EL COMBATE DE TOP MALO HOUSE
Última Parte
Entonces el Capitán levantó su fusil ordenando cesar la lucha, con un setenta por ciento de bajas, no tenia sentido proseguir la briosa resistencia; sólo quedaban ilesos él mismo, Gatti y los Sargentos Primeros Castillo y Pedrozo. El Teniente Primero Gatti lo imitó:
¡Alto el Fuego!, ¡alto el fuego!.
Miguel Ángel Castillo no se conformó, e instaba:
¡Todavía no se entregue, mi Capitán!
No muy lejos, tirado en la zanja, Losito podía observar que continuaban rebotando impactos en torno a su compañero, posiblemente porque algunos ingleses no se habían percatado del gesto, y gritó desesperado:
¡Gatti, cúbrase; no se rindan. Carajo, porque nos van a matar!
Mi Teniente Primero, le contestaba aquél, no tire más que estamos totalmente rodeados
Horacio Losito no cejó. Dispuesto a morir peleando se preparó para disparar al otro soldado de la pareja que se le acercara, pero ya no pudo hacerlo: la pérdida de sangre se lo impidió y se derrumbó de espaldas al pozo. Plenamente consciente todavía, pudo ver que el enemigo, un hombre bajo, morocho de bigotes, se paraba con sus piernas abiertas sobre el borde apuntándole con su pistola ametralladora, un instante fugaz se encomendó a Dios, esperando morir rápido. Volvió a levantar los ojos y el ingles le intimó:
¡Upyour hand!, ¡upyour hand! (Arriba las manos).
Losito estaba muy débil y el inglés lo notó: dejó su ametralladora, y quitándole el fusil, tomó al oficial por la chaquetilla para sacarlo, del fondo, con palabras de aliento.
No problem. no problem, is the war (No hay cuidado, es la guerra)
Le hizo un torniquete en una pierna y le inyectó morfina de una jeringa descartable que sacó de su pecho, luego de lo cual le pintó una M en la mejilla. Enseguida pidió auxilio para transportarlo.
Sonaban todavía algunos disparos. El Sargento Primero Omar Medina, sordo por las explosiones y atento sólo a su frente, mantenía el fuego, y Gatti le grito:
¡Medina, Gordo. dejá de tirar que nos matan a todos: no ves que nos rendimos!
Cuando el suboficial Levantaba sus manos, volvió a ser alcanzado en el muslo de la misma pierna izquierda por una granada: una herida impresionante, muy grande. Se acercó el Cabo Primero Valdivieso para ayudarlo y fue también alcanzado, cayendo al suelo.
El fuego cesé bruscamente, por ambos lados. Miguel Ángel Castillo no quiso correr riesgos: «Yo me quedé tirado», me relato, «pensé que si me paraba me iban a poner fuera de combate, así que me quedé en el suelo con el fusil al costado». Hasta que llegaron dos tipos a mi lado: apartaron con su pie el fusil, me apuntaron, y por señas me indicaron que me levantara».
Todos los británicos avanzaron para tomarlos. Cada uno de los argentinos permaneció en el lugar en que se hallaba y los hombres de Boswell se apoderaron de su armamento y les hicieron quitar el correaje. Se oían quejidos.
Finish the war, (Terminen la guerra), repetía el jefe británico para abortar cualquier reacción desesperada, aunque el estado de los Comandos argentinos tornaba ilusoria alguna medida más.
A la distancia. Top Malo House concluía de arder.
Al concluir el combate, desde el otro lado del arroyo apareció la otra patrulla británica, gritando, que abrazó los vencedores: 1a patrulla de Haddow, que había observado toda la batalla, avanzó corriendo, agitando una bandera británica como una señal para ser reconocido.
No quisieron correr el riesgo de ser tiroteados por su propio bando en la excitación, con la adrenalina aún fluyendo», indica el Brigadier Thompson.
Los británicos ataron las manos de sus prisioneros mientras los revisaban, y luego volvieron a soltarlos indicándoles que recogieran o sus heridos y muertos. Ellos también comenzaron a atender a los de uno y otro lado, juntando las armas y correaje de aquellos; algunos mantenían apuntados a los Comandos ilesos, El Capitán Rod Boswell, con una libreta en la mano, pasaba lista a voces para conocer sus bajas. Éstas eran relativamente numerosas, dada la iniciativa del ataque y el armamento usado: 5 muertos y ocho heridos, Algunos hombres lloraban en torno a un cadáver que posiblemente fuera el segundo jefe del M. and A. W. Cadre.
Los Comandos argentinos en mejor estado fueron a alzar a sus compañeros. Vercesi pasó junto a un herido inglés muy pálido, de bigote fino, alcanzado en el pecho, que se hallaba tirado en el suelo apoyado en el regazo de un camarada, quien lo saludó murmurando:
Friends. friends. (Amigos).
Los que aparentaban estar más graves eran los Tenientes primeros Brun y Losito, completamente cubiertos de sangre; el Teniente Daniel Martínez fue interrogado para saber si había sido tocado:
No problema,-contestó, ignorante del balazo que habla recibido en un pie. En un grupo estaban reunidos Medina, Valdivieso y algo alejado Losito: se acercó Pedrozo quien se había hecho reconocer como enfermero, con su brazalete ostentando la Cruz Roja colgado de la mano, acompañado de su custodio, y controlando el pulso de Omar Medina, y dijo:
Quedate tranquilo; no tengo nada para darte ahora; esto está coagulando bien. Acordate de soltar el torniquete para que circule la sangre.
Al suboficial lo había vendado un inglés. Otro que se aproximó comenzó a tratarlo con un paquete de curaciones; la hemorragia hizo que el Sargento Primero se desmayara por un momento. Recuperado a poco, fue el Teniente Martínez para cargarlo:
Cómo pesás! A mi no me pasó nada, le explicó, desconociendo aún haber sido también herido, pero al llegar al lugar de reunión, Martínez sintió un dolor como una torcedura»; asombrado, hizo un movimiento y pudo ver que salían borbotones de sangre» según relata. Se quitó el borcegi y la media y comprobó que había alcanzado en el talón una bala de fusil M-l6, sin orificio de salida, uno de los militares británicos comenzó a hablarle, Pedrozo le tradujo: