LA POLICÍA MILITAR, OTRO CAPÍTULO DE LA GUERRA DE MALVINAS
Última Parte
Hasta el 1º de mayo cavamos posiciones, pozos de zorros y trincheras en diferentes lugares. Después me mandan castigado al igual que otros compañeros (para el 20 de abril ya teníamos mucha hambre) por robar alimentos en el pueblo. Los responsables fueron el sargento Taponier, una porquería de persona, al igual que un cabo llamado Lancelo, que nos maltrataban todo el tiempo. Ellos nos mandaron a Antares, una planta de combustible de YPF. Antares quedaba en la otra punta del pueblo y era el lugar de castigo de nuestra compañía. Previo baile e insultos, nos hicieron sacar la campera, el poncho impermeable y nos ataron de pies y manos en el piso de la ladera del monte, al lado mío también pusieron a mis compañeros García y el ruso Hinding. Así estuvimos dos días congelados, nos obligaban a hacer la guardia de turno y otra vez volver a ese castigo. Cuando se enteró Berazay de esto, dio la orden para que cada soldado vuelva a su compañía. A mí me mandaron a Moody Brook y después a las afueras de la ciudad pasando el hospital. La comida escaseaba todo el tiempo; recuerdo que cerca nuestro había un lugar que se llamaba la lechería, como yo hablaba inglés me acerqué al señor que cuidaba y nos daba queso, leche y con eso nos rebuscábamos día por medio y lo que nos daban lo escondíamos en el pozo. Mis compañeros fueron Julio Hindig y Rubén Orazi. La mayor parte de la guerra la viví con ellos. Se sufría el hambre. Yo pesaba 89 kilos y volví pesando 70 y pico.
El jefe de la compañía era un pan de Dios, todavía nos sigue mandando cartas para el 2 de Abril agradeciéndonos, nos cuidó como hijos. El salvó a un colimba, Miguel Arias. En un bombardeo se le tiró encima y su campera quedó llena de esquirlas de la bomba, sólo lo alcanzó a rozar. Fue el único que se puede rescatar. El mayor y ahora coronel retirado Roberto Berazay, él es único que me demostró que queda gente honesta en el Ejército. Nunca quiso medallas ni pensiones porque dijo y dice que ese era su trabajo. El resto nos maltrataba todo el tiempo, uno era el subteniente Huergo. Había castigos que consistían en poner las manos en el agua congelada y sino con el teléfono de campaña que funciona como un magneto te ponían un cable en cada dedo meñique y te sacudían corriente, era una especie de picana. Nosotros vivíamos con miedo, pensábamos ¡estos tipos nos van a matar! Estábamos sobresaltados, no dormíamos o lo hacíamos de vez en cuando. Entre nosotros nos dábamos aliento, nos leíamos las cartas de nuestra familia. Pero el maltrato que nos daba el personal de cuadros era terrible. Encima nos dejaban solos porque dormían en lugares cubiertos, no sufrían como nosotros.
La colimba no es la guerra
El 1º de mayo estábamos en los pozos cuando de repente a eso de las 5.45 de la mañana comenzaron a bombardear los aviones y lo que pareció una aventura se convirtió una pesadilla. El cielo por momentos se ponía de color naranja y nosotros no entendíamos nada, lo único que atinábamos era acurrucarnos en el pozo y pedirle a Dios que las bombas no caigan encima. Ese día fue la primera vez que vi morir a alguien. Cuando terminó el bombardeo nos dimos cuenta que los militares nos habían dejado solos. En ese momento comenzaba para nosotros la verdadera guerra, no tanto con los ingleses, sino contra nuestros propios militares que tomaban actitudes que nosotros no podíamos creer.
