El Regimiento de Infantería 4
En esta oportunidad a mí me corresponde participar en las operaciones en Malvinas como oficial de inteligencia del Regimiento. 4 de Infantería; mi grado es teniente primero.
Parte XI
No nos olvidemos de que a mí ya me estaban tirando de la espalda donde no tenía ninguna cubierta y había recibido fuego de adelante. Hice unos cinco metros para ir a una piedra y caí. Quedé junto a un escalón de diez metros que se prolongaba por unos cien. Hasta los ingleses en el cerro y hasta el puesto de comando, se ha ese escalón. Pensé que en ese lugar que había sombra, podía aparecer, listo para localizar al inglés por si se me había movido. Mientras tanto, los míos que habían quedado adelante seguían tirando y les pedí que me apoyaran, que iba a lanzar la granada, y cuando comenzaba a ver al hombre me sorprendió de golpe detrás de la piedra misma ver a cuatro ingleses. Pero no pegados a la piedra, sino que estaban a cinco metros como reunidos o algo así. Estaban, creo, sobre los tres soldados míos, muertos, porque era el sector ese. Al ver a los cuatro, la reacción mía fue tirarles con FAL, pero no llegué a tirarles porque de abajo de ese escalón de diez metros que se iba después hacia el valle suavemente, vi ya tarde, la figura del tipo este: medio cuerpo le vi, y del estómago salió toda una estufa de cuarzo que se me vino encima. Digo estufa de cuarzo porque fue toda una cosa roja que se me vino encima. Cuando lo advertí —algo me lo advirtió— y miré, vi que se me venía un mundo de rojo encima, que eran todas las trazantes que me tiraban. Ya fue todo en cámara lenta.
Ahí sí caí justo antes del precipicio y quedé colgadito. Digo precipicio, pero era el escalón de diez metros y lo que yo recuerdo es todo en cámara lenta. Fue un segundo fatal —digamos— porque me di cuenta de que me habían dado porque estaba sin casco, con el fusil, y caí sobre las rodillas y los codos y pensé que tenía que evitar que me remataran. Corrí —no sé bien cómo— hacia el frente donde estaba el del visor y caí. Llegó el momento en que no daba más y caí y quedé entre dos piedras —a Dios gracias— bastante bien colocadas. Me quise mover y no «iba» más. Entonces le dije al cabo B. que saliera por donde pudiera con los dos soldados que eran los únicos que quedaban sanos, que trataran de salir y combatir, y de salvarse. El cabo dijo que no, que no me iba a dejar y le dije que era una orden y que saliera, que yo ya estaba bien. Me iluminó el cabo y ahí me di cuenta de que estaba realmente tocado por todos lados. Este cabo empezó a gritarles a los dos soldados que me ayudaran, que me pusieran una manta y algo en la cabeza y él lloraba y me decía que no me iba a dejar y yo le decía: «Déjame, déjame que estoy con Dios; déjame rezar
Yo tenía una paz muy especial, me iba muy adentro y tenía un calor muy especial. Le hablaba como si Dios estuviese para mí solo y le agradecía todo. Yo siempre le había pedido a través de todas esas noches dignidad para cualquier cosa. Lo único que quería era dignidad para vivir y creo que me la dio y no lo digo para afuera, sino que lo digo sinceramente.
Y fue así, me fui yendo lentamente, me sentía desangrar. Sentía el olor de la carne, realmente un «bifacho» tenía encima, las trazantes queman, y me iba, me iba… empecé a sentir una especie de silencio mayor. Evidentemente me estaba desvaneciendo. El cabo B. lloraba:
«¡Usted no se va a morir! ¡Usted no se va a morir, mi teniente primero! ¡Yo lo voy a cuidar! ¡Yo lo voy a sacar!», me decía el cabo.
Algo decía, que quería hacer una camilla. Pero estaba en el medio de los tiros y además ya los ingleses nos empezaban a tirar a ese lugar, que era un sector como de un pasillito del tamaño de una cama. Los ingleses nos tiraban descartables —morteros—, uno pegó y nos dejó sordos. A mí por lo menos durante tres días, hasta llegar al «Uganda» estaba todavía medio tonto. Porque pegó muy cerca, a dos metros. Después al llegar acá, al hospital, me enteré de que me cayeron esquirlas y se me metieron en las rodillas.
En el lugar en que uno está herido ve la sangre, siente, y uno se da cuenta ‘de que le empieza a entrar un frío: empieza a transpirar, transpira. Le repetí que me dejara, que estaba muy sereno, que no sentía gran dolor pero que me dejara, que estaba en paz. Y cl’ cabo no salía. Entonces le dije que bueno, que íbamos a jugarnos, si Dios lo quería, que se rindiera, que hiciera lo imposible. Pero el cabo no quería rendirse, quería sacarme a mí y lloraba. Lloraba a los pies justamente y me decía que no me iba a morir, que me iba a cuidar.
Ahora que lo pienso era dramático ese momento. Y el tipo me puso mantas y me acuerdo de que le pedí agua y me dio whisky, me llenó la boca de whisky y me daba whisky…
Y adiós, telón, muy cerca ‘de Dios, lo juro por Él. Era un Ser que estaba muy pegado a mí, era el único Ser al que estaba confiado totalmente. Yo ya estaba desde hacía mucho tiempo despedido mentalmente de mi familia, creo que todos teníamos esa preparación espiritual. Eso lo hablamos con los capellanes. Creíamos todos hacer una gesta realmente gloriosa y en la cual no íbamos a fallar. Continúa…