…Y los que tengan dinero, como vos, por ejemplo – dijo el viejo Francisquito, mientras fingía leer la Biblia- y no ayuden a los pobres…
– Vos no tenés plata -lo interrumpió el viejo Bartolo- porque te la gastaste toda con las putas en el Stella Maris (un recordado cabaret escobarense).
…Arderán eternamente en el infierno y serán pinchados en la panza con horquillas al rojo vivo – continuó Francisquito, con la intención de sacarle unos pesos a Bartolo, quien había dejado al descubierto su miedo a morir.
La palabra infierno lo aterrorizaba.
Católica, apostólica y romana había sido, por imposición familiar, su formación religiosa, posiblemente, el miedo por el “castigo Divino”, que los curas de su infancia esgrimían, aparecía ahora, pasados los 80 años de su edad, dejándolo expuesto a la picardía del viejo Francisquito, quien conocedor de esta debilidad, machacaba en ese punto, hasta que el viejo Bartolo, “Por las dudas”, le daba unos pesos.
– Tomá, gastalo con las putas o timbeatelo todo… vos vas a ir al infierno – rezongaba el viejo mientras se alejaba aferrado a su bastón.
Cada domingo al mediodía, se repetía el encuentro entre los viejos, que se sentaban en la mesa del fondo para tomar un Cinzano con soda.
Como siempre, “La Pérgola” era el punto de encuentro de todo personaje.
– Yo trabaje toda la vida, decía el viejo Bartolo, a veces con orgullo y otras como arrepentido.
– Yo no – decía francisquito, siempre con orgullo.
– Che Francisquito, contame: ¿Cómo era el Stella Maris? – Pregunto Bartolo.
Sobre este tema, Francisquito tenía una especial debilidad, sentía por el lugar un afecto muy grande.
– Era Hermoso, más lindo que el Moulin Rouge – dijo Francisquito, que realmente conocía Paris) – tenía un gran cartel luminoso con una copa y una gran botella de champagne vaciándose en ella que parecía mojarte al entrar.
Francisquito entrecerró los ojos y continúo hablando como en un sueño.
– La puerta era giratoria y en cada vuelta cambiaba de color dejando escapar una música embriagadora. (Como si estuviera en trance el viejo se entusiasmaba y levantaba la voz, sin advertir que todos se daban vuelta para ver y escuchar lo que decía) Tenía una barra larguisima, interminable, llena de luces, como una pista de aterrizaje nocturna, pero con luces de colores … Un escenario bajito, lujoso, brillante, donde las chicas hacían Streap, Tease… todas bellísimas, pelirrojas como Rita Hayworth, platinadas como Marilyn, dulces como Audrey Hepburn.
Al abrir los ojos y darse cuenta que todos los habitúes de La Pérgola estábamos escuchando, sin perder la compostura dijo:
-Bueno, ya sabemos que no era así. Pero me gusta recordarlo así, como yo lo vi … cuando entré por primera vez, a los 14 años.
Francisquito había tenido una vida plena de placeres, en su juventud conoció a la legendaria Mistinguette y alternó con famosos personajes como Maurice Chevallier (solía mostrar fotografías en distinguidos lugares de la noche Parisina).
Provenía de una familia adinerada, por sus modales refinados y una simpatía innata, Francisquito era el niño mimado de toda reunión, condición que lo acompaño toda la vida.
El balance final nos mostraba a un hombre adinerado, con miedo a morir e ir al infierno y arrepentido de haber dedicado toda su vida a acumular bienes y no disfrutar debidamente el regalo de la vida.
En la vereda de enfrente, un hombre pobre de dinero, con la satisfacción de haber vivido plenamente sus años vitales.
-Yo no despilfarre una fortuna… yo disfrute una fortuna, no como vos, que viviste de cuarta para que te entierren de primera (como decía Nicolita Melidore) solía enrostrarle Francisquito cuando el viejo Bartolo lo acusaba de no haber ahorrado.
Dos elecciones de vida, dos ejemplos para reflexionar y sacar conclusiones.
Como una ironía del destino, en el cementerio de Escobar, sus dos tumbas están juntas.
Una muy humilde, donde de tanto en tanto, alguna de aquellas “Chicas” del cabaret Stella Maris, deja una flor y otra muy lujosa.
– ¿Che – preguntó Marlen – esta otra tumba de quién es?
– No sé, dicen que es el más rico del cementerio – contesto Monique.
– ¿Venia por el Cabaret…?
– No….este nunca fue!
– ¡Pobre! murmuro Marlen al tiempo que se persignaba.
Realizador cinematográfico, guionista y escritor