COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar Aguilar 

EL REMISERO QUE INVESTIGÓ UN CRIMEN DE GUERRA EN MALVINAS 

Última Parte 

Pero mucho antes de saber tanto sobre la guerra, Javier se acercó a los excombatientes platenses nucleados en el CECIM. Con el paso del tiempo se convirtió en colaborador del centro y aquellos muchachos que se jugaron el pellejo en las islas lo adoptaron como uno de los suyos. Y le empezaron a regalar caramañolas, borceguíes, lapiceras, cepillos de dientes y camisetas que habían utilizado en Malvinas, que él colocó en el living detrás de unas vitrinas, orgulloso de su museo. Con cientos de publicaciones argentinas y británicas, la fama de su archivo creció y comenzó a ser consultado por documentalistas, periodistas y cineastas, como los de la película «Iluminados por el fuego», inspirada en el libro del excombatiente Edgardo Esteban.  

36 soldados, ocho enigmas 

En 2007, mientras Javier miraba en el CECIM el cuadro con las fotos de los 36 caídos del Regimiento de Infantería 7, reparó en el hecho de que en ocho casos no se conocían las circunstancias de sus muertes. Recordó las espeluznantes imágenes de cadáveres de argentinos que había visto en el libro de Bramley y pensó que si lograba saber qué había pasado con esos ocho soldados podría saber quién había sido la víctima del crimen. Así comenzó un largo peregrinaje durante el que visitó a excombatientes, conscriptos, suboficiales y oficiales y familiares y amigos de las víctimas para recabar datos. Compró vía Internet el libro que le faltaba leer, el de Weale y Jennings, y le pidió a un amigo que se lo tradujera. Amplió las fotografías hasta el límite de lo posible y las incorporó a su recorrida, que incluyó visitas a varias localidades del conurbano bonaerense y viajes al interior.  

–Me imaginé que todos iban a ser de La Plata. Me equivoqué. Tuve que moverme mucho –dice. Al cabo de dos años ya tenía una idea bien fundamentada sobre siete de esos casos. Y la convicción de que el restante era el soldado que había sido asesinado por Sturge. El cuerpo de ese conscripto aparece en una fotografía publicada en el libro de Bramley, una macabra pila de cadáveres de argentinos. Su rostro exánime de cara al cielo también se observa en otra imagen publicada en Inglaterra que pudo conseguir junto al CECIM. Sturge está detrás, arrodillado y abrazado a otros dos boinas rojas británicos.  

Javier llevó todo el material a un grupo de peritos que trabajan en la capital bonaerense, sin mencionar ni una sola de sus conclusiones. Incluyó la foto del conscripto en vida.  

–Y sin hablar con ellos, coincidieron con nosotros. Me dijeron que creían, en un 99,9%, que era el mismo chico. Para tener una certeza total quieren ver fotos de mejor definición, así que ya se las pedimos a los ingleses. Pero ahora se me complicó: todos los contactos me cortaron el rostro. Debe ser porque se cumplieron 30 años de la guerra –cuenta. 

–¿Le avisaste a la familia del soldado? 

–No, me pareció que no correspondía. Hasta donde pude averiguar, no saben nada. Creo que lo mejor es que lo haga el CECIM. Pero los muchachos quieren tener todo 100% confirmado y me parece bien.  

Por estos días, un equipo de abogados del centro de excombatientes valora la información reunida y evalúa los pasos a seguir. Según el historiador Weale, Sturge fue castigado por sus superiores en las islas y enviado de regreso a Inglaterra separado de sus compañeros tras un juicio militar sumario. Y según la legislación británica, no puede ser juzgado dos veces por el mismo hecho.  

En 2010, al narrar el caso, el diario «Crítica» afirmó que Scotland Yard concluyó que no había evidencias suficientes para juzgar a Sturge, que fue promovido en dos ocasiones antes de retirarse de la fuerza, como consta en el sitio web de los paracaidistas, en el que también figura su apodo, Lou. Su último empleo conocido es en una empresa de seguridad e instalación de alarmas.  

El viaje inolvidable  

En 2010 Javier conoció las Malvinas, invitado por sus compañeros del CECIM. 

–Fue el viaje de mi vida –dice. Caminó con ellos los más de 10 kilómetros que separan Puerto Argentino de Monte Longdon.  

–Es un sendero que te lleva al fin del mundo, todo subida, mucha piedra. Ahí los muchachos tenían sus posiciones. Encontré zapatos, balas, bolsas de dormir, de todo. Y lo más increíble fue que en el aeropuerto me puse a hablar con un excombatiente argentino que me empezó a contar el caso de un soldado que estaba herido en las piernas y como no lo podían trasladar le dijeron que aguantara que buscaban ayuda y volvían para llevarlo. Pero los ingleses tomaron la zona y no pudieron. Estuvo con el chico que nos llevó dos años identificar minutos antes de que lo mataran. En 1993, el cabo Pedemonte había contado el mismo caso al diario «La Nación»–agrega. 

–¿Por qué haces esto?  

–Es la pregunta del millón. No sé explicarlo, pero sé lo que siento. Me duele lo que pasó con esos chicos. Me jode que nos acordemos de las Malvinas nada más cada 2 de abril. Te doy un ejemplo de 2011, cuando volví a viajar a las islas. Iba a ir un grupo de acá, de La Plata, un grupo en el que combatieron todos juntos. Cuando me enteré pensé que tenía que ir sí o sí, compartir esa experiencia con ellos. Así que me lo pagué y fui. Dormimos en unas carpas en Monte Longdon, cerca de la olla de Baldini, en la cima. Le dicen así porque ahí estaba la posición del subteniente Baldini, que era el jefe del grupo. Si hay un tipo que respetan es a él, porque murió con el arma en la mano, en combate. Esa noche estábamos con cascos de minero, de esos que tienen linternas y les pedí que las apagaran. Quería saber si se veía algo. Y no se veía nada, pero nada de nada. Y si yo sentí miedo ahí, esa noche de verano en las Malvinas, me imaginé lo que habrán sentido esos mismos tipos en ese mismo monte 30 años atrás, cuando eran unos pibes y se cagaban a tiros y a bayonetazos con soldados profesionales con armas con miras infrarrojas. Me los imaginé escuchando los gritos en inglés de unos tipos que venían a matarlos, tratando de entender qué carajo pasaba, tratando de saber qué carajo hacer para no morir. Y me emocioné, me emocioné mucho. Creo que por eso hago lo que hago, lo que pasó con estos pibes me emociona –responde. Luego hay un silencio de varios segundos en la línea.  

Antes de colgar cuenta que intentó contactarse por Facebook con Gary Sturge, el asesino del conscripto según las denuncias inglesas: «Vi su foto, ahora tiene barba. Pero no me aceptó, no me quiso como amigo…» 

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