COLUMNA DE OPINION

¿El UPD es el problema?

Por: Lic. Nadina Rocco Marvin

Creo que la mayoría de los adultos entendemos la importancia de que los adolescentes salgan, se diviertan y festejen entre pares. Pero en10 años de charlas ligadas al tema, no encontré a nadie que me diga
que está de acuerdo con que a los adolescentes en edad escolar les ofrezcan eventos donde puedan vivir situaciones de riesgo por falta de controles en sus acciones o las de otros, haya consumo de
alcohol, etc.

Así y todo, la mayoría de los adultos a cargo respiramos profundo y cedemos por miedo, ¿pero qué miedo puede ser más grande? Entonces escuchamos cosas como:
-Miedo a que nuestros hijos se enojen (y reaccionen).
-Sentirnos culpables por dejarlos afuera del grupo (TODOS creemos que es el ÚNICO que va a quedar afuera).
-Queremos que se “avive” temprano (terminamos fomentando la avivada y descalificando a las víctimas).
-Por último, cedemos porque NO TIENEN OTRO LUGAR DONDE IR (al parecer sería un secreto a voces que en espacios nocturnos para adolescentes menores, se habrían olvidado algo tán básico como cerrar la oferta de alcohol, y esto incluiría desde algunas supuestas matinés, fiestas para recaudar fondos para viajes de egresados,
donde los interesados y concurrentes claramente tienen menos de 18, incluso en fiestas en espacios privados, clubes o previas en casas de familia).

En esta batalla perdida, los adultos nos las arreglamos como podemos para protegerlos. Así, lamentablemente acuñamos la falsa creencia de que era mejor, e incluso más barato, recibirlos y permitir que consuman alcohol “de calidad” en la casa. Empezando a afianzarse y naturalizar las previas como una supuesta medida de cuidado.
El problema es que los adultos no tuvimos algunos detalles en cuenta y lo que en realidad era una transgresión esporádica la convertimos en una costumbre. Por ejemplo, lo que empezó como una travesura con una botella de alcohol entre varios amigos (obviamente lejos de la vista de los viejos amargados), pasaría a convertirse en varias
botellas de bebidas blancas, vinos de todos los colores, bebidas burbujeantes (y jugos o gaseosas, claro!, porque sus papilas gustativas rechazan el alcohol y necesitan disfrazarlo hasta acostumbrarse), todo facilitado por uno o más adultos que compran, habilitan e incluso se hacen los desentendidos; y así, cada vez más y más seguido, el alcohol queda asociado directa y excluyentemente a la diversión y las celebraciones. Es decir, las transgresiones son esperables, pero si las habilitamos se hacen costumbre, incluso hábito y, para colmo, si las habilitan los adultos pierden su efecto. Entonces los adolescentes, tienen que transgredir más fuerte para lograr transgredir a los adultos (¿Se va entendiendo el punto?) Protegerlos de más no es poner límites, protegerlos de más es evitarles todo el tiempo el malestar de esperar a que las cosas lleguen a su tiempo.

Lo lamentable, es que poco nos contaron acerca de que el cerebro adolescente se acostumbra negativamente a los efectos de las sustancias. Tampoco nos hablaron de que las personas nos sentimos amadas cuando nos ponen límites que evitan que nos hagamos daño. Entonces, aunque nos gruñan, no perdamos de vista la importancia
de decirles lo valiosa que es su salud y nada mejor que demostrarlo en actos. Que les quede claro que estamos cuando nos necesitan, que su vida vale y que tanto nosotros como ellos tenemos que cuidarla como si fuera un auto de lujo. Y sí, no nos van a hablar como por dos días (y habrá que sobrevivir con eso como adultos), pero poner un límite para que no puedan o no sigan haciéndose daño, les reafirma lo valiosos que son.

En resumen, en este juego de la vida, lo esperable es que los adolescentes transgredan y que los adultos seamos faro en el camino hacia su adultez. Ésto nos convierte en ejemplo y marca a transgredir, incluso cuando andamos agobiados con mil problemas mientras nos resistimos al paso del tiempo y nos aferramos a nuestra juventud transgrediendo. Sin darnos cuenta de los dobles discursos, les dejamos la vara de la transgresión tan alta, que nada alcanza para superar las hazañas de las que incluso seguimos haciendo alarde frente a los chicos.

Lo imperdonable en toda esta confusión en la que vivimos, es que los adultos no terminamos de entender la responsabilidad que tenemos como faro. Por miedo a quedar afuera o que se enojen, nos volvimos algo que nunca quisimos, nos volvimos “negligentes”. Pensamos que ellos, con su “autocontrol” en desarrollo y asustados por los cambios, pueden hacerse cargo de saber tomar todas las buenas decisiones cuando, en esta sociedad viralizada, escasean los buenos ejemplos, y les enseñamos a tapar vacíos y miedos con altas dosis de dopamina que sirven en bandeja OTROS ADULTOS, los que ganan dinero vendiendo entradas, alcohol, sustancias, apuestas, videitos de colores… e incluso, vendiéndolos a ellos. Y esto no es una justificación a la falta de responsabilidad de los actos, los adolescentes tienen que entender que los actos tienen consecuencias… y nosotros también.

Los adultos (padres, dueños de negocios, boliches, bares, inspectores, autoridades) SOMOS RESPONSABLES de facilitar que el alcohol, la pirotecnia, las apuestas, sustancias, etc. llegue a nuestros adolescentes menores de edad (es decir, si llegó es porque la cadena de responsabilidades se rompió y se violó la ley que los protege de sus consecuencias!).

¿Con qué moral le pedimos a los adolescentes que sean responsables si nosotros no podemos? Estamos naturalizando que se vulneren sus derechos: nos tranquiliza saber que a los 15 «ya sabe tomar», respiramos aliviados porque «volvió entero/a» o «no pasó a mayores» y agradecemos al cielo que no haya sido el que salió en las
noticias a la mañana siguiente.

Llamémoslo festejo del Último Primer Día (UPD), fiestas de cursos, promociones, matinés, previas en casas o como quieran, ese no es el problema, es solo un síntoma, como una fiebre de 42 grados en un niño pequeño. Cuando el síntoma es tan grande que pone en riesgo la vida, no podemos seguir negando que algo más anda mal, necesitamos que la familia actúe a tiempo, que el médico haga su trabajo, que alguien haga seguimiento para ver que el niño recibe el tratamiento que necesita, le guste o no. Como adultos nos equivocamos todos los días! (Yo, ustedes,
TODOS!) Pero el reclamo que muchos jóvenes tienen, a la distancia, es haber recibido mensajes contradictorios y sentirse vacíos durante su adolescencia.

¡El problema no es que festejen, bailen o hagan mucho ruido! El problema es que los adultos nos olvidamos de dejarles su lugar y garantizarles espacios donde respeten sus derechos!

Seamos adultos, que amigos tendrán de sobra.

Lic. Nadina Rocco Marvin
MP 20864

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