«EL ATAQUE DEL SUBMARINO NO ES UN CRIMEN, EL CRIMEN ES LA GUERRA”
Según el comandante del barco, el planteo de «crimen de guerra» fue una acción psicológica. Se queja de que por esa acción se llame a los muertos «víctimas» en lugar de «héroes».
El capitán Héctor Bonzo decidió a los 14 años que su futuro era la Marina leyendo un aviso en el diario La Prensa. «No por el mar, sino por la disciplina», aclara. La primera vez que navegó en su vida fue para cruzar en vapor junto a centenas de aspirantes hacia la isla donde estaba la escuela naval de Río Santiago, en la costa cercana a La Plata. Pasó todos los filtros y bautismos, que incluían alimentar las calderas a carbón de las fragatas en verano. Nació su amor por el mar «con ese horizonte infinito» y en 30 años de carrera ascendió hasta llegar a Capitán de Navío. El último buque bajo su comando fue el Crucero General Belgrano, al que vio hundirse en las heladas aguas del Atlántico sur hace exactamente 25 años. Bonzo vivió para contarlo y lo hará cuantas veces se lo pidan. Su vida está encerrada en ese pequeño prendedor con la silueta de «su» barco que lleva abrochado en la solapa izquierda del saco, única marca que sobresale en su vestir pulcro.
Italiano en su carácter para la evocación. Militar orgulloso para declarar que fue «un hecho de guerra» el hundimiento y «nunca un crimen». Enojado si a los 323 muertos del crucero (casi la mitad de los caídos en la Guerra de Malvinas) se los llama víctimas y no héroes. Puntilloso para marcar que hablará sólo y nada más que del crucero, y esquivo para hablar de improvisaciones de guerra o de la Marina dedicada a secuestrar, torturar y asesinar. «Eso es subjetivo, el Crucero es objetivo».
Bonzo es el capitán de un barco que navega en sus recuerdos. Un barco que en la Segunda Guerra Mundial sobrevivió al ataque japonés a Pearl Harbor cuando estaba bajo bandera de los Estados Unidos y se hundió con la bandera Argentina en su mástil cuando Inglaterra se benefició con datos de la inteligencia norteamericana en 1982. Ese hundimiento acaso marcó el primer hundimiento de la vana esperanza de victoria o de la ilusión de paz.
—¿Qué importancia tenía el Belgrano en la flota?
—Importantísimo. Era el segundo buque más importante, después del portaaviones 25 de mayo.
—¿Qué el barco no haya estado operativo al momento del desembarco habla de la improvisación de la guerra?
—(silencio y sonrisa) Como quiera llamarlo. No es lo que yo le voy a decir. No, no, no. Cuando se toma la decisión, algún buque va a estar no operativo, por los mantenimientos rotativos.
—¿Cuándo se enteró de la decisión del desembarco?
—A mediados de marzo se hizo una reunión de comandantes de primer escalón —a cargo de barcos o flotillas— con el comandante de la flota. Yo expuse la imposibilidad del crucero de zarpar ya que estaba en mantenimiento y a corto plazo no podía ser parte.
—¿Y se aceleró el arreglo?
—No, porque los talleres volcaron sus esfuerzos a los buques que iban a hacer el desembarco. Recién cuando zarparon de Puerto Belgrano los buques del desembarco, el 28 de marzo, los talleres se volcaron de vuelta a las reparaciones del Belgrano.
—¿Qué alternativas se barajaron para el rol del Belgrano?
—El Estado Mayor analizó la alternativa de poner al Belgrano en la Bahía de Puerto Argentino y utilizarlo como «fortaleza armada». Pero se descartó porque el buque perdía toda su libertad de acción, no podía ir a cumplir misiones. Además, se convertía en un blanco prioritario de las fuerzas enemigas. Si hubiera estado ahí durante el ataque de la aviación inglesa el primero de mayo al aeropuerto de Puerto Argentino, el blanco hubiera sido el Belgrano. Le descargaban 50 bombas encima. Y el Belgrano tenía su capacidad artillera basada en sus sistemas electrónicos. Tenía un radar fantástico que enganchaba los blancos y mandaba las coor denadas a las torres de tiro. Si una pequeña bomba le quita el radar, lo que le queda es manejar las torres en forma artesanal. Puede disparar, pero pegarle al blanco se hace difícil.
—¿Cuándo estuvo operativo el Belgrano?
—Recién el 13 de abril, once días después del desembarco. Mientras tanto iba recibiendo tripulación. De los 700 habituales pasé a los 1.093 con los que zarpé el 16 de abril.
—¿Qué misión tenía?
—Patrullaje en la zona sur. Habían cruzado dos barcos británicos por el canal de Panamá que podían llegar por el Pacífico y cruzar al Atlántico por el Drake. También, servir eventualmente de defensa del territorio continental.
—¿Cuándo cambia la misión?
