COLUMNA DE OPINION

La Caridad y el Santo Cura de Ars

Por Claudio Valerio

Cada 4 de agosto la Iglesia Católica celebra a San Juan Bautista María Vianney (1786-1859), el santo Cura de Ars, patrono de todos los sacerdotes y, de manera especial, de quienes sirven como párrocos.  El cura de Francia, nació en Dardilly (próxima a Lyon) el 8 de mayo de 1786, siendo su nombre terrenal Juan Maria Vianney.

Su vocación sacerdotal se manifestó de muy temprana edad, por lo que se envía del Cura de Ecully. Tuvo que superar muchas dificultades para poder llegar a ordenarse sacerdote. Con el tiempo se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley y, por su saber espontáneo, su humildad, su predicación capacidad para generar el arrepentimiento de quienes, arrepentidos por los males cometidos, se hicieron rápidamente famosas.

Benedicto XVI, desde el mismo comienzo de su papado, lo puso bajo la protección del venerado corazón incorrupto del patrono de los sacerdotes católicos, “El cura de Ars”, patrón del clero, San Juan María Vianney.

El Papa Francisco, cierta vez dijo: «La misericordia de Dios es tan grande, tan grande. No olvidemos esto. Cuántas personas dicen: «He hecho cosas tan malas. He comprado mi lugar en el infierno, no puedo volver atrás». ¿Pero piensa en la misericordia de Dios? Recordemos la historia de la pobre viuda, que su marido se había suicidado saltando del puente al río y que, llorando, fue a confesarse con el cura de Ars, a quien le dijo: «Pero yo soy una pecadora, pobrecilla. ¡Pero pobre mi marido! ¡Está en el infierno! Se suicidó y el suicidio es un pecado mortal. Está en el infierno».

Y el cura de Ars dijo: «Deténgase, señora, porque entre el puente y el río está la misericordia de Dios» Pero hasta el final, hasta el final, está la misericordia de Dios»,

Una máxima del Cura de Ars: «el mayor acto de caridad, hacia el prójimo, es salvar su alma del infierno». Este dicho, aplicable hacia cualquiera que sea nuestro prójimo, y de un valor universal, debemos tenerla muy presente y siempre practicarla; y, aplicable a nuestros hijos, adquiere una particular importancia y significación para evitar que sean reos de la condenación eterna.

Eduquémoslos con amor; guiémoslos en la fe y la moral para que frecuentemente practiquen los modos; supervisemos lo que ven por TV, cine e internet; cuidemos lo que leen en revistas y libros; y que tengan buenas amistades.

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Acostumbremos a nuestros hijos a aficiones positivas y practicar deportes; que sus buenos sentimientos sean una constante diaria; que sepan de nuestro amor hacia ellos sin que los sobreprotejamos ni consintamos. Atendamos y entendamos sus necesidades y problemas de manera objetiva. Debemos de formarlos en la virtud del pudor en sus costumbres, diversiones y vestimenta; debemos enseñarles para que combatan particularmente el orgullo, el egoísmo, la deshonestidad y la lujuria y que puedan analizar sus defectos. ¡Sembremos virtudes en sus corazones!

La formación y educación de los hijos no solo consiste en que cumplan con las reglas y disposiciones cuando son vistos por otros, que ellas sean convicciones adquiridas para toda su vida, por lo que se requiere de un plan o programa nada improvisado, debe estar diariamente planificado…  ¡No nos avoquemos a las necesidades materiales y físicas de nuestros retoños; no descuidemos su alma!

¡Practiquemos el verdadero amor con nuestros propios hijos y, así llevarlo adelante con todos!

 

Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo, y mi deseo que Dios te Bendiga y prospere en todo; y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.

Claudio Valerio
Valerius ©

 

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