Un adolescente estaba acostado en el suelo.
-«Hola, hijo» -dijo una voz –«¿Dónde está tu madre?»
– Está allá, afuera, trabajando en el jardín.
-¿Qué? – exclamó el padre. –«Tu madre no es más tan joven y fuerte cuanto solía ser. ¿Por qué no la estás ayudando?»
– Yo no puedo – fue la respuesta. –La abuela está usando la otra azada.
Cuando dejamos que la desocupación ocupe nuestros días, tanto nos estamos perjudicando físicamente como dejando de ser útiles al ambiente donde vivimos. Nada hacemos y, por eso, nada producimos. Están los otros y reciben su recompensa mientras nosotros, solo podremos lamentar: «Nada tengo», «yo nada consigo», «yo no tengo suerte en esta vida», «mi vida no sirve para nada».
Está escrito que debemos trabajar mientras es hora; trabajar para nuestro sostén. Trabajamos para nuestra satisfacción; trabajamos porque es digno. Bueno es trabajar… Podremos suplir las necesidades, tener buenas compañías, tendremos victorias en todas nuestras iniciativas.
Muchas son las veces en que nos acomodamos creyendo que otros pueden trabajar en nuestro lugar. No vamos a trabajar porque otros allá estarán. No salimos a colaborar, a solidarizar porque muchos otros irán. Nada hacemos, nada aprendemos, nada ofrecemos… Somos vidas allanadas que usan la máscara de buenas personas.
Debemos estar dispuestos y alentados para trabajar ya. Llegará el momento en el que anhelaremos trabajar, pero no será posible.
¡La hora de trabajar es ahora!
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo, y mi deseo de que la vida te sonría y permita que prosperes en todo, y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.
Columnista, escritor, historiador e investigador.