COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar AGUILAR

 

GRUPO DE ARTILLERÍA DE DEFENSA AÉREA 601

Testimonio del Mayor D. Fernando Ignacio Huergo

Última Parte

Combinaron aviones de sus propios portaaviones (Sea Harrier) con aviones de la Real Fuerza Aérea (Harrier), ambos de características técnicas similares. Luego, lo predecible, los lanzadores de misiles, cañones y radares antiaéreos propios se constituyeron en objetivos militares para la aviación británica. Este hecho constituyó la evidencia más concreta, estábamos los artilleros antiaéreos combatiendo en forma eficiente.

El 02 de junio en horas de la tarde, la sección de cañones antiaéreos que se encontraba a mi comando fue alertada sobre la presencia de aviones enemigos. Nos encontrábamos físicamente a 400 metros al sur de la pista del aeropuerto de Puerto Argentino, situado en el extremo este de la ciudad. No muy lejos se encontraba emplazado el lanzador de misiles «Roland», exactamente a 4000 metros al oeste de mi posición sobre el camino que unía Puerto Argentino con la pista del aeropuerto que defendíamos. Al comando del lanzador antiaéreo estaba el Teniente Primero Carlos Leónidas Regalini. El también había recibido la correspondiente alarma y estaba alistado con todo su potencial de misiles tierra-aire para contrarrestar un posible ataque aéreo.

El día se presentaba con cielo despejado y una suave brisa corría desde el sudeste. La mañana del 02 de junio había sido toda británica en el firmamento malvinense. No habíamos tenido ni la mínima posibilidad de hacer uso de nuestras armas antiaéreas. La pista de aterrizaje no había constituido una prioridad del día como objetivo para los aviones británicos. Sus vuelos eran ejecutados con misiones de reconocimiento a gran altura y las alarmas que recibíamos se dilataban como amenazas ciertas. La espera y la ansiedad eran insoportables, pasábamos de la tensión al descanso y del descanso a la tensión. Íntimamente deseaba una oportunidad de combate más con todo lo que ello podría implicar.

La alerta recibida se transformó súbitamente en una amenaza real, al fin tendríamos la posibilidad de combate del día. Desde el radar de vigilancia antiaérea actualizaron la incursión del enemigo aéreo: «… dos aviones de combate Sea Harrier aproximándose desde el este a 50 kilómetros del objetivo defendido». Pista de aterrizaje de Puerto Argentino, velocidad de los aviones: 700 km/h, altitud: 300 metros sobre el nivel del mar. Los datos fueron recibidos claramente por el Teniente Primero Regalini a cargo del lanzador de misiles «Roland» y por mi sección. Los aviones se dirigían hacia el objetivo que estábamos defendiendo, y en ese instante puse toda mi atención en el comando de mis hombres y en el sistema antiaéreo que operábamos. Por supuesto que me olvidé por completo de la existencia misma del «Roland».

Dos Harrier en pantalla

Los aviones se reflejaron en nuestro radar, eran dos hermosos FRS 1 Sea Harrier británicos. Se desplazaban en forma imponente de acuerdo con la información que habíamos recibido. El primero de los dos, en el orden de ataque, no se definía como un blanco rentable para nuestros cañones antiaéreos, entraba y salía del alcance óptimo. Si disparábamos, consumíamos munición inútilmente. El segundo incursionó con mayor decisión exponiéndose al alcance de nuestros cañones. Se encontraba a 3500 metros volando en dirección este-oeste y a unos 400 metros sobre el nivel del mar. El Teniente Primero Armando Nicanor Arce, mi jefe directo, tomó la decisión al evaluar que era el momento oportuno, de abrir el fuego. Simultáneamente, el Teniente Primero Regalini había seleccionado como blanco a combatir al mismo avión británico sobre el cual habíamos abierto el fuego nosotros. Disparó el misil «Roland» que inició un rápido vuelo tras la aeronave enemiga que se encontraba a 7200 metros. La expectante presencia de otros combatientes argentinos que observaban en silencio daba marco a la situación que se vivía.

Un impacto directo

El avión enemigo, atacado por ambas armas antiaéreas simultáneamente, ejecutó una maniobra ascendente, rápida y brusca, como elevando su «nariz» hacia el cielo. Con ello, su piloto logró evitar la ráfaga de proyectiles de los cañones antiaéreos de la sección a mi comando, pero no pudo evitar que el misil impactara de lleno sobre la parte derecha del fuselaje, partiéndose, literalmente, en dos. Junto con el clamor victorioso de las tropas, observamos eyectarse al piloto de la aeronave cuyo paracaídas se abrió a la perfección y le permitió caer lentamente en las aguas del océano Atlántico, a unos 3000 metros al sur del faro San Felipe (se encuentra en el extremo este de la pista de aterrizaje).

Minutos más tarde, dos helicópteros de salvamento de la marina británica sobrevolaban la zona marítima en búsqueda del piloto derribado. Permanecimos respetuosos de las leyes internacionales de guerra presenciando la búsqueda que se desarrollaba. Hicimos votos para que la misma resultara positiva, con la esperanza plena de que pudieran rescatar a nuestro ocasional enemigo con vida. De acuerdo con lo publicado en las «Lecciones de la Campaña de Malvinas» (documento oficial británico sobre la guerra) en el anexo C «Ship and Aircraft losses», (Barcos y aeronaves perdidas en combate 02 de junio de 1982) figura un avión Sea Harrier.

Esta acción concreta de combate antiaérea fue solamente una de otras tantas libradas por las armas antiaéreas del Ejército Argentino, en la batalla de Malvinas. Fui testigo de ello y vaya mi relato como testimonio para otras generaciones. Bien puedo contestar al finalizar mi relato aquella pregunta inicial en forma afirmativa. Realmente estábamos correctamente adiestrados para operar los recursos técnicos que la ingeniería electrónica había puesto en nuestras manos y la Nación Argentina confiado… pero hoy debo agregar que tenemos además la experiencia invalorable del combate y el deber de ser más idóneos en nuestras actividades específicas.

 

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