
A veces, la vida se nos presenta con muchos caminos por tomar; podríamos decir que la vemos como un laberinto en el que, según sea el camino que elijamos, este nos lleva a estrellarnos contra las paredes cuando las circunstancias son difíciles… pero estas circunstancias, estas pruebas nos pueden ayudar a desarrollar carácter, resistencia, integridad; ellas fortalecen nuestro interior y nos ayudan a crecer espiritualmente. Una fortaleza interna perfecciona nuestra fe y, con ella, superamos las dificultades y nos prepara para hacer frente a futuros desafíos… Pero. ¿Por qué renegar de los problemas, y preocuparnos o angustiarnos por ellos?… Tomemos una actitud positiva y fortalezcamos nuestro espíritu incluso cuando el exterior se nos presente desgastado.
La vida nos presenta pruebas que pueden ser retos o dificultades, pero también podrían ser bendiciones en las que su propósito es probar nuestra resiliencia, nuestra paciencia, y hasta permitirnos demostrar nuestra gratitud… ¡Las pruebas de la vida deben producir en nosotros paciencia! Porque en la vida todo, incluso las tribulaciones y las pruebas, están diseñado para ayudarnos a alcanzar un propósito, que es fortalecer nuestra confianza y, con ella, esperar en Dios.
A veces en nuestra vida ocurren cosas que nos parecen sin sentido ni plan, que nos hunden más y hasta nos parecen desagradables; pero si tenemos confianza en la Divina Providencia, si sabemos esperar, nos daremos cuenta de que cada prueba, es como una piedra arrojada sobre las aguas de nuestra vida, expandiendo olas; y, con las mismas, tendremos mayor fortaleza. Conforme nos fortalecemos, más cerca estaremos de nuestro objetivo.
Hay un relato que cuenta una historia sobre cómo la paciencia en nuestra vida se transforma en una prueba de fe, una cualidad importante, por cierto…
“Un muchacho se hizo un barquito de madera y salió a probarlo en el lago, pero sin darse cuenta, el botecito impulsado por un ligero viento fue más allá de su alcance. Triste, corrió a pedir ayuda a un muchacho mayor, que se hallaba cerca, para que le ayudara en su apuro… Sin decir nada el muchacho empezó a recoger piedras y a echarlas, al parecer en contra del barquito; el pequeño pensó que nunca tendría su bote otra vez y que el muchacho grandote se estaba burlando de él; hasta que se dio cuenta que en vez de tocar el bote cada piedra iba un poco más allá de este y originaba una pequeña ola que hacia retroceder el barco hasta la orilla. Cada piedra estaba calculada y por último el juguete fue traído al alcance del niño pequeño, que quedó contento y agradecido con la posesión de su pequeño tesoro. “
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi deseo que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo, y que derrame sobre ti Salud, Paz, Amor, y mucha Prosperidad.
Claudio Valerio- © Valerius






