“¡Morite, viejo podrido! ¡Así podemos jugar al carnaval tranquilos!”, gritó Susanita, enojada, porque el viejo Alejandro protestaba por los gritos de los juegos con agua a la hora de la siesta.
Nos quedamos duros, como petrificados, porque en ese instante el viejo soltó el bastón y cayó muerto.
– Infarto, dijeron.
Infarto para ellos (el médico y los vecinos), pero para los que estábamos ahí era otra cosa, no sé, como un poder extraño que Susanita tenía. Y empezamos a mirarla con recelo, como con miedo.
Y la guacha se avivó. Y comenzó a sacarle partido a la situación.
– No jodan conmigo, decía –Acuérdense lo que le pasó al viejo.
Y demandaba cosas e imponía sus ideas. En los juegos, primero ella, siempre. Hasta de 9 jugó un día. Eso fue el colmo. Nos tuvimos que comer las cargadas de todos. ¡Una mina de 9! ¿A quién le cabe esa?
– Hay que pararla, dijo el bagre.
– ¿Qué hacemos?, preguntó el negrito.
– ¿Se te ocurre algo Guille?
– Déjenme pensar… algo voy a carburar.
II
A Juancito Deandrea le gustaba relatar partidos de fútbol, soñaba con ser como Fioravanti o José Maria Muñoz.
Hacia bocina con las manos y comenzaba: “Lleva la pelota Antonio Ibarra, el temperamental número 5 de la Liga Escobarense de Fútbol; levanta la cabeza y toca para ‘Lito’ Herrera, de primera toca a la izquierda para Robertito Krausse que se proyecta por la punta, amaga por afuera y engancha para Pajarito Sprello, que arrojando la pelota afuera de la cancha pide cambio de balón…”.
El cambio de pelota que ‘Pajarito’ pedía era debido a que la naranja amarga con que veníamos jugando se había roto toda, y el campo de juego era toda la Calle Real (hoy Tapia de Cruz), que era una de las pocas calles asfaltadas e iluminadas y por donde “la pelota” podía rodar suavemente.
Volvíamos de ver la tele en casa de ‘Fito’ Morales, que tenía uno de los pocos televisores que había en Escobar. ¿El programa? “El Hombre que volvió de la Muerte”, con Narciso Ibáñez Menta, que por entonces acaparaba la audiencia y nos tenía en vilo.
Como un mecanismo de autodefensa, para mitigar el miedo, nos pusimos a jugar a la pelota por la calle.
“…Lleva la pelota el ‘Bagre’ Herrera… de taco para ‘Mate Cocido’… toque de primera para el ídolo escobarense, Juan Carlos Villalba, el juvenil numero 10, que con sólo 14 años debuta en primera división… La pisa con gran calidad, gambetea, la acaricia y la tribuna enloquece con la habilidad del pibe de oro…”.
Este último párrafo del relato no es verdad, nunca existió, pero Juancito Deandrea sí, y seguía relatando como poseído por el espíritu de Fioravanti. “… ‘Mate Cocido’ para Villalba, Villalba a la derecha para ‘Cococho’ Álvarez (a Guillermo Álvarez le decíamos ‘Cococho’ en referencia al gran jugador de la selección uruguaya); ‘Cococho’ recibe la pelota y se perfila para enviar un centro al área. Levanta la cabeza, la pisa… la pisa… la pisa…”, y mientras las semillas de la naranja se escurrían entre los dedos del pié, golpeándose la frente, ‘Cococho’ gritó: “¡¡Ya sé!! ¡¡ Ya se !!”.
III
Mientras se lavaba los pies en la canilla de la plaza y parsimoniosamente se sacaba las semillas de entremedio de los dedos, parecía disfrutar de nuestra impaciencia.
– Dale Guille…hablá, dijo el ‘Bagre’.
Con la tranquilidad de quien sabe que tiene una carta ganadora, al tiempo que se ponía las zapatillas, preguntó:
– ¿A qué le tiene mucho miedo Susana?
Nos miramos intrigados. Guillermo sonrió. Hubo un instante de silencio, hasta que el ‘Negrito’ Ibarra dijo:
– Má… qué se yo… ¡a la concha de tu hermana!
Las carcajadas resonaron en toda la plaza.
– A los muertos, dijo Guillermo, una vez acalladas las risas.
– Es verdad, agregó ‘Mate Cocido’. Cada vez que pasa un coche fúnebre se encierra en la pieza.
– O se tapa los ojos para no mirar, acotó ‘Pajarito’.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
Guillermo retomó el control de la situación y, manejando el suspenso que había creado, prosiguió:
– ¿Qué programa fuimos a ver hoy?
– “El Hombre que Volvió de la….”
– Bien -interrumpió Guillermo. El próximo programa se llamará “Alejandro, El Viejo que Volvió de la Muerte…”.
IV
La angustia que el tema generaba en Susana tenía, evidentemente, un trasfondo psicológico que estábamos dispuestos a aprovechar al máximo.
