En medio de tantas ocupaciones, nos vemos en la necesidad de encontrar un espacio silencioso donde poder orar.
San Francisco de Sales también hace énfasis en la importancia de poner en práctica la oración mental, al tiempo que nos ocupamos de cumplir con nuestras labores diarias. Para ello nos aconseja que hagamos uso de un método que es breve y simple: Poner en práctica la oración del corazón… Tomemos un momento cada día, preferiblemente y de ser posible temprano en la mañana, ya que a esa hora la mente está menos distraía y despejada después del descanso de la noche.
Presentarnos ante Dios y recordando que El se halla presente de manera muy especial dentro de nuestros corazones, en el centro mismo de nuestro espíritu. No nos afanemos por tratar de decir muchas cosas, simplemente hablemos con el corazón. Un solo Padre Nuestro que recemos con verdadero sentimiento vale mucho más que si repetimos varias oraciones mecánicamente y a prisa. No hay que preocuparse si no se pudo terminar la oración que se ha empezado a decir en voz alta. Una vez que nuestros ojos se enfoquen en Jesucristo durante la meditación, todo nuestro ser se llenará de Él.
Entonces aprenderemos de Su manera de ser, y moldearemos nuestros actos en base al ejemplo que Él nos ha dado.
Durante la meditación tratemos de seleccionar algunos de los pensamientos que hayamos tenido y que más nos hayan gustado, o que sintamos que mejor se adaptan a nuestro propósito de convertirnos en mejores personas.
Reflexionemos sobre estos pensamientos con frecuencia a lo largo del día. Adoptemos decisiones puntuales con el fin de rectificar nuestras actitudes.
Durante el transcurso del día, y con sumo cuidado, busquemos oportunidades, pequeñas o grandes, que nos permitan poner en práctica las resoluciones que hemos establecido. La oración ilumina nuestra mente con el resplandor de la luz de Dios, y expone a la calidez de Su amor celestial nuestra habilidad para tomar decisiones.
Nada más efectivo que el amor de Dios para purificar nuestros pensamientos de la ignorancia y de nuestra obstinación por los afectos desordenados. La meditación hace que todos los buenos deseos que germinan en nosotros crezcan y florezcan, y nos ayuda a saciar las pasiones excesivas que se despiertan en nuestros corazones.
Cuando nos acercamos a nuestro Salvador a través de la meditación y obedecemos Su palabra, sus actos y sus afectos, por Su gracia aprendemos a hablar, a actuar y a lograr que nuestra voluntad se asemeje a la suya.
(Tomado de los escritos de San Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota)
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi deseo que la vida te sonría y te permita prosperar en todo, y derrame sobre ti Salud, Paz, Amor, y mucha Prosperidad.
Columnista, escritor, historiador e investigador