Ambrose Bierce define los celos como el miedo que uno tiene de perder al otro, aunque agrega: “si lo perdiera por lo que tiene miedo de perderlo, no valdría la pena conservarlo”.
Los celos tienen su origen en las inseguridades de quién los ejerce. Es una emoción que genera miedo, desasosiego y ansiedad, quien los padece (a los celos) reacciona como consecuencia a lo que percibe como una amenaza.
Controlar, celar o perseguir no se parecen en nada a una actitud que quepa en un vínculo amoroso. Es un acto de posesión del otro. «Quiero que seas sólo mío» implica poner a ese otro en lugar de objeto, de un objeto que está prisionero de «mi amor».
El amor puede ser cíclico.
Se puede amar a una persona, dejar de amarla y volver amar a otra. La cantidad de separaciones o divorcios con segundos matrimonios o parejas da cuenta de ello.
Amar de verdad implica poder facilitar la expansión y el desarrollo de un otro aun cuando eso lo aleje de nosotros. Qué difícil pensar en ser partícipe de la distancia del ser amado:
“Encontrándote contigo mismo tal vez no me elijas, pero te acompaño en ese descubrirte, amándote.”
La otra polaridad es entorpecer ese descubrimiento de quién es ese otro, logrando por un tiempo poseerlo. En esta posibilidad seguro que no estamos amando. Aunque insistamos en engañarnos y creer que sí.
Los celos emergen cuando algo estaba sosteniéndolos en esa pareja. Si tenemos poca o nula comunicación, si abunda la indiferencia o el desinterés, a veces el exceso de actividades, falta de tiempo, la falta de dedicación al vínculo afectivo. Todo ello es tierra fértil para que la semilla de la duda comience a brotar entre los dos.
Uno de ambos, comienza a sentirse invisible, abandonado, dejado de lado.
El celoso teme que cualquier otro que se cruce en el camino de su pareja será mejor, más adecuado, más atractivo, más perfecto. Lo cual es potencialmente real. Debería también ser real que:
“mi pareja me elije y yo la elijo teniendo la libertad de poder elegir a alguien más”
El amor es un acto de libertad. Al menos debería serlo.
Los celos se alimentan de nuestros miedos e inseguridades, «no soy lo suficientemente valiosa/o para que me elijas» no depende de lo que la otra persona haga o deje de hacer. Aun cuando se esfuerce en dar todos los detalles de su día a día, el celoso no estará conforme hasta ejercer un abuso de poder sobre su pareja mediante un control asfixiante.
Todo puede representar para la persona que padece celos un signo de un abandono inminente. Un retraso, un mensaje, una llamada, un «estar en línea». En los casos extremos llegando a una celotipia lo cual es el vértice patológico con sus terribles y a veces irremediables consecuencias.
Reclamamos desde ese lugar ser lo «más importante» y a veces «lo único» para la otra persona. Ello nos enaltece, nos coloca en una posición superior y nos brinda seguridad. Sería saludable reconocer y asumir que: «NO soy (ni debo ser) TODO» para ese otro. Aceptar que somos pares, iguales, nadie está por encima de nadie. «Si te exalto demasiado de alguna forma me disminuyo» y eso puede resultar en miedo e incertidumbre; fantasmas que alimentándose de heridas infantiles se actualizan.
Nuevamente: celos NO es amor…
Estar en pareja debería implicar que nuestra vida tuviera más nutrientes, lograr sentirnos convocados al encuentro, a compartir nuestro tiempo, nuestros espacios, nuestro cotidiano.
Como dice la Oración de la Gestalt, escrita por Fritz Perls:
Yo soy Yo.
Tú eres Tú.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres Tú.
Yo soy Yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos,
será maravilloso.
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a mí mismo,
cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a ti,
cuando intento que seas como yo quiero,
en vez de aceptarte como realmente eres.
Tú eres Tú y Yo soy Yo.
Amar y ser amado debería ser el más supremo acto de libertad.
Counselor Gretel Islas.
