EL AVISO ARA ALFÉREZ SOBRAL EN COMBATE – RELATO DE SU SEGUNDO COMANDANTE DURANTE LA GUERRA DEL ATLÁNTICO SUR
Por Sergio Bazán, CN RS
Parte II
Enseguida se trasladó a los heridos a cubiertas bajas para su atención. Allí, en la cámara y camarotes de oficiales, el médico de a bordo había instalado su puesto de socorro y trabajaba sin pausa junto al enfermero.
Por orden del Comandante recorrí el buque comprobando que, teniendo en cuenta las circunstancias, todo estaba en orden.
El personal continuaba en sus puestos de combate, fueran estos en la sala de máquinas, las armas, los equipos de control de averías, etc.
Observé rostros que denotaban preocupación, pero todos, con disciplina y férrea voluntad, se esforzaban por cumplir de la mejor manera con sus funciones.
Decidido por esta última, se reinició la navegación, tomando en principio como guía la dirección de las olas que, sabíamos, venían del norte.
Más tarde, con la ayuda de brújulas terrestres del equipo de desembarco, en situaciones normales no utilizables a bordo por el desvío provocado por el magnetismo del buque; y con la rosa rescatada de un compás magnético destruido, colocada en la línea central del buque (crujía) entre las cadenas de anclas pretendiendo obtener alguna compensación, se logró tener una idea aproximada del rumbo. Por otra parte el cielo, completamente cubierto, impedía conocer el arrumbamiento en base a las constelaciones habituales.
Durante todo el día 03 se navegó esperando el ataque que dábamos por descontado, pero que finalmente no se concretó. Excepto los vigías, apostados al efecto, todo el personal permaneció bajo cubierta ya que no quedaban armas en condiciones de uso. El interior del buque presentaba un estado realmente precario: en el sector de proa la energía había sido cortada y todo estaba mojado como consecuencia del agua arrojada para combatir el incendio. Tampoco había calefacción ni comida caliente, por lo que el frío se hacia sentir con crudeza.
Horas después, cuando las condiciones de mar lo permitieron, se improvisó un comando en proa. Desde allí, mediante una línea de teléfonos autoeditados se daban las órdenes al timonel, ubicado en el timón de emergencia, en la sala de máquinas.
Entonces tuvo lugar un hecho que a mi entender evidencia el temple de aquella aguerrida tripulación: la Bandera de Guerra del Sobral, por la rapidez con que se sucedieron los acontecimientos no había sido retirada de su cofre y, al momento del combate, ondeaba en lo alto un pabellón de los usados diariamente. Al caer el palo, habíamos quedado momentáneamente sin pabellón. Percatado de ello, un grupo de tripulantes requirió autorización para tomar la Bandera de Guerra e izarla en el lugar más alto que fuera posible.
Concedido el permiso la Bandera se izó al tope de la pluma (brazo de grúa) de popa, en uno de los momentos más emocionantes, sobre todo teniendo en cuenta que a esas horas existían inciertas posibilidades de sobrevivir.
El 04 de mayo a las 09:00 de la mañana, utilizando un transmisor de emergencia extraído de entre los escombros del cuarto de radio, se emitió un pedido de auxilio, con muy poca confianza en su eficacia ya que el equipo estaba dañado y perforado por esquirlas. Por varias horas no obtuvimos respuesta.
Simultáneamente, con una radio portátil común se sintonizaban varias emisoras, principalmente argentinas y uruguayas. Fue justamente una de estas últimas la que dio la novedad del ataque a nuestro buque, e informaba que el Aviso Alférez Sobral había sido hundido por fuerzas inglesas. Lógica fue la desazón que produjo en la tripulación escuchar semejante noticia, al pensar el efecto que causaría en los familiares que, ansiosos, esperaban en tierra.
También se prestaba suma atención a las novedades que se daban sobre el rescate de los sobrevivientes del Belgrano, y nos llenó de euforia enterarnos del hundimiento del buque inglés Sheffield, atacado exitosamente ese día por la Aviación Naval.
A todo esto, una radio de Río Gallegos, en los habituales mensajes que se transmiten para apoyo a la comunidad en la Patagonia, incluyó uno que decía: para el señor Gómez Roca, lo esperamos en Puerto Deseado.
Este mensaje impuesto por la superioridad, que desconocía aún el fallecimiento del Comandante, dio grandes esperanzas y la certeza de que nuestro mensaje había llegado. Al menos, en tierra sabían que en algún lugar continuábamos a flote. Un nuevo mensaje, que esta vez señalaba: al señor Gómez Roca, va gente a buscarlo a la estación, dio la seguridad de que se nos estaba buscando. Después nos enteraríamos que unidades de la Aviación Naval, la Fuerza Aérea y otros buques trataron incansablemente de hallarnos, sin conseguirlo.
A partir de ese momento, cuando se navegaba en niebla cerrada, se efectuaron señales acústicas por medios diversos, como campana, silbatos y hasta disparos con fusil. Se desmontó del palo caído la sirena y, conectándola a una manguera de aire a presión se utilizó como elemento de señalación. Fueron numerosas las veces que alguien creyó ver u oír algo, como el ruido del motor de un avión o helicóptero, una luz o la línea de tierra, pero todo era producto de la imaginación; de los deseos de superar la situación. Al respecto, lo más inquietante era no saber exactamente dónde nos encontrábamos. Se había efectuado una estima, más por la precariedad de medios, adolecía de grandes errores.
Decidido por esta última, se reinició la navegación, tomando en principio como guía la dirección de las olas que, sabíamos, venían del norte.
Más tarde, con la ayuda de brújulas terrestres del equipo de desembarco, en situaciones normales no utilizables a bordo por el desvío provocado por el magnetismo del buque; y con la rosa rescatada de un compás magnético destruido, colocada en la línea central del buque (crujía) entre las cadenas de anclas pretendiendo obtener alguna compensación, se logró tener una idea aproximada del rumbo. Por otra parte el cielo, completamente cubierto, impedía conocer el arrumbamiento en base a las constelaciones habituales.
Durante todo el día 03 se navegó esperando el ataque que dábamos por descontado, pero que finalmente no se concretó. Excepto los vigías, apostados al efecto, todo el personal permaneció bajo cubierta ya que no quedaban armas en condiciones de uso. El interior del buque presentaba un estado realmente precario: en el sector de proa la energía había sido cortada y todo estaba mojado como consecuencia del agua arrojada para combatir el incendio. Tampoco había calefacción ni comida caliente, por lo que el frío se hacia sentir con crudeza.
Horas después, cuando las condiciones de mar lo permitieron, se improvisó un comando en proa. Desde allí, mediante una línea de teléfonos autoeditados se daban las órdenes al timonel, ubicado en el timón de emergencia, en la sala de máquinas.
Entonces tuvo lugar un hecho que a mi entender evidencia el temple de aquella aguerrida tripulación: la Bandera de Guerra del Sobral, por la rapidez con que se sucedieron los acontecimientos no había sido retirada de su cofre y, al momento del combate, ondeaba en lo alto un pabellón de los usados diariamente. Al caer el palo, habíamos quedado momentáneamente sin pabellón. Percatado de ello, un grupo de tripulantes requirió autorización para tomar la Bandera de Guerra e izarla en el lugar más alto que fuera posible.
Concedido el permiso la Bandera se izó al tope de la pluma (brazo de grúa) de popa, en uno de los momentos más emocionantes, sobre todo teniendo en cuenta que a esas horas existían inciertas posibilidades de sobrevivir.
Continúa …