas, que como quedó demostrado fue impulsada por intereses puramente científicos, sobrevivieron otras ocupaciones y actividades en torno del casquete polar, provenientes de distintas naciones, pero, con acentuadas connotaciones estratégicas y políticas.

En tanto, la presencia argentina en Orcadas se transformó sin quererlo, en una actitud que sentará las bases del preámbulo del Tratado Antártico, firmado en Washington el 1º de diciembre de 1959 por las primeras doce naciones signatarias: Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelandia, Noruega, Sudáfrica, Unión Soviética, Reino Unido y  Estados Unidos, el cual en uno de sus párrafos expresa: “Reconociendo que es de interés de toda la humanidad que la Antártida continúe utilizándose siempre exclusivamente para fines pacíficos y que no llegue a ser escenario u objeto de discordia internacional.”

¿Qué ocurre entonces con el concepto de Soberanía, en lo que a la Argentina respecta tomando como base el observatorio de Orcadas?

Trataremos de dar una definición lo más acertada posible.

La ocupación del archipiélago de Orcadas, efectuada por la República Argentina, hace exactamente 107 años reúne las condiciones exigidas por el Derecho Internacional, para que los derechos de posesión sobre el Sector Antártico comprendido entre los meridianos 25º y 74ª al Sur del paralelo 60º, sean legítimamente reconocidos. Esta superficie no es considerada “res nullius” ya que a los derechos que emergen de la continuidad y contigüidad, la R. Argentina aporte el “Animus Possidetis”, puesto en evidencia a través de la presencia permanente desde 1904. De tal manera que la soberanía argentina en la Antártida es indiscutible e incuestionable.

La teoría de Priler (1907) establece que las regiones polares no son más que prolongaciones de los países que rodean al globo y que, en consecuencia, deben ser sometidas a la soberanía de esos países. En ese sentido la República Argentina es el país que se encuentra más cercano al Antártico.

Vale recordar que según la práctica internacional, el descubrimiento no da de por sí derechos, ya que explorar, es un acto de ciencia y no de política y sólo tiene valor si es precedido de una ocupación permanente y puesta en conocimiento del resto de las naciones. Estos principios fundamentales también se hallan sólidamente avalados por las declaraciones formuladas por el Congreso Africanista reunido en Berlín en 1885, y en el Instituto de Derecho Internacional de Lausana en 1888.

La República Argentina, respaldando los privilegios brindados por la naturaleza, dada su ubicación geográfica cercana al Polo y a su contribución al descubrimiento de la Antártida, fue el primer país que emitió decretos relacionados con esas regiones, cumplimentándolos de inmediato.

Con posterioridad al decreto que hemos citado, fundando el Observatorio de las islas Orcadas, la Argentina dio otros decretos sobre el relevo del personal que atendió ese servicio, y para el establecimiento de otras estaciones meteorológicas similares, cimentando aún más sus títulos sobre la región antártica.

Por otra parte, nuestro país también fue el primero que llevó a cabo actos de solidaridad antártica al socorrer a determinados exploradores, entre ellos a Otto Nordenskjöld en el año 1903 y Jean Charcot en 1905.

Merece recordarse, además, la ayuda prestada a la expedición noruega del célebre explorador Roald Amundsen, cuando conquistó el Polo Sur en las postrimerías de 1911, pues al pasar por Buenos Aires en el mes de junio de ese año, la Armada Nacional tomó a su cargo la reparación de la nave de Amundsen, el Fram, labor que fue realizada en forma totalmente gratuita.

Como queda dicho, a partir de la creación del observatorio de las islas Orcadas, en que el pabellón nacional tremoló por primera vez en medio de la grandiosidad de témpanos, vientos huracanados y mares congelados, la Argentina fue el único ocupante permanente del sector durante cuarenta años, permanencia que se ha constituido en paradigma de esfuerzo y abnegación de quienes desplegaron actividades en el lugar y ejemplo de patriotismo de quienes tomaron decisiones administrativas, de orden gubernamentales y parlamentarias para mantener incólume una posición que aportará elementos importantes en la mesa de negociaciones, cuando haya que exhibir títulos de soberanía ante el concierto internacional.

La presencia argentina en la Antártida esta respaldada, además, por frecuentes actos que sirven de base para reivindicaciones posteriores, tales como la promulgación de la Leu Nº 2191, del año 1951, por la cual se crea el Instituto Antártico Argentino; la Ley Nº 18.513, de 1969, que dio nacimiento a la Dirección General del Antártico, a las que se suman la adopción de recomendaciones aprobadas por el gobierno nacional que por su valor científico y técnico fueron adoptadas en cada una de las Reuniones Consultivas Antárticas ya que las mismas son aplicables a todas las actividades que se desarrollan en el continente.

Es interesante poner de relieve que la proyección argentina a la Antártida está sostenida por los siguientes modos válidos: 1º) Herencia histórica de España; 2º) Ocupación efectiva y permanente durante 106 años sin que sobre esa presencia hayan existido objeciones de ninguna potencia firmante del Tratado Antártico en 1951, ni de alguna otra que adhiriera a ese documento hasta la fecha; 3º)  Actividades foqueras y de salvataje de náufragos y ayuda a expediciones extranjeras desde el Siglo XVIII; 4º) Instalación y mantenimiento de bases y refugios llevados a cabo por la Fuerza Aérea Argentina, el Ejército, la Armada Nacional y el Instituto Antártico Argentino; 5º) Investigaciones científicas de todo orden; descubrimiento y exploración aérea para determinar el lugar adecuado para construir una pista para aviones convencionales con vista a la realización de vuelos transpolares, concretada finalmente por la Fuerza Aérea y bautizada con el nombre del Vicecomodoro Marambio.»

Investigador y periodista José Antonio Da Fonseca Figueira

 

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