Interés General

Fortin Malvinas

Por VCM Enrique Oscar Aguilar

RELATOS DE CATAMARQUEÑOS EN LA GUERRA DE MALVINAS 

Héctor Casalini, presidente del Centro de ex Combatientes de Malvinas en Catamarca, y el soldado Ángel Rearte, contaron sus vivencias durante la contienda.

Fue el 2 de abril de 1982 cuando la Junta Militar Argentina dispuso el desembarco militar en las Islas Malvinas y ocupó Puerto Argentino, capital de las Islas, iniciando la guerra contra Gran Bretaña. En el conflicto bélico, que finalizó el 14 de junio, murieron 632 combatientes argentinos, entre ellos 5 catamarqueños: Robustiano Armando Barrionuevo, Mario Rodolfo Castro, Edmundo Federico Marcial, Mario Antonio Cisneros y Carlos Alberto Valdez.

A 39 años de la contienda, Héctor Casalini, presidente del Centro de ex Combatientes de Malvinas en Catamarca, y el soldado Ángel Rearte, cuentan sus vivencias durante la guerra.

Casalini vivió la guerra desde el portaviones 25 de mayo. El primer viaje hacia las Islas lo inició el 28 de marzo y aseguró que no sabía que iban a una guerra. Sólo se enteró el día 2 cuando ya habían llegado a destino. Hizo cuatro viajes partiendo siempre desde Puerto BelgranoPciaBuenos Aires. La misión llevar el combustible para los aviones y también provisiones.

“Yo era un colimba, nadie sabía a dónde íbamos. Eso le pasó a la mayoría. Recuerdo que unos cordobeses contaron una vez que a ellos les dijeron que irían a una competencia de tiro en el sur”, cuenta.

Según recuerda, el día que hundieron el ARA General Belgrano, “nos dijeron que el objetivo para los ingleses era cualquiera de los dos barcos, el crucero o el portaviones. El día que hundieron el crucero nosotros estábamos volviendo del segundo viaje, lo que significa que zafamos, que fue el azar. Si nos hubieran bombardeado a nosotros nadie se hubiera salvado por todo el combustible que llevábamos para los aviones”, relató.

Casalini explica que la verdad de lo que sucedió en Malvinas para él aún es un misterio. Asegura que hay información que no es completa, como “la ayuda de los Estados Unidos o la información que pasaban los chilenos a los ingleses”. Además, ratifica lo que ya muchos dijeron: “No estábamos preparados, éramos conscriptos contra profesionales. Pero sé que igualmente ellos no se la llevaron de arriba”.

El relato de Ángel Rearte es más extenso. Fue uno de los soldados catamarqueños que batalló en las Islas. Tenía 18 años y cumplía el Servicio Militar Obligatorio en el Regimiento de Infantería Aerotransportada 17. Sus recuerdos son del horror de sus camaradas mutilados o muertos en batalla.

A diferencia de Casalini, que no supo la primera vez a dónde lo llevaban, Rearte pidió ser voluntario. “Partimos los primeros días de mayo. Primero a Córdoba, después a Comodoro Rivadavia y desde ahí a las Islas. A Malvinas llegamos los primeros días de junio. Fuimos agregados al Regimiento de Infantería 7 de La Plata. Éramos 8 soldados y dos suboficiales de Catamarca”.

Recuerda que llegaron al atardecer en un aterrizaje de emergencia porque estaban bombardeando. Esas primeras horas estuvieron en un pasillo del hospital de campaña en donde, con sus bolsas y fusiles, se sentaron a esperar a que hubiera luz y así ser trasladados hacia sus lugares de destino.

Esas primeras horas para él fueron traumáticas. “Recuerdo que a las ocho de la mañana empezaron a decirnos que fuéramos a un pasillo, hasta que aclare bien. Empezaron a llegar los heridos, mutilados. Algunos con esquirlas o les faltaban brazos, piernas. Yo me quedé en un umbral y observaba el movimiento. Lo más fuerte que tenemos los seres humanos es la sangre y ese olor se me quedó penetrado para siempre”, aseguró.

La posición que tomaron en combate fue el Monte London. “Yo entendí en ese momento que mi vida dependía de mi compañero y él de mí. Las batallas eran de noche, porque no teníamos equipo para combatir de día. Lo que hacíamos era sacar el fusil por la trinchera y ponerlo a 45 o 90 grados y así disparábamos, al azar”, contó.

“Yo sé que estoy vivo y completo por cosas del destino. Una esquirla de bomba me cayó al lado y me quemó el pantalón. Fue un milagro, o por mi fe que no me cortara la pierna”.

Rearte recordó que los días más crueles del combate fueron el 12, 13 e incluso el 14 de junio, cuando se rindieron y fueron apresados. Estaban débiles y cansados porque sólo ingerían Mantecol, chocolate y whisky. También, por el frío que era intenso y no dejó de sentirlo ni un sólo día porque la ropa que les daban no era suficiente.

“Nos apresaron el 14 a las 17.45. Estuvimos dos días en unos galpones donde nos poníamos espalda contra espalda y luego nos llevaron al buque Camberra que tenía camarotes para soldados”. En el buque, según recuerda, un oficial inglés les dijo en español que tuvieron muchas agallas y les manifestó su respeto. Eran 4600 los presos que estaban a bordo y les daban desayuno, almuerzo, merienda y cena. “La pasamos mejor estando presos”, dijo.

El buque donde él estaba fue uno de los pocos que pudo llegar a mar argentino y al que le permitieron el ingreso de las balsas con los prisioneros. “Había muchos, sobre todo militares de grado que no querían que termine la guerra y no nos dejaban entrar. Sé que muchos terminaron en Francia o Uruguay por esta razón. Por suerte nosotros, pudimos descender en Puerto Pirámides”, explicó el excombatiente.

El viaje desde el sur del país a Catamarca fue en colectivo. En el camino, compró chocolates y una revista y descubrió que en su interior tenían cartas para los soldados, y eso lo hizo sentir que su vivencia de la guerra fue más injusta. “Comercializaron las donaciones que nunca nos llegaron”, señaló.

“A veces cuando relato sé que me quedo corto. Llega un momento que te ahogas, a pesar de que van a ser 39 años. Para nosotros todo sigue vigente. Además, quedó esa espinita. La rendición no estaba prevista esa fecha, los mismos ingleses dijeron después, que si Argentina tenía una semana de aguante la guerra tenía otro fin. Nosotros éramos superiores en coraje”, reflexiona.

El relato que hace es un ida y vuelta en los recuerdos desde que llegó a Malvinas y lo que vive en la actualidad. Señala que si le hubieran dado una escopeta en vez del fusil que no tenía refrigeración y el “caño quedaba rojo y había que esperar”, los resultados también hubieran sido diferentes. Que su adolescencia se borró en esos días y regresó siendo otro, y que “el veterano que diga que no tuvo miedo está mintiendo”. También recuerda que ver las banderas inglesas colgadas en cada poste, en cada cable del tendido eléctrico de las Islas para ellos era perder la batalla moral.

Los militares, a su regreso les prohibieron hablar de lo vivido en la guerra salvo a los miembros de su familia. Tras ese silencio, con la llegada de la democracia, debió internarse en el hospital militar de Buenos Aires y recibió tratamiento psiquiátrico.

Asegura que gracias a esa decisión pudo rehacer su vida y hoy tiene 13 hijos y una esposa que lo contienen y lo entienden. Se ríe, al igual que Casalini, porque aseguran que bromear les hace bien.

Hicimos un cese de fuego, no perdimos la guerra, sólo una batalla”, concluye.

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