Mientras estaba asistiendo al festejo de un matrimonio, le preguntaron a un niño de unos siete u ocho años, cómo sería su boda. Él respondió solemnemente: «¡No me voy a casar! He vivido con gente casada durante mucho tiempo».
¿Cuál es el ejemplo que les hemos dado a nuestros hijos? ¿Qué estímulo ven en nosotros para sus vidas futuras? ¿Qué es lo que ellos han aprendido de nosotros y que, a futuro, puedan transmitirles y enseñar a sus hijos cuando ellos también estén casados?
Son muchas las veces que nos lamentamos de los caminos tomados por nuestros hijos, sin reconocer que, en gran parte, es por nuestra culpa… Cuando eran niños les mostramos de pasar los días discutiendo, les enseñamos a mentir; a fingir una santidad que, nosotros, no teníamos; les educamos en que los obstáculos de la vida se deben superar con el concento de «lo importante es ganar», y a no dejarse llevar con la fe de que el Señor pelee nuestras luchas y nos dé la victoria que viene del Cielo.
Cada día, nuestros hijos observan el mal humor que tenemos, registran nuestros gritos, advirtiendo nuestra ignorancia en casa; ¿cómo serán sus vidas cuando sean adultos?… Si ellos nos admiran, debemos darles un ejemplo de fe, de comprensión, de amor y paciencia; además de mostrarles una vida obediente y dócil a Dios. Si esto fuera así, ciertamente nuestra descendencia estará preparada para ser, con dicha y gran felicidad, próspera en las manos de Jesús Cristo.
En resumen, y a modo conclusivo y en pocas palabras, si nuestros hijos fueran consultados sobre cómo sería su boda, que puedan ellos decir y sin dudar: «Será como mi padre y mi madre».
Desde la ciudad Campana (Buenos Aires), recibe un saludo y mi deseo que la vida te sonría y prospere enormemente, derramando sobre ti bendiciones de Paz, Amor mucha prosperidad.
Claudio Valerio
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