Un joven buscó al pastor de la iglesia, diciendo que deseaba
hablar con él. Delante del pastor, él dijo: «Me gustaría ser
miembro de la iglesia, pero, no deseo venir a los cultos
todas las semanas, ni leer la Biblia, ni visitar enfermos,
ni ser líder o maestro de Escuela Bíblica».
hablar con él. Delante del pastor, él dijo: «Me gustaría ser
miembro de la iglesia, pero, no deseo venir a los cultos
todas las semanas, ni leer la Biblia, ni visitar enfermos,
ni ser líder o maestro de Escuela Bíblica».
El pastor, después de oír las palabras del joven, le dijo que tendría
placer en recibirlo como miembro, pero que allí no era el
local adecuado para él y sí en otro local en una área
próxima en la ciudad. El joven concordó y fue hasta el local
recomendado. Allá encontró una iglesia vieja, abandonada,
cubierta de tablas y lista para ser demolida.
placer en recibirlo como miembro, pero que allí no era el
local adecuado para él y sí en otro local en una área
próxima en la ciudad. El joven concordó y fue hasta el local
recomendado. Allá encontró una iglesia vieja, abandonada,
cubierta de tablas y lista para ser demolida.
Una vida cristiana que nada hace por el reino de Dios es
como una iglesia abandonada, oscura, fría. Para nada sirve
sino esperar la demolición. No seamos así… Quizá ésa tenga
sido nuestra apariencia antes del encuentro con Dios,
pero, restaurados, con pintura nueva, con la iluminación
renovada, queremos que muchos se aproximen con nosotros
a dar cánticos de alegría a Dios.
¡No somos nosotros qué decimos lo que queremos! Delante de
Dios debemos preguntar: «¿Qué deseas qué yo haga?» Y sea cual
sea la respuesta del Señor, alegrémonos y conoceremos la verdadera
felicidad. Cuando Jesús entra en nuestros corazones, nuestra
alma arde de voluntad de servirlo. No conseguimos quedarnos
parados, no nos conformamos en ser un pieza de adorno, no
toleramos ponernos sentados sin nada que hacer.
Dios debemos preguntar: «¿Qué deseas qué yo haga?» Y sea cual
sea la respuesta del Señor, alegrémonos y conoceremos la verdadera
felicidad. Cuando Jesús entra en nuestros corazones, nuestra
alma arde de voluntad de servirlo. No conseguimos quedarnos
parados, no nos conformamos en ser un pieza de adorno, no
toleramos ponernos sentados sin nada que hacer.
Queremos practicar lo que aprendemos, queremos glorificar a Dios con
actitudes que demuestran nuestra gratitud, queremos
proporcionar a otros la misma alegría que experimentamos
cuando pasamos a caminar en la presencia de nuestro Salvador.
actitudes que demuestran nuestra gratitud, queremos
proporcionar a otros la misma alegría que experimentamos
cuando pasamos a caminar en la presencia de nuestro Salvador.
Claudio Valerio