COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar AGUILAR 

EL REMISERO QUE INVESTIGÓ UN CRIMEN DE GUERRA EN MALVINAS 

Primera Parte 

Es el de un conscripto argentino, herido en las piernas, ejecutado por un paracaidista inglés de un tiro a la cabeza luego de la batalla de Monte Longdon. Junto al Centro de Excombatientes de La Plata, Javier García logró aportar nuevas pistas y testigos e identificó a la víctima casi tres décadas después del hecho. Su gran archivo sobre el conflicto bélico es fuente de consulta de especialistas. 

A 30 años 

Treinta años atrás, el 14 de junio de 1982, los disparos cesaban en las islas y terminaba la Guerra de las Malvinas. Tres días antes se había librado la batalla más cruenta, la de Monte Longdon. Se inició en la gélida y lluviosa noche del 11 de junio con el ataque de 600 paracaidistas ingleses que doblaban en número a sus oponentes y eran apoyados por fuego de artillería. Finalizó a las 6:30 de la madrugada después de un combate que incluyó luchas cuerpo a cuerpo con bayoneta calada. El trágico saldo: 29 muertos, 50 heridos y 121 prisioneros del lado argentino. Y 23 muertos y 47 heridos del otro lado. «No podía creer que esos adolescentes disfrazados de soldados nos estuvieran causando tantas bajas», recordó el comandante inglés Julián Thompson.  

El peso de ese combate lo llevó el Regimiento de Infantería 7 de La Plata, que perdió a 36 hombres durante del conflicto bélico, la mitad durante esa batalla sangrienta. Ya en una mañana de sol, mientras el grueso de los argentinos retrocedía 5 km hacia Wireless Ridge y los que habían sido capturados cavaban fosas o eran obligados a levantar las minas a punta de pistola, al menos uno de los soldados fue ejecutado por un paracaidista inglés. Ocurrió cuando los británicos revisaban una por una las posiciones enemigas donde se ocultaban o resistían los efectivos que no habían logrado retirarse a tiempo y quedaron atrapados detrás de la vanguardia de los boinas rojas. 

–En medio de esa confusión, con parte del regimiento replegándose y muchos grupos dispersos, sucedió el crimen que violó la Convención de Ginebra sobre el trato a los prisioneros de guerra. Hay testigos argentinos, hay testigos ingleses –señala Ernesto Alonso, flamante titular de la Comisión Nacional de Excombatientes e integrante del Cecim, el centro que nuclea a los veteranos de La Plata. Aquella madrugada, recibió la orden de abandonar la posición juntos a sus compañeros: quedarse en ese monte era el pasaporte a una muerte segura ante el avance de esos paracaidistas británicos mejor armados, mejor entrenados, mejor alimentados y famosos por su culto al coraje y la violencia extrema. 

«¡Mamá! ¡Mamá!» 

Tres ingleses reconstruyeron aquel combate en dos libros publicados en los años ’90. El primero de ellos, de 1992, fue «Viaje al infierno», de Vincent Bramley, un cabo del Regimiento de Paracaidistas que denunció por primera vez en el Reino Unidos las ejecuciones de soldados argentinos en las islas.  

«De pronto, se oyó un grito desgarrador: ‘¡Mamá! ¡Mamá!’. Después de un disparo, vimos a un argentino cayendo barranca abajo. El oficial al mando se levantó de un salto cuando oyó más gritos y vio como un soldado moría de un tiro en la cabeza. Un grupo se acercó al lugar. Abajo, nuestros compañeros enterraban a unos argentinos ‘muertos en combate’, a los que habían llevado ahí con ese fin. Quise ver más, pero el capitán Mason nos llamó a Johnny y a mí: ‘Dejen eso. El oficial se encargará de estos desgraciados'» –relató Bramley en el capítulo dedicado a Monte Longdon.  

«¿Qué hago con éste?» 

El segundo libro fue «Muchachos de ojos verdes», del exoficial de inteligencia e historiador militar Adrián Weale y el periodista Christian Jennings, publicado en 1996. Esa investigación fue más allá al identificar al asesino, el corporal (primer rango de suboficial) Gary Sturge.  

Esto declaró el capitán Mason: «Sturge estaba temblando, en el borde de la tumba. Pensé que iba a dispararme. Tenía la pistola de un oficial argentino con la que había realizado la ejecución». Los autores agregan que al advertir que el inglés lo iba a asesinar, el soldado le mostró su crucifijo como un último y vano pedido de clemencia. 

En 2006 –Hugh Bicheno, historiador y ex miembro del Servicio de Inteligencia Británico M16– aportó otros estremecedores detalles en «Al filo de la navaja, la historia no oficial de la Guerra de Malvinas». 

Éste es el tramo central del relato: «Cuando la compañía A trasladaba a los enemigos muertos con ayuda de algunos prisioneros a una fosa común en la ladera norte de la colina, Sturge se apareció con un argentino herido, al que el sargento mayor Munro le había disparado en la pierna poco antes. ‘¿Qué hago con éste?’, preguntó Sturge. ‘Póngalo con los otros’, replicó Munro, y Sturge le pegó un tiro en la cabeza con una automática calibre 45 que había encontrado en el puesto de mando de Carrizo Salvadores. Los altos mandos de la compañía de apoyo estaban cerca y corrieron a desarmarlo. Cuando Mason le preguntó por qué lo había hecho, Sturge balbuceó que el soldado era un francotirador, por lo que es probable que su mente extenuada lo haya considerado una manera de vengar las muertes de Hope y Jenkins en Wing Forward».  

Hasta hace poco no se sabía quién era el soldado ejecutado por Sturge. La investigación de un remisero de La Plata que había leído estas denuncias y luego desarrolló su propia pesquisa logró desenmarañar esta dolorosa historia.  

«¿No ves que estamos ganando?» 

Javier García tenía 13 años durante esa guerra que lo conmovió. Como tantos otros, cayó en la trampa de una dictadura militar que se montó sobre una causa de impacto emotivo garantizado para intentar perpetuarse en el poder cuando el país empezaba a dar síntomas de querer dejar atrás a ese régimen despótico y cruel. El cerrojo informativo hizo el resto. 

–Yo discutía mucho con mi viejo. Él me decía que no había forma de derrotarlos y yo le contestaba furioso. «Cállate, sos un inglés, ¿no ves que estamos ganando? Miré muchas horas aquel programa de Canal 7 para juntar plata, ese que condujeron Cacho Fontana y Pinky. Y doné… Con el tiempo me di cuenta de cómo fueron las cosas. Y empecé a comprar libros, diarios, revistas sobre la guerra para informarme, para entender. Hacía changas para pagarlas –cuenta del otro lado de la línea desde su casa en La Plata. Su voz suena clara y entusiasta mientras su mujer prepara la cena y sus dos hijos aun no volvieron de trabajar y estudiar. Ahora, a los 42, se gana la vida al volante de un auto, el oficio que siguió al de fletero y al de empleado de YPF hasta su privatización. Continúa… 

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