El adolescente es alguien, un ser humano que busca recuperar el equilibrio perdido a causa de una transformación radical: la pubertad.
Le ha cambiado el cuerpo sin que medie su voluntad, simplemente sucedió. Su ánimo oscila entre alegrías y tristezas que no logra comprender. Las contradicciones lo invaden; amor y odio coexisten en él.
Su única certeza es que dejó de ser el niño que era, pero ¿Quién es ahora? Para responder a esa pregunta encuentra una opción: buscar ídolos a quienes admirar e imitar.
Ser adolescente implica estar incómodo: incómodo fisicamente; con sus hormonas revolucionadas; padeciendo incomprensibles malestares y alteraciones de humor repentinas; los cambios vinculares con papá y mamá… la sensación de soledad.
Arminda Averastury enuncia que el adolescente transita varios duelos en éste camino de ir creciendo y buscando su lugar en el mundo:
-La pérdida del cuerpo infantil: sufre cambios tan rápidos que llega a sentirlo como ajeno, extraño.
– La pérdida de los padres de la infancia: aceptar que ya no son sus figuras idealizadas, aceptar sus debilidades y envejecimiento.
-La pérdida del rol y la identidad infantil: debe renunciar a la dependencia y asumir responsabilidades. Debe reemplazar su identidad infantil por otra, la adulta, que aún está en construcción y eso le genera angustia. No soy pequeño y tampoco soy adulto.
Resulta familiar escucharlos decir: “Nadie me entiende”. Se encierran en su cuarto (cuando es posible y no tienen que compartirlo con algún hermano menor) buscando privacidad, intimidad. Todo lo que el afuera pueda ofrecerle a veces le resulta intolerable, tiene una sensibilidad extrema “a este chico no se le puede decir nada» , comentan los padres.
El adolescente se está formando, construyéndose a sí mismo. No cuenta con garantía alguna. Puede equivocarse, probar y errar. Muchas veces los juzgamos severamente por ello. Olvidamos que alguna vez pudimos sentirnos así.
Es importante tener en cuenta que aún necesita modelos, otras personas en su entorno a las cuales ver como seres completos, maduros. Ellos observan y valoran el coraje de adultos sensibles y auténticos.
Si la intención es poder tener una relación sana con un adolescente, lo primero es presentarnos como seres reales. Reclaman autenticidad, buscan adultos honestos, coherentes, que no se presenten como una fachada. Notan cuando queremos engañarlos.
Reconocen los límites genuinos, cuidadosos y, sobretodo, no arbitrarios. Cuestionan, interpelan, es preciso que así sea. Se preguntan, NOS preguntan… y nos confrontan.
Ya no son los niños“obedientes” y acompañarlos en el desarrollo de su propio criterio es fundamental. Queremos hijas e hijos que sepan distinguir lo bueno, de lo malo, que sean capaces de tener sentido común y buen criterio.
Ya no estamos con ellos todo el tiempo, como cuando eran pequeños. Se manejan en un mundo que a veces puede ser hostil.
Que tranquilidad saber que pueden decir que NO, elegir, cuestionar. Para lograr eso tienen que “ensayar” y eso suele suceder primero en casa, con las personas en quien más confía, sus referentes más inmediatos: padres, familia, docentes.
No es sencillo convivir con adolescentes. Considero que hay que elegir las batallas, no vamos a ganar todas las veces, no lograremos todo lo que nos proponemos. Sostengamos límites claros, coherentes y necesarios. Cada familia debe delinearlos.
Los convoco a no abandonar emocionalmente a nuestros hijos, sólo porque están creciendo y ya no son los niños pequeños, tiernos y amorosos que una vez fueron. No nos idealizan más, no acatan nuestras órdenes o pedidos sin chistar. Lo más sencillo es enojarse, sentirnos frustrados. Sabemos que las dos partes en conflicto sienten impotencia, podemos resonar en ello. Los adultos porque no logramos lo que queremos, que hagan caso, por ejemplo, ellos porque no se sienten ni escuchados, ni comprendidos. Tengamos en cuenta de antemano que una relación de confianza se construye a lo largo de una vida. Si no fuimos capaces de escucharlos cuando niños, prestarles atención, no pretendamos que mágicamente ahora, porque nos preocupa su bienestar de pronto nos compartan todo su día a día. Van a elegir compartir con sus pares, amigos, novios, antes que con nosotros. Aún si hemos sido capaces de acompañarlos durante la infancia con nuestra disposición y respeto de todas formas y necesariamente, deben “separarse” de nosotros para poder crecer de manera saludable.
Algunos padres refieren “ ¿Qué fue lo que hice mal?” En esa instancia es adecuado recordar ( de re-cordare: volver a pasar por el corazón) nuestra propia adolescencia ¿Qué sentimientos nos generaban nuestros padres?; ¿Qué sensaciones nos habitaban?; ¿A quién elegíamos para compartir nuestro tiempo?. Más allá de poder expresarlo o no, esta etapa es una etapa natural, esperable y necesaria.
Lo más importante es tener presente que HOY NO ES SIEMPRE y como otras etapas evolutivas ésta también pasará…
Counselor Gretel Islas.