—El día 23 yo estaba al norte de la Isla de los Estados realizando patrullaje y prácticas de tiro. Ese día me convenzo de que la guerra es irreversible porque Inglaterra ya mandaba barcos al sur. Tomé la decisión de entrar a Ushuaia, que era mi puerto de reabastecimiento, para cargar víveres, municiones y para que la gente pudiera enviar cartas a su familia. El estafetero, que llevó a las cartas al correo, y yo fuimos los únicos que bajamos a tierra.
—¿Usted escribió cartas?
—Yo no. Tenía a mi esposa y a mis tres hijas, de entre 18 y 20 años, pero no.
—¿Por qué no les escribió?
—Fue una decisión personal. No había… Mis preocupaciones estaban puestas en algo que nada tenía que ver la familia.
—¿Les habló por teléfono?
—Nadie podía hablar por teléfono.
—¿Es cierto que descargaron municiones en mal estado?
—Antes, en la isla de los Estados habíamos realizado prácticas intensas de tiro en la costa sud, incluso con espoletas de combate, que hacen detonar la carga explosiva. También tiro antiaéreo haciendo puntería con el helicóptero del barco, un Aluet. Se le iba disparando a una determinada distancia. Entonces comprobé que había varios proyectiles de 40 milímetros cuyo tracer, que es el fuego que dejan para que el apuntador afine la puntería, no funcionaba bien. Eso fue lo que recambiamos en Ushuaia.
—¿Le dieron alguna nueva misión en Ushuaia?
—Las autoridades militares vinieron a bordo y coordinamos persona a persona cómo sería una eventual defensa aérea del buque y distintas maniobras. Esto era muy importante para mí porque me evitaba enviar mensajes desde el mar. Una de mis preocupaciones era que el enemigo desencriptara mis comunicaciones.
—¿Cuándo zarpó de Ushuaia, qué escenarios tenía?
—Los alrededores de Malvinas y todo el mar Argentino, porque en el mar no hay caminos. Pero yo regresé al patrullaje. El radar tenía un alcance de unas 200 millas náuticas y además utilizaba el helicóptero. Estuve en la zona de isla de los Estados hasta el día primero de mayo. En la tarde del sábado primero de mayo nosotros entramos en el radio de acción de la aviación embarcada inglesa, por eso yo ordené cubrir todos los puestos de combate durante las 24 horas.
—El Belgrano se dirigía a Malvinas y regresó al continente. ¿Por qué?
—La noche del primero hubo una tormenta impresionante, con diez grados bajo cero, olas de cinco metros y vientos fortísimos. Yo tenía orden de acercarme a la flota inglesa por el sudeste, mientras el portaaviones iba por el noreste. Era una operación de pinzas que yo conocí después, ya que entonces yo no sabía más que mi destino. En la madrugada del día dos yo recibo la orden de suspender la operación porque había fallado la pinza debido a que los aviones del portaaviones no podían despegar por la falta de viento. Me ordenan ir a una estación de espera en el mar para una nueva misión. Cuando llegamos a la zona de espera se producen los torpedazos, ya que el submarino nos venía siguiendo.
—¿La orden de disparar fue política o militar?
—Fue una decisión total y absolutamente política, no militar. La decisión partió de Londres, de la residencia campestre de la Primera Ministra (Margaret Thatcher), que estaba reunida con el gabinete de guerra. El Conqueror, que me estaba siguiendo a distancia y bien seguro, pide que repitan la orden porque le pareció algo inaudito, algo extraño. Es ahí donde lanza tres torpedos. Eran las 16 horas.
—La Cancillería Argentina planteó el hundimiento como un «crimen de guerra».
—Crimen de guerra nunca. Fue un hecho de guerra. Los actos de quienes están en la guerra, como el ataque del submarino, no son un crimen. Fue un hecho desgraciada y lamentablemente lícito. El crimen es la guerra. Nosotros estuvimos en el frente de combate y sufrimos las consecuencias. Yo desde el día 30 tenía orden de disparar y si delante mío hubiese estado el submarino que había salido a la superficie por una avería, yo le tiraba con los quince cañones hasta hundirlo. Llamarlo «crimen» fue una acción psicológica de guerra.
—Esa acción llevó a llamar a los muertos «víctimas».
—Eso fue terrible. Ellos son héroes, tan héroes como el Sargento Cabral. Ni yo, ni los que sobrevivimos somos héroes.
—¿Qué piensa al escuchar la palabra «Conqueror»?
—Mi enemigo. Una gran capacidad técnica que no combatió con un buque de su nivel. Fue como un gigante aplastando a un pequeño.
—¿Qué piensa de que el Conqueror haya izado la bandera pirata al regresar a puerto?
—Es una tradición inglesa.
—¿Se encontró con tripulantes del submarino?
—Me encontré con un ex oficial de casualidad. El hombre me pidió disculpas. Yo le contesté: «Comprendido». Con eso no me iba a borrar los 323 muertos. Fue una disculpa protocolar.
—¿Se podían reconquistar las Islas sin el dominio del mar?
—No quiero entrar en cosas subjetivas, depende de tantas cosas… Yo tengo mis ideas, pero no son para este reportaje.
—¿La Armada estaba bien preparada para la guerra?
—Fuimos a la guerra con lo que teníamos. No había otra cosa.