HAMBRE Y ESPLENDOR EN MALVINAS
Historia de un Veterano
Última Parte
En un segundo de ilación racional, recuerdas el cementerio que tanto temías de niño. Sus paredes externas llenas de grafiti irrespetuosos eran una división geográfica entre el mundo de aquí y el más allá. Tu guardapolvo blanco, de pureza angelical, se apartaba de aquel paredón al igual que tus ojos, que hurgaban constantemente la muralla como si ésta pudiera desmaterializarse y engullirte cuando ibas camino al colegio.
Ahora, en la demencia que provoca esta tangible realidad, sueñas despierto con aquella necrópolis con cruces de cemento y árboles secos, con ramas que resulta la imitación más exacta a las manos de un muerto. Deseas aquel sitio de escalofríos pasados como un dulce camastro de roca y lápida donde poder al menos dormir un poco con anhelada paz, una paz que se diluyó de los confines de tu memoria con la misma facilidad con que se pierden algunas preciosas recordaciones de la infancia y nunca más se recuperan.
El segundo silbido se aproxima, otro pie del gigante se está por asentar con su peso de muerte. Ahora más cerca… y el tercero, más aún.
El cuarto paso cae más allá de tu posición; el silbido lo delató con una prolongación sonora. Su persistencia en el aire te apacigua esos segundos. Tu oscuridad, tu desesperación, están caladas en la tierra al abrigo endeble de un pozo que no es otra cosa que un efímero resguardo. Tu tranquilidad sucumbe entre dos pies descomunales que se posan con malicia destructora y una fatiga que te envuelve en el deseo de caerte encima y destruir tu sueño de seguir sintiéndote real. En el medio de los pies estas tú, diminuto y precario, abrazado al cordel invisible de la desesperación.
La quinta pisada cae más lejos. Y cuando el silencio vuelve como la pausa necesaria para justificar un nuevo comienzo, cinco estampidos, puntuales, equilibrados entre sus espacios de tiempo, vuelven a recorrer la distancia para mutarse en el gigante de pies arrolladores. Y no puedes llorar, y no puedes pensar; apenas te aferras al patético cimiento de tus fuerzas cautivas por el dolor y el miedo, y, dentro de la oscuridad de la trinchera, sientes que la palabra soledad, que antes te deprimía, te devastaba, ahora es demasiado poco para justificar un llanto.
Allí estás, soldado de la patria, argumentando un orgullo que, con suerte, a través de los años, se figure como un orgullo ajeno. Allí estás… Tieso y acurrucado, con temblores en el cuerpo y agobio de limites desconocidos que aún no sabes si serás capaz de soportar. Pero no tienes tiempo de replantearte nada, otra andanada de bombas viene en parabólica trayectoria para atizar la tierra, los escombros volarán una vez más y pondrán en tela de juicio tu dignidad de hombre joven, el temple de tu acero, que se retuerce amenazando con quebrarse en un sonido que se perderá en la noche, apagado por el estruendo del gigante.
Cinco horas llevas soportando la danza macabra del coloso y sus pies de pala, que comenzó a faltar al orden. Un imaginario desvarío lo lleva a dar marchas desprolijas, dispares. Eso es peor, ahora es impredecible y se acrecienta la incertidumbre de no poder calcular el próximo paso asesino. El orden aleatorio de sus pisadas no permite ningún descarte, ahora cada bomba es una posibilidad cierta, no hay descanso, no hay tregua.
Estas allí durante cinco horas, cuatro veces a la semana, durante dos meses, y te transformas noche a noche en un número de ruleta sobre un paño verde descolorido, como la manta que contiene tus miserias y te mitigan el frío austral en el cuerpo, mientras la bola gira en el bolillero y ruegas porque no caiga en la desgracia de tu cuadricula de negro pesar, al tiempo que imaginas al destino como un alcohólico divertido paseándose con un vaso de whisky en una mano y en la otra un manojo de fichas multicolor que arroja desde el aire con la suficiencia de un millonario compulsivo por el juego. Escoge los números interpretándolos de sus sueños de camas y de putas y hace sus apuestas sin culpas y sin mirar atrás.
Te preguntas qué es ser un héroe. El diccionario puede darte una explicación proverbial del término. Pero sólo tú sabes que doblarse sin quebrarse y seguir de una pieza es una manera de dignificar el heroísmo de tu alma y su capacidad maleable, que gratificará de allí en más los días que te resten por vivir.
El heroísmo es simplemente un acto de locura aplicado a la desesperación de sobrevivir. No pienses en medallas, ni reconocimientos, cualquiera es un héroe, cualquiera es un mártir, cualquiera es un tonto, sólo es cuestión de hallarse en el lugar preciso, en el momento indicado. Lo demás… lo demás no importa, el tiempo dirá en qué pergamino se alinearán las letras que determinan tu nombre y apellido y el significado que brindará esa lámina a los ojos de los que, al pasar, y como en un descuido, por simple curiosidad, la deseen contemplar.
La noche pasó, los días se continuaron…
Semidormido, como casi siempre, con el cansancio a cuestas de tantos malos ratos, con los ojos aún cerrados, extendí el brazo derecho acalambrado para asirme de la pared de barro junto a mí. Sentí un ruido fuerte al costado de mi oído y algo que estalló. De un brinco, me incorporé decidido a todo. Miré en la oscuridad hacía el sector de dónde provenía el estruendo. El velador de la mesa de noche yacía deshecho en el suelo. Mi madre, sobresaltada, prendía la luz de la habitación. La miré, le sonreí. La guerra ya había terminado unos días atrás y estaba de vuelta en casa.
VGM Daniel Grau, perteneció a la Ca Cdo y Ser del Cdo Br I X.