Si “no comprometerse” ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso”… (Juan Pablo II)
Nuestra vida es como un atardecer y, por tanto, no sólo podemos ver plazas, árboles, calles, casas; cuando oscurece debemos de estar atentos a que nuestra mente y corazón, también se ensombrezcan.
El amor nos lleva a la unión, alma con alma, cuerpo con cuerpo; incluso física, porque se desea ser uno en el otro. Estar en comunión; mayor unión que la unión sacramental no se puede dar entre dos personas.
Para que seamos llamados hijos, miremos cuál amor nos ha dado el Padre… Lamentarnos con “No soy suficiente” no es suficiente. ¡Te comería a besos!, le dice la madre al chiquitín, y él es feliz, porque se llena de placer.
Estamos llamados a abrirnos en nuestras situaciones, para superarlas y que esto nos agite más; porque, en el ahora, desechamos el concepto de que “no sabemos qué hacer”.
La comunión no es un rito o una devoción individual, sino que tiende a la unidad y universalidad, porque al comulgar “formamos un solo cuerpo”. Sólo quien entienda de amor comprenderá qué significa esto, pues no son maneras de hablar. Palabras impresionantes para quienes creen. Pero no son sólo palabras, no son sólo promesas que se lleva el viento.
Entramos de nuevo en la veneración de lo verdadero, de lo que permanece. Nos hemos percatado de lo que significa el “tener todo”; ¿de qué vale tenerlo si hoy no tenemos dónde gastarlo? El abrazo cálido vivirá para siempre en nosotros. Es el amor, en vida, de nuestros padres y de los hijos la consistencia y el gozo de estar con aquellos que amamos y que nos aman. Hoy será un tiempo de compartir perfecto porque no habrá preocupaciones y defectos que hacen dura la vida ahora.
No podemos contentarnos exclusivamente con unas demostraciones de cariño y besos, miradas perdidas o halagos ante una o unas personas bonitas. No podemos caer en ésa tentación histórica de acariciar con una lluvia de pétalos. A continuación, y después de eso (que está muy bien) hemos de dar el siguiente paso de rescatar y recuperar el plan de acción: que todos los hombres, especialmente los más pobres, sepan de la presencia de un Dios que ama con locura. Y los pobres, sobre todo en la situación que nos preocupa, que son ciudadanos que viven como si Dios no existiera, creyentes que formaron parte de la Iglesia y que se han vuelto en su contra, representantes que, en su torpeza e intolerante progresismo, se mofan de los símbolos. ¿Éstos, no son pobres? Hoy tenemos oportunidad para contemplar la vida de otra manera.
Durante esos minutos reflexionemos sobre cuánto hemos aprendido de esta pandemia y cuanto nos fortaleció en la fe. Ayudemos y que nos ayuden en el amor y limpieza de alma… ¡A no Distraerse!
Desde la ciudad de Campana, Buenos Aires, envío un abrazo y mi deseo que Dios te Bendiga y prospere en todo lo que emprendas; y derrame sobre ti Salud, Paz, Amor y mucha Prosperidad.
Claudio Valerio
Valerius *