COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar AGUILAR 

El Regimiento de Infantería 4 

En esta oportunidad a mí me corresponde participar en las operaciones en Malvinas como oficial de inteligencia del Regimiento. 4 de Infantería; mi grado es teniente primero. 

Parte VII 

Vivíamos pensando en los detalles: el disparo, una luz, el fuego, el radar, ruidos de helicópteros; es decir, cada uno de nosotros era un radar en potencia. Nos consultábamos y las inquietudes llegaban a la plana mayor y al jefe, y evaluábamos qué estarían haciendo los ingleses en la noche. 

Esa noche, la de nuestro combate final, estaba —digamos— en «corte y costura» haciéndome un chalequito para poner los cargadores, que iba a ser mucho más cómodo, y estaba cosiéndolo. Viene a ser, como digo, un chalequito para colocar todo: cargadores, pistola, etc. Entonces uno puede estar tranquilo comiendo y sin el peso de esos, más o menos, diez kilos. Cuando empiezan los tiros, uno agarra el chaleco y sale corriendo para el lugar de los tiros. Sabe que lleva todo ahí y no el cinturón, por un lado, la pistola por el otro y por ahí se olvida la linterna y todas esas cosas. Así que, con una linda velita de dos centímetros, el último cabito que me quedaba estaba de costurera, en realidad no lo pude hacer antes porque estaba mojada esa ropa: el «chaleco» era una vieja camisa mía. 

Cuando estaba en esto, oigo: Prrr… prrr. -. prrr, es decir, disparos esporádicos como a cuarenta metros abajo. Me pareció que era más lejos sobre todo porque eran esporádicos, por lo reducido del fuego. Al rato, prrr. – – prrr… prrr. Ya por ahí dos ráfagas más, cortas, breves, abajo; ya estaban más cerca, a veinte metros. O sea que ya podía ver entonces por una ranura del agujero donde estaba yo metido que era todo roca y me metía parado, como todos. Éramos ratas realmente, pero por eso pudimos aguantar tanto tiempo la artillería. Por una ranura, repito, traté de ver. Escuché también hablar como a trescientos metros de mí. Gritaban en inglés y gritaban en castellano para el lado donde teníamos los morteros pesados, siempre sobre la dorsal del cerro. 

Esta sección fue la primera atacada y estaba a cargo del subteniente J. que ahora está en silla de ruedas, herido. Evidentemente fue una infiltración grandísima. Por los informes que tengo hasta ahora no puedo precisar exactamente el punto por donde entraron, pero sí sé que entraron por el flanco que teníamos totalmente cubierto, que era el de la costa que iba para Puerto Argentino. Lo teníamos- minado, ese campo minado costó mucho tiempo, costó sudor, costó bajas, y se pusieron esas minas que pesan veinte kilos. Lo que pasa es que es como todo. Aunque a uno le pongan campos minados, si tenemos que atacar, atacamos igual y ya veremos por dónde pasamos. Esa misma determinación —pienso— la tenían ellos. No nos olvidemos de que eran profesionales y actuaban como tales —hablo de gente seria que sabe lo que quiere y lo que está haciendo. No es lo mismo alguien que estuvo un año en la Facultad de Medicina que un médico recibido. Así que ellos actuaban correctamente, pienso, como queríamos hacerlo nosotros. 

Pero esa noche empezó, como digo, ese fuego de distracción debajo de mi pozo y mi problema era que estaba muy próximo. Cuando miré, vi las bocas de fuego, aunque no me tiraban a mí, a Dios gracias, sino que tiraban más arriba hacia la izquierda. Pienso que era para distraernos mientras atacaban a los morteros en un silencio total. Y allí, además de las voces se escuchaban ya el bombazo de una o dos granadas, dos o tres ráfagas de ametralladoras; todo esto siempre en el cerro y no había luna todavía. Se notaba una confusión allá y evidentemente algo pasaba, aunque no sabía exactamente qué. Allá, como digo, a trescientos metros. 

Mi posición, o sea mi pozo, estaba detrás como de un escaloncito de un metro y allí estaba yo. Como a quince metros había una carpa de unos suboficiales que habían puesto ahí su equipo, porque realmente no entraba el equipo de uno en el hueco. 

Entonces, vi que los ingleses que ya estaban a quince metros evidentemente creyeron que en la carpa había gente y se engolosinaron tirándole y tirándole. Se acercaron más hasta que vi que estaban a dos metros de la carpa y, lo peor, que estaban ya casi a mí misma altura. Como yo arriba de mi pozo terna un poncho impermeable, pensé que el brillo del rocío me iba a delatar en la noche pues ya salía la luna y ellos mismos empezaban a tirar con bengalas. Yo había preparado el chaleco con la pistola, los cargadores, dos granadas, y vi que estaban muy próximos. Cuando llegasen a mi altura me iban a ver, a mí me hubiese convenido que estuvieran más lejos para poder salir con más libertad. Además, yo no tenía un arma larga pues era el oficial de inteligencia y tampoco tropa a mi mando pues era un asesor del jefe del regimiento. Entonces, armé la granada y preparé la pistola. Ya estaban casi a mi altura, los escuchaba: estaban ahí no más. 

Tiré entonces la granada hacia la izquierda y escuché plac… plac… plac… plac… y pensé: «No pasa nada… ¡sonamos!», y entonces, hubo un gran bombazo, ¡Brroooommmm! A Dios gracias. 

Oí un quejido, un grito, una mala palabra o no sé qué—fue en inglés— y de ahí no salieron más tiros, pero ya había como cinco armas más tirando. Afortunadamente un poco desplazadas hacia mi derecha, y hacia ahí tiré cuatro o cinco balazos con pistola, así, rápido, prácticamente sin apuntar, en la oscuridad, entre las piedras. Y me preparé a escuchar, ya que lo único que me quedaba en ese pozo era escuchar si alguien se aproximaba y tirar al cuerpo. 

En ese momento escuché más abajo estas armas que estaban más arriba; o sea, se habían replegado al escuchar la granada. No sé qué habrán pensado, pero se fueron para atrás. Continúa… 

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