Un hacendado llamó al vecino para pedir una herramienta prestada. Al llegar al portón, el vecino dijo: «Disculpe por demorar un poco; estaba haciendo mis oraciones».
El hacendado, un incrédulo burlón, preguntó: «¿Cómo sabes qué existe un Dios?» El vecino explicó: «Vea allí en la calle. Un hombre pasó por aquí. Yo no lo vi, pero sé que pasó a causa de las marcas que dejó de sus pasos. Yo nunca vi a Dios y ni oí su voz, pero, al mirar en rededor veo, en la naturaleza, las marcas de su existencia. Yo necesitaría de más fe para rechazarlo de lo que para aceptarlo.»
En todos los lugares y en todos los momentos, sentimos la presencia de Dios. Si una leve brisa toca nuestro rostro, sabemos que Dios está presente. Si bebemos un vaso de agua, agradecemos a Dios por darnos esa posibilidad. Si el sol nos calienta del frío y alumbra el camino por donde pasamos, vemos como Dios cuida a nuestro bienestar. Si miramos los cielos, las estrellas, los bosques, los mares, los ríos, las bellas flores que perfuman los jardines, tenemos la plena convicción de la existencia de Dios, que todo creó para nosotros.
Algunos piensan que Dios es apenas para un momento de cura, para una búsqueda de prosperidad, un protector para nuestros momentos de inseguridad. Es todo eso, sí; pero es mucho más.
¿Qué sería de nuestras vidas si Él no estuviese a nuestro lado, alegrando nuestros días, consolándonos en los momentos de decepciones, dirigiendo nuestros pasos para que tuviésemos una vida abundante y feliz?. Es nuestro mejor Amigo, el Consejero que tiene siempre una palabra para nuestra motivación. Para cualquier lado que miramos, vemos a Dios. Y hasta cuando nos miramos en el espejo y vemos nuestra imagen, engrandecemos su nombre porque nos creó.
Sabemos que Dios existe. ¡Ésa es la razón de nuestra felicidad!
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires) recibe un abrazo, y mi deseo que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo, y derrame sobre ti, mucha Prosperidad, Amor, y Paz.
Claudio Valerio