El “Negro” Iñiguez había escuchado una palabra nueva, desconocida y extraña para el escaso vocabulario barrial, y aunque no sabía su significado y mucho menos donde aplicarla, la atesoraba secretamente, esperando el momento de lucirse ante los vagos de la esquina.
Por esos días vino a vivir al barrio (al caserón de las Viejas Burgos, en Mitre y Don Bosco, Escobar) un pibe nuevo.
La expectativa por conocer “al nuevo” era muy grande y todos en la esquina esperábamos el momento con ansiedad.
Cuando aquel pibe apareció en la puerta del caserón, el “Negro” Iñiguez “encontró” el significado de aquella palabra secreta y “entendió” que era el momento de aplicarla.
– ¡Qué feo! (gritó), parece un cleptómano.
En ese instante, y por desconocimiento del idioma, nacía un apodo que acompañaría para siempre a este nuevo vecino.
Lejos de saber su significado, aquella palabra nos sugería algún tipo de monstruo antediluviano, alguna especie extinguida, algo horrible.
Carlitos, tal era el verdadero nombre, pasó a ser un compañero más de juegos y travesuras y un querido amigo para toda la vida, pero en aquella etapa de nuestra edad, su apodo podía variar según el grado de enojo o empatía del momento.
“Cleto”, “Cletito”, para los momentos de armonía. “Cleptómano”, para un poco de enojo, o, para la antesala de las piñas, “Cleptómano de mierda”.
Lo mismo ocurría con el “Bagre” Herrera, cuyo apodo variaba desde “Bagre querido” o “Bagrecito” (momentos cordiales), “Bagre amarillo”, (cierto grado de fastidio) y “bagre bigotudo” o “bagre sapo”, que ya significaba una pelea a piñas encarnizada.
Cleto vivía con su mama y el Tío Lucho (“Lucho y el Tren”) en una de las habitaciones que las viejas alquilaban, con cocina y baño compartido con otros habitantes del lugar.
Desde muy chico trabajó para ayudar a su familia y conservó hasta muy entrada su edad, una sonrisa amable y el gusto por algo que lo hacía tan feliz como en la infancia:
Andar en bici sin manos.
Realizador cinematográfico, guionista y escritor