COLUMNA DE OPINION
Todo pasa y todo llega … vive este día como si fuera el último
Por Claudio Valerio
No se pierde nada con la paz y, por el contrario, todo se puede perder con la guerra. Un hombre pacífico puede hacer más que otro con mucho conocimiento… «La justicia se defiende con la razón y no con las armas” (San Juan XXIII)
Todo lo que nos pasa es por alguna razón, y esto hay que creerlo.
La siguiente historia es un ejemplo para aquellos que abandonan sus creencias, que agonizan y, con el pavor por alguna situación sin salida, superan la tristeza y la angustia.
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
– Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles, y quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero ¿darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total? Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él; por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó, y éste le dijo:
– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje; (El anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey). Pero no lo leas, le dijo, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino.
Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver, porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino. De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía «Esto también pasará.»
Mientras leía «esto también pasará» sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido con el sirviente y con el místico desconocido.
Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital, hubo una gran celebración con música, bailes, y él se sentía muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:
– Este momento también es adecuado, vuelve a mirar el mensaje.
– ¿Qué quieres decir?, le preguntó el rey. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
– Escucha, le dijo el anciano; este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: «Esto también pasará», y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba; pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado. Entonces el anciano le dijo:
– Recuerda que todo pasa. *
Como el día y la noche, ninguna cosa, ni ninguna emoción, son permanentes… Hay momentos de alegría y momentos de tristeza. En nosotros está el aceptarlos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi deseo que Dios te bendiga y prospere en todo lo que emprendas; y que derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha Prosperidad.
Claudio Valerio
© Valerius
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