COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar AGUILAR 

El Regimiento de Infantería 4 

En esta oportunidad a mí me corresponde participar en las operaciones en Malvinas como oficial de inteligencia del Regimiento. 4 de Infantería; mi grado es teniente primero. 

Parte VI 

Todo eso se debe a este hombre que nos trajo de todo, nos amontonaba cosas, no nos alcanzaban las manos con que tirarles a los ingleses. Ese era el capitán J.R.F. Este hombre, además, no obstante ser logístico, tomó un jeep de evacuación y llevaba heridos e iba rezando el Rosario de vuelta—bajo el fuego— con los heridos. Y créanme que para un herido que está asustado o lo que sea, en ese momento la palabra de Dios es importante. 

Estos actos se transformaron en algo diario. El soldado que venía con un tacho de comida también era un héroe porque llegaba en una de ésas con la manija sola o con la polenta llena de tierra de las explosiones. 

O, por ejemplo, el soldado S. que en el ataque nocturno que conté que rechazamos, se prendió a una ametralladora y no lo podíamos bajar ni después que se habían ido los ingleses. Seguía tirando. Y el día que aparecía un Harrier, mejor estar en cualquier lugar menos cerca de la ametralladora esa, porque él giraba tirando para todos lados. El único lugar seguro era detrás de él. El combatía contra el Harrier y se olvidaba del mundo; este soldado era un ejemplo. 

Y ni que hablar de la «picardía» de muchos de nuestros soldados. Nuestros víveres calientes, es decir, nuestros zapallos, arroces, fideos, estaban a retaguardia, a muchos kilómetros, porque le tiraban tanto a la cocina que cuidaba mucho ya la comida. Entonces cuando uno traía víveres, traía tal vez mil kilos y llegaba siempre menos porque la diferencia quedaba entre los cargadores: se llevaban su paquetito de polenta, de arroz, de fideos, cada uno la mejoraba a su manera y nosotros hacíamos la vista gorda. Y con respecto a los cigarrillos —yo no fumo nada, aunque ahora sí porque estoy muy aburrido en el hospital—, era una cuestión muy colectiva. El que sacaba cigarrillos convidaba a todos sea quien fuere, jefe o no jefe, no había problema. Y el soldado estaba permanentemente pegado con las múltiples anécdotas y todo lo demás. Pero sí puedo decir que el cuerpo estaba fatigado, no la mente ni el corazón, pero el cuerpo sí. 

El día 12 de junio, creo que fue el 12, ya los veíamos venir; ya habíamos visto efectivos grandes después del desembarco inglés en Bahía Agradable; también nosotros habíamos pedido que atacaran a esos barcos porque los dominábamos con la vista. Este desembarco fue atacado por nuestra aviación, como se recordará, y como digo, nosotros pasábamos información de lo que veíamos. Ahora sabemos que los ingleses trajeron ahí tres regimientos. Una tarde localizamos fracciones que avanzaban y los rechazamos con artillería y morteros. No sé si habrán sido de esas tropas o de otras enemigas. , Para nosotros en ese momento eran todos ingleses para el otro lado. Después sí, al caer herido y prisionero me fui informando de muchas cosas que me dijeron ellos mismos, como qué gente venía marchando, quiénes desembarcaron. En fin, me fueron completando el panorama de lo que había pasado. 

Bueno, así llegamos al 12 de junio, al que sería el combate final para mi regimiento, algo desgastados. Dormíamos acurrucados y cuando se oía un disparo o una bengala salíamos porque más allá de todo uno es director, conductor, pero éstas son cosas naturales de la guerra. 

Llega como digo el combate final, que empezó con ráfagas del lado de la costa, pero abajo del cerro nuestro, creo que fue el 12 repito, después me dijeron en el «Uganda» que era el día en que había venido el Papa; ahí me enteré que había venido y por supuesto debe haber venido Dios con él. 

Antes de seguir voy a resumir un detalle que olvidé decir. Otra vez habíamos cambiado las armas de lugar apreciando más o menos lo que los ingleses pretendían. 

O sea, de acuerdo con lo que el enemigo pretende, el arma no se puede poner en cualquier lugar. Se busca que tenga la mayor protección posible, la mayor posibilidad de disparar, de cubrir la mayor cantidad de terreno posible, aunque siempre va a haber ángulos muertos. Por ejemplo: si yo estoy en una ventana veo muchísimo, pero no veo pegado a la ventana. Ese es un ángulo muerto. Las armas que se cambiaban eran las MAG, los morteros y las 12,7. La 12,7 es una ametralladora que se ve montada arriba de los tanques; son las ametralladoras grandes, muy pesadas. La MAG lo es menos, pero lo que pasa es que la MAG tira mil disparos por minuto. Una MAG reemplaza a un montón de fusileros. O sea que esa MAG vela por diez hombres o veinte o treinta que hay en la sección, pero hay una 12,7 que vela inclusive por la MAG. Esa es la importancia de la 12,7 que, además, es antiaérea. 

Cambiar de posición las armas es aparte de lo que expliqué buscar un lugar, otro lugar dominante desde donde se pueda atacar al enemigo sorprendiéndolo, tal vez por un flanco; es decir, hay que tratar de no ir a la «cara». Si se lo agarra por la espalda, mejor, que ésa es la ley de la guerra. Uno trata de evitar el mayor daño propio posible y provocarle los mayores dolores al enemigo. 

Así que corrimos, como digo, otra vez las armas pesadas y con una oportunidad increíble. Muchas veces uno aprecia, pero no sabe con seguridad si el inglés va a hacer eso; afortunadamente esa noche, en este aspecto estuvimos muy acertados. En otras oportunidades fueron los ingleses los que nos causaron sorpresas a nosotros. 

Nosotros teníamos nuestras vulnerabilidades: estar muy distanciados de Puerto Argentino, ser un efectivo desparramado en un amplio frente; pero dados esos medios y lugar geográfico, tenía que ser así. La misión que se nos había dado era rechazarlo, desgastarlo, provocarle el mayor dolor de cabeza al enemigo. Lo que queríamos era provocarle tanto daño que los ingleses se parasen con la bandera blanca en el monte Kent y ya no quisiesen saber nada más, más o menos eso. No pudimos y al fin levantamos la nuestra, pero la realidad es ésa. Continúa… 

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