
OWEN CRIPPA ATACA A LA FLOTA INGLESA EN SAN CARLOS
Parte II
Al llegar a la Ensenada del Noreste miró en todas las direcciones, pero se sorprendió al no encontrar ningún barco allí o en las proximidades. Ni siquiera existía actividad aérea: los Harrier que habían atacado a los helicópteros en las Alturas Rivadavia no estaban en la zona ¿Cómo podían ser que los lanchones de desembarco no contasen con ningún tipo de apoyo, tal como lo había informado desde San Carlos el Teniente Esteban? Por un momento esa situación lo intranquilizó, le creó cierta incertidumbre.
Con esos interrogantes rondando por su mente, Crippa giró a la izquierda y se pegó a la costa, volando a 500 pies de altura y una velocidad de poco más de 300 nudos. Así continuó sin novedad, pero cuando estaba próximo a Punta Correntada, de pronto, algo le provocó un estremecimiento: recostada inmóvil sobre la costa de Punta Roca Blanca, en la boca norte del Estrecho de San Carlos, estaba la silueta inequívoca de una fragata Clase 21. Como el buque no dio señal de haberlo detectado continuó con su navegación siguiendo el contorno de la costa, la que hacia el sur se va elevando cada vez más, tomando la característica de los típicos “fiordos”. Instantes después vio, por segunda vez, unidades inglesas: eran dos fragatas recostadas en las proximidades del Monte Rosalía, al sur de la boca de la Bahía Roca Blanca, en la Gran Malvina. Aparentemente tampoco lo habían detectado.
Cuando desde atrás de un cerro salió al canal propiamente dicho del Estrecho de San Carlos, se encontró, de pronto, con un helicóptero Sea Lynx británico que, como colgado en el aire a unos 1000 pies del agua, estaba aparentemente haciendo detección aérea temprana “de data”, como se dice en la jerga. Crippa, instintivamente, se preparó para atacar: acomodó el Aeromacchi ascendió un poco para no dispararle de abajo hacia arriba, seleccionó el armamento y en momentos en que se disponía a gatillar, vio un buque que estaba en las lenguas de agua que va hacia el puesto de la Estancia San Carlos. En escasas décimas de segundo tuvo que decidirse: el helicóptero no lo había visto y era difícil que o atacara, no iba a tener tiempo. En cambio, el buque además de ser una mucho mejor “presa”, sí lo atacaría. “Me tiro al buque… No es tu destino”, pensó refiriéndose al piloto del helicóptero y giró bruscamente a la izquierda para entrar en picada final de ataque.
Nuevamente acomodo el avión, tomó puntería y apretó el gatillo, pero no salió ni un disparo. Apretó para tirar cohetes y tampoco. Una sensación de amargura e impotencia le hizo pensar. “¡Que bronca! ¡Llegar hasta aquí y no poder hacer nada!” Siempre en picada de tiro, se dio cuenta, al observar el tablero, que había olvidado selectar el “master” de armamento cosa que hizo instantáneamente. Sabía que con cañones y cohetes no podría hundir ningún buque, pero estaba en condiciones de anular, en gran medida, los sistemas electrónicos con que cuentan las naves de guerra modernas. Eso y dejar fuera de combate al buque era lo mismo.
Ya estaba casi encima del barco. Trató de apuntar al puente de comando y a las antenas, hizo los disparos y levantó la trompa de su avión ante la proximidad de la nave, a lo que cruzó por la popa para volver a pegarse al agua y comenzar las maniobras bruscas de zigzagueo. En ese momento comenzaron a tirarle con cañones desde un transporte de asalto tipo Fearless, que estaba a su izquierda. Al mirar hacia ese buque, vio el fogonazo y el humo característicos que se produce cuando se dispara un misil y de inmediato la estela brillante que iba dejando el proyectil a medida que se aproximaba al avión.
A fin de evitar el impacto Crippa intensificó las maniobras evasivas, pero no tardó en comprender la gravedad de la situación: a medida que avanzaba se encontraba con más y más barcos. Para impedir que le tiraran, recurrió a un arriesgado procedimiento, que consistía en meterse entre medio de los buques, que de este modo dejarían de tirar ante el peligro de impactarse entre ellos. En efecto, los ingleses cesaron el fuego momentáneamente, pero lo reiniciaron una vez que su avión había pasado, tratando de impactarlo mientras se alejaba. Se había metido en la boca del lobo.
Volando a plena potencia y esquivando como podía, tanto a los buques como a las esquirlas que se iban formando a su alrededor, enfilo hacia Punta Federal, con la esperanza de alejarse de las unidades inglesas. Pero se equivocó: al “saltar” un cerro, en lugar de esconderse se encontró de golpe con más barcos, ubicados a su derecha, próximos a la Bahía Ruiz Puente. Continúa…