“Cuando volví de la guerra parecía un delincuente”
Ültima Parte
– ¿Usted sabía que la suya podía ser la batalla final?
– Al lado mío estaba el Regimiento de infanteria de Marina N°5 y soportó muy bien la embestida. Nosotros soportamos un violento cañoneo en la noche del 13 de junio. Eran trazantes, luminosas, nos ponían bengalas arriba, artillería a tiempo, fuego de blindados, ataques de misiles. Eso se incrementó violentamente sobre nuestra posición. Como a las 4 de la mañana, nevaba y vi las siluetas, a 60 o 70 metros, de soldados ingleses. Pérez Cometto abrió fuego con un FAL, el soldado Cisneros con una ametralladora y yo con otro FAL. Al segundo, teníamos trazantes y balas que picaban por las rocas; era una lluvia de proyectiles. En ese interín me informaron que el Mayor Nanni había sido herido. Seguimos combatiendo y ya no sabía si éramos nosotros los que tirábamos o la artillería enemiga. Era dantesco mirar eso, tremendo, y no me olvidaré jamás. Veía que me tiraban de todos lados, traté de contactarme con dos estafetas, no tenía ya las comunicaciones y el comandante me ordenó que me replegara más abajo. Lo hice sobre la cresta, me fui despegando como pude, vi un soldado empuñando el fusil en sus manos y estaba muerto. No pude hacer nada por este héroe porque no teníamos placas de identificación.
– ¿Lo tomaron prisionero?
– Nunca me tomaron prisionero, regresé a Puerto Argentino y me reuní con los restos de mi Regimiento, tenía heridos y muertos. Tenía muchos con las penurias de esos cuatro o cinco días de combate, los mantuve en un galpón y cuando se produjo la rendición, los ingleses me quisieron sacar de los galpones y mandarme al aire libre. No teníamos nada para protegernos y me negué a hacerlo. Ahí permanecimos y tiramos mucho armamento al agua de Puerto Argentino. Luego, parte de mi Regimiento se embarcó al continente y yo me quedé en la isla. Hasta ese momento, todos estábamos con el armamento y caminábamos por Puerto Argentino, al igual que los ingleses. Pero por una cuestión de caballeros no nos tiramos. Después nos llevaron a unas cámaras abandonadas de un frigorífico como 20 días. La pasé bien, estaba seco; los ingleses se portaron dentro de lo que establece la convención y éramos prisioneros de guerra.
– ¿Cómo fue el regreso?
– Pasamos a un buque en Puerto Argentino, nos trasladaron a Trelew y de allí a Buenos Aires. Parecía que éramos delincuentes cuando llegamos, estábamos en el proceso de desmalvinización, me prohibieron regresar a la unidad, me dijeron que no era conveniente y nos pidieron que fuéramos a descansar. La verdad es que yo volví mal, mi estado anímico no era el adecuado, me hice atender en Santa Fe, me prohibieron el cigarrillo que es el causante de mi problema actual de salud y acá me enteré de mi relevo.
– ¿Cómo tomó la decisión del relevo?
– Sabía que la derrota me iba a costar el relevo. No se valoró el esfuerzo y el sacrificio, que fue más allá del cumplimiento del deber. Hicimos cosas más allá de eso. Se creyó que podíamos ser una amenaza porque hubo muchos oficiales y suboficiales que volvieron con estados emocionales muy fuertes.
– ¿Y usted?
– Bien, interiormente muy dolido porque llevé soldados conscriptos, oficiales y suboficiales a Malvinas y no los pude traer a todos de vuelta. Los verdaderos héroes son los que están en el cementerio de Darwin y eso me persigue hasta hoy.
– ¿Volvió a Malvinas?
– No. Estos viajes son para los soldados, yo no volvería, me daría mucho dolor y lo digo con mucha pena. Volver y ver esos lugares en donde estuve me recordaría muchas cosas, algunas buenas y otras malas.
– Hubo soldados y militares que se suicidaron. ¿Alguna vez se le pasó por la cabeza?
– Bajo ningún punto de vista. Por ahí sueño que estoy en ese lugar, pero tengo la conciencia tranquila, le di lo mejor que pude a mis soldados e hice todo lo posible. En mi nivel, yo no improvisé, hice lo que correspondía de acuerdo a lo que sabía hacer. Creo que, con los medios que tenía, lo hice de la mejor manera posible.
– A la distancia, ¿cuál es el sentimiento que tiene respecto de todo aquello?
– Con el diario del lunes es más fácil opinar. El fin es justificable pero la oportunidad no fue la adecuada. La operación Rosario estuvo bien pero no así la escalada que nos llevó a la guerra. Inglaterra hunde el Belgrano y allí cesaron las negociaciones. No podíamos ganar ni empatar, luchábamos contra Estados Unidos y contra la traición de los chilenos que informaban de los movimientos de nuestros aviones. Era descabellado.
– ¿Le quedó algún resentimiento?
– La guerra es un enemigo circunstancial, conversé con los ingleses cuando estuve prisionero, me interrogaron unos traductores que trajeron y que eran españoles. Me acuerdo de que a uno de ellos le dije “Qué estaban esperando para liberar el Peñón de Gibraltar”. No ví ningún exceso. Cuando estábamos en los galpones les dije que salía de allí como me lo ordenaban, pero que de inmediato empezaba a tirar, y me dijeron que no, que me quedara. Atendieron muy bien a los soldados heridos. No creo que hayan rematado heridos, no lo vi ni lo escuché de boca de alguien que me lo dijera con nombre y apellido. Sé de un oficial mío que lo remataron, le pasó el proyectil cerca de su cabeza y lo dieron por muerto. Al final, sobrevivió. Se respetó la Convención de Ginebra y no vi que usaran armas que no fueran las convencionales. Fue, en cierta medida, una guerra clásica.
– ¿Algo más por decir?
– Es un orgullo y un honor haber sido el jefe del Regimiento de Infantería Mecanizado 7 en los combates por la recuperación. Por eso expreso mi reconocimiento permanente para el personal que lo integró, para los heridos y -muy especialmente- para nuestros muertos, héroes que yacen en el cementerio de Darwin.