COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar AGUILAR

 

A matar o morir en Monte Longdon

Primera Parte

Viernes 11 de junio de 1982 a las 21.05. El estallido de una mina alerta a las posiciones argentinas en monte Longdon. Transcurren unos minutos en silencio y luego se abren las puertas del infierno. Comienza a caer un alud de proyectiles de artillería… mientras centenares de británicos avanzan por todo el frente.

El combate de monte Longdon fue uno de los más cruentos de la guerra de Malvinas, y en su transcurso la sección que más bajas tuvo fue la tercera de la compañía B del Regimiento de Infantería 7, al mando del entonces teniente primero Enrique Eneas Neirotti.

Alto, enjuto, de cabeza rapada y con el sentimiento del drama vivido a flor de piel, el hoy teniente coronel se aviene a hablar conmigo en el hotel mendocino de suboficiales de la Fuerza Aérea.

POZOS DE ZORROS

– Enrique, ¿por qué la primera sección y la segunda combatían desde pozos de zorros y la tuya no?

– Unas horas antes del ataque final, el mayor Carlos Carrizo Salvadores, segundo jefe del 7, me ordena ubicarme entre la primera y segunda sección, porque ya se sabía que avanzaban sobre ese punto, y quería reforzar el área. Salimos de nuestros pozos de zorro y nos ubicamos entre la primera y segunda sección. Ya no había tiempo para hacer las posiciones. Es la principal causa por la cual se producen tantas bajas, porque cuando cae el proyectil pesado de artillería, las esquirlas van a los 360 grados. Si los hombres no están en un lugar muy protegido, es mucho más fácil que los alcancen.

– Sin embargo, después de haber estado largo tiempo a la intemperie, muy adelgazados, en inferioridad de condiciones, tus soldados igualmente pelearon…

– A mí me llama la atención la voluntad de ellos de seguir luchando. Pedro Díaz, por ejemplo, cuando yo le digo que vaya a ayudar al cabo primero Martínez, que estaba con varias esquirlas y un tiro en la pierna, va y lo hace. Ponce también estaba gravemente herido, le digo que se vaya al puesto de reunión de heridos y no hace caso. Lo palmeo y me saca el hombro. Estaba enojado y quería seguir combatiendo. Estaba encarnizado. Eso es así porque uno está compenetrado, le da prioridad al hecho de bajar enemigos. Ponce sigue, a pesar de que el proyectil que había caído muy próximo a él, lo había dejado unos minutos fuera de combate; pierde la orientación, la onda expansiva lo agarra muy fuerte. Me dijo que sentía todos los órganos como si fueran un sonajero, como si estuvieran sueltos. Eran los efectos del proyectil de artillería. Terribles eran los ruidos de las bombas que caían a la derecha y a la izquierda. La tierra vibraba. A la gente que no fue herida, las esquirlas le pasaban a uno o dos metros, de distintos lados.

– ¿Cómo comienza el combate?

– Ellos ya venían avanzando desde las cinco de la tarde, que ya era oscuro. Y el cabo británico Milne pisa una mina antipersonal, que le vuela la pierna derecha. Eso alerta a todo Longdon, es la primera explosión. Sabemos que estaban queriendo subir el monte, muy próximos, a 800 y pico de metros. Oscuridad total, estamos apuntando, pero no vemos, todavía no comenzaba la acción. Pasan unos minutos y empiezan los disparos en la primera sección del subteniente Baldini, ahí él es abatido. Los proyectiles de artillería caen sin iluminantes, seguíamos sin ver. A todo esto, cuando Milne pisa la mina, yo miro el reloj, tenía un cuadrante iluminado: eran las 21:05. Muy pocos minutos después comienzan a caer iluminantes. Desde 40 o 50 metros de altura, con pequeños paracaídas, iluminan el campo de batalla. Unos caían a 50 metros, otros a 100 metros y ahí arranca el combate. Tengo viva la foto de hace más de 40 años…

– Una foto mental…

– Yo tengo una foto mental: ellos avanzaban alternados, eran cientos. Una línea desprolija que avanzaba desde abajo y comenzó con esa repentina iluminación del campo de combate: comienzan a disparar ellos y también nosotros.

– ¿Cientos de ellos y ustedes cuantos?

– 278 hombres.

– ¿Contra 600?

– Contra 600 o un poco más, porque había unos hombres fuera de las fracciones convencionales de infantería. Uno no tiene tiempo de asustarse, aunque por supuesto está la tensión. No queríamos que sigan avanzando, les tirábamos con todo lo que teníamos, se pegaron al piso; yo creo que si tenían una retroexcavadora se metían abajo. Si seguían avanzando, era el combate cuerpo a cuerpo. Y lo hubo: fue la última vez que hubo combate cuerpo a cuerpo con bayoneta calada desde la Segunda Guerra Mundial, no tengo antecedentes de otra. Pero lo más tremendo fue la artillería. Según la estadística, después de la Segunda Guerra Mundial, el 50% de las bajas se producen por los efectos de la artillería.

– ¿Por efecto de la artillería muere el soldado Eduardo Araujo?

– A mi izquierda estaban el cabo primero Martínez y los soldados Araujo, Arrascaeta, Gonzáles y Ponce. Cae un proyectil y volaron los cinco. Arrascaeta, González y Araujo mueren inmediatamente, Martínez y Ponce quedan gravemente heridos, con varias esquirlas cada uno, en la pierna, en la espalda, en la cabeza. Y luego se vienen arrastrando, estaban a unos 12 metros más o menos, para avisarme. Tenían problemas para movilizarse. Aun así, Martínez continúa disparando, le han sacado dos esquirlas, pero tiene cinco esquirlas adentro. Ponce también. Continúa…


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