Hoy, después de muchos años, y conociendo las circunstancias que provocaban aquellas reacciones, pienso que fuimos tremendamente crueles con ella, pero en aquella etapa de nuestra edad era utilizar las mismas armas que ella para beneficiarse con la muerte del viejo.
– Lo primero que hay que hacer, dijo Guillermo, que parecía tener todo bajo control, es afanarle una sandia al ‘Pelado’ (el ‘Pelado’ era Alevatto, que casi todas las noches dejaba el camión cargado en la puerta de la casa para salir temprano hacia el mercado).
– Voy yo, se apresuró a decir “Mate Cocido”, que tenía una predisposición natural y espontánea para ese tipo de tareas.
La misión no era fácil, porque el ‘Pelado’ dormía pegado a la ventana y con el “chumbo” debajo de la almohada (según decía él).
– Enseguida vuelvo, dijo “Mate Cocido”, que parecía incentivado por el desafío.
V
Apenas habíamos llegado a la esquina del ombú (25 de Mayo e Hipólito Yrigoyen) cuando vimos que “Mate Cocido” venía riendo a carcajadas y moviéndose a lo Isabel Sarli con dos sandías debajo de la remera.
Dos certeros naranjazos sobre el techo del gallinero fueron suficiente para que el ‘Pelado’ se distrajera la fracción de tiempo que nuestro amigo necesitaba.
Isabel Sarli era el símbolo sexual de la época, y que “Mate Cocido” se contoneara acariciando las dos sandias nos calentaba tanto como ir al cine.
Advirtiendo el peligro que corría, dejó las sandías en el suelo y empezó a reír como un loco. Con habilidad propia de un artesano, “Pajarito”, siguiendo las indicaciones de Guillermo, se puso a tallar la sandía, que en pocos minutos quedó convertida en la máscara deseada.
– Ya está, dijo satisfecho mientras comía el resto de la fruta.
La ansiedad nos hacía reír y transpirar. Susanita iba a tener su noche de brujas, muchísimos años antes que la moda Halloween llegara a la Argentina.
VI
“Don Goyo”, el papá de Susanita, manejaba el regador municipal. Como vivía justo enfrente de mi casa, mi calle estaba siempre bien regadita, salvo cuando se peleaba con alguna vecina y nos aplicaba “la ley seca”; dejaba de pasar por 15 ó 20 días, hasta que la polvareda se hacía insoportable. “Así no salen a la calle a chusmear”, decía el viejo y se reía.
El regador tenía dos pasadas principales: a las 17 y a las 22. Esta última era la preferida de todos los vecinos, porque podían sacar una silla a la vereda o abrir las ventanas, y era también la preferida de “Don Goyo”, porque apenas doblaba la esquina cortaba el chorro de agua y aceleraba hasta el “Boliche de Miro”, para jugar al truco y tomarse algún vino.
Total, del recorrido: 1 Hora. Ese era el tiempo que disponíamos para llevar a cabo nuestro plan.
Envuelto en una sabana vieja, con la sandía arriba de la cabeza y la luz de la vela que se movía por el viento, el “Bagre” Herrera avanzaba despacito por el patio de Susanita. Su aspecto era fantasmal (para aquella época y para esa etapa de nuestra edad, era algo aterrorizador).
– Susanita… Susanita…, decía el “Bagre” con voz grave y temblorosa
– Soy el viejo Alejandro… He venido a buscarte.
– ¡Nooo! ¡Nooo!, gritaba Susanita, espantada por aquella aparición.
– Entonces no juegues más con los varones… o te llevare conmigo…
– ¡Nooo! ¡Nooo!, fue lo último que escuchamos antes de salir corriendo.
– Se murió… Se murió, gritaba Juancito Deandrea, que se había quedado mirando por la ventana y la vio caer al piso.
VII
Desde el techo de mi casa y conteniendo la respiración, observamos cómo “Don Goyo” la sacaba en brazos hasta la bomba de agua y la hacía reaccionar.
Un rato después, el Káiser Carabela del doctor Campiglia se detenía en la puerta.
– Llevala de alguna de esas viejas que curan el susto, che, le aconsejó el doctor, que no quiso cobrarle porque “era una pavada”.
El domingo teníamos un desafío con los de la calle Charlone (un partido bravo) a jugarse en nuestra calle, con pelota de cuero número 3.
Todos los vecinos viendo el partido y Susanita, con vestidito rosa y zapatillitas blancas, miraba desde el umbral de la casa.
– ¡Susanitaaa!, gritó el guacho del bagre, ¿querés jugar?
– No, gracias – dijo Susanita.
Doña Isolina comentó: ¿Viste Porota qué juiciosa está la nena de “Don Goyo”?
La vieja Porota acercó su silla a la de Isolina y murmuró:
Para mí, que se hizo “señorita”.
Fin
¡Ah!, ese día ganamos 2 a 0 (el primero lo hice yo).
Realizador cinematográfico, guionista y escritor