Luego del 25 de mayo nos mandaron a unos quince soldados a Moody Brook, el antiguo cuartel de los ingleses que quedaba a unos kilómetros del pueblo. No podíamos escribir mucho ya que las cartas tenían que ser visadas por los militares para que no contáramos la verdad que estábamos pasando. Soportábamos todos los días bombardeos aéreos y durante la noche bombardeo naval, hasta los primeros días de junio que comenzó a tirar la artillería. En esos días ya había comenzado a nevar y esto le daba al paisaje otro aspecto, pero el frío no lo podíamos calmar con nada, porque no teníamos la ropa adecuada. El día 12 de junio se veía que el final estaba cerca porque veíamos volver soldados de las primeras líneas hechos jirones, eran como unos espectros y que nos decían que los habían pasado por encima. Venían desgastados física y psicológicamente.
La noche del 13 de Junio nos tocó a nosotros el bombardeo que fue tan intenso que tuvimos que replegarnos hacia las afueras del pueblo donde estaba el hospital. Nuestras defensas bajaron las antiaéreas al ras del piso, eran bolas de fuego que volaban sobre nosotros. Esa noche nunca la voy a olvidar. El ataque final de los tres últimos días fue lo peor de la guerra. Estábamos entregados, dijimos ¡Si nos cae una bomba ya está, no jodemos más y chau! La mañana siguiente nos llega la orden de dirigirnos al aeropuerto para entregar las armas, allí permanecimos toda la noche a la espera de nuevas directivas. Allí hubo un soldado inglés que se dio cuenta que yo tenía una herida en la pierna, se ofreció amablemente a llevarme al hospital donde un médico me curó y me dio raciones para los soldados que estaban afuera. Al otro día nos llevaron a un buque de nombre “Norland” de donde se veía el “Queen Elizabeth” al cual los militares dijeron que lo habían hundido. Los británicos se reían, pero en ningún momento se burlaban de nosotros ya que para algunos podíamos ser sus hijos por la diferencia de edad que había.
A mí y a otros 300 soldados nos tocó dormir en la confitería del buque que era muy confortable, nos daban de comer cuatro veces por día y nos dejaban recorrer el barco en grupos para que el viaje no sea tan pesado. Después de navegar cuatro días les dieron la autorización para amarrar en Puerto Madryn. Antes de bajar un inglés me regaló su boina y una moneda, al descender un militar me la quito y me insultó, el británico desde arriba movió la cabeza en desaprobación y desagrado por esa actitud. Esa misma mañana nos llevaron al aeropuerto, donde subimos a un avión con destino a Buenos Aires. Al llegar fuimos en camiones totalmente cerrados para que la gente no nos vea; fuimos a la Escuela Sargento Cabral del Ejército donde permanecimos encerrados durante 10 días bañándonos ya que durante la guerra en mi caso, solo lo pude hacer una vez. Nos “engordaron” y teníamos terminantemente prohibido hablar de ciertas cosas que habían pasado en las islas.
Luego de transcurridos esos días nos llevaron de noche hasta Plaza Constitución, donde subimos a un tren con las ventanillas totalmente cerradas como si fuésemos delincuentes, al llegar a Bahía Blanca volvimos a subir en camiones cerrados y de allí fuimos al Batallón donde permanecimos un día más, porque al otro día nos levantaron muy temprano para jurar la bandera que habíamos ido a defender por nuestro país sin jurarla. Recuerdo que nos querían cobrar la ropa, eso tampoco nunca me lo voy a olvidar. Tenían que pagarnos los sueldos de todos los meses que nos debían y el sargento Salas que era el encargado del pañol ¡nos quería cobrar la ropa que habíamos perdido en Malvinas! Cuando se enteró nuestro jefe lo quería matar. El segundo no se lo permitió. Al otro día nos dejaron ir una semana a nuestras casas, pero teníamos que regresar para buscar nuestros documentos. Tuvimos que volver caminando con Oscar Bauchi, “El Pistón”, a Punta Alta porque no teníamos plata. A la altura de Agromax nos levantó por casualidad la tía de “El Pistón”. Cuando llegué a casa no lo podían creer, era un palo vestido.