COLUMNA DE OPINION

Fortín Malvinas

Por VGM Enrique Oscar AGUILAR

 

HAMBRE Y ESPLENDOR EN MALVINAS

HISTORIA DE UN VETERANO

Primera Parte

Varias veces he manifestado que hay muchos héroes (El piloto famoso, el Comando, etc., etc.), pero hay uno que es el más olvidado o el más desconocido, es aquel que pasó más de 60 días en la trinchera (pozo de zorro), alguien lo llamó el «Héroe de todos los minutos». Es el que debió luchar contra el clima, el hambre, el bombardeo aéreo, el bombardeo naval, la artillería terrestre y por último debió guardarse para verle la cara al enemigo.

La historia fue escrita con la intención de hacerle vivir a alguien que nunca estuvo en un bombardeo naval, aquellas sensaciones, espero haberlo logrado.

Un ruido extraño me sacó del sueño profundo en que me encontraba. Atiné a extender el brazo semidormido, repleto de hojarascas revueltas que me corrían por las venas y hormigueos típicos de un miembro entumecido. Mi mano se movió con pesadez hacia la mesa de noche para encender la luz, pero el velador ya no estaba. Los dedos palparon, en cambio, una superficie húmeda y fría, horrenda, resbaladiza, como una enorme babosa helada. El impacto me sobrecogió; abrí los ojos del todo y, de una vez, contemplé estupefacto la figura erguida de espaldas a mí de aquel ser inmóvil: el sargento Sánchez, Toto para los cercanos. Luego de un año de estar juntos en la milicia y a pesar de ser él un sargento y yo apenas un soldado, nuestra amistad pesaba más que las insignias. Salvo cuando estábamos delante de alguien de graduación militar superior, y por respeto a él, en el resto de las ocasiones lo seguiría llamando así, Toto.

Mi compañero montaba guardia atento y sin percatarse de que yo había despertado. Para graficarlo de alguna manera, digamos que yacía en el fondo de un pozo de zorro tapado con una manta húmeda de un verde descolorido. En esos diez grados bajo cero de la trinchera de las islas Malvinas, el poco calor que brotaba de mi cuerpo provocaba el desprendimiento de tenues rastros de vapor.

—Toto, ¿qué hora es? —pregunté, quebrando el silencio que sólo el viento austral se animaba a desafiar en las noches de la guerra.

— ¿Ya te despertaste? —Dijo mientras observaba su reloj de pulsera––. Te quedan cuarenta minutos más, son las dos y veinte.

— ¡No!, es suficiente. Descansa vos; yo te remplazo ahora mismo. Ya no puedo dormir más. Tuve un sueño horrible.

— ¿Qué soñaste? Contáme.

—Déjalo así, sería revivirlo y con una vez me basta. Ya está, quiero olvidarme de eso, de mi casa, mi cama y la maldita paz que no tengo. ¿Cómo anduvo la noche? ¿Todo tranquilo?

—Sí. Es martes, no creo que usen los cañones de las fragatas. Por lo que sé, hoy no les pagan doble. Pero ya se viene el jueves, viernes y el fin de semana; ahí si que parimos otra vez. Nunca en mi vida pensé que me iban a gustar tanto los lunes y martes.

—Bueno, al menos una noche de paz hoy. Dormite tranquilo que ya estoy despierto del todo.

Me incorporé como podía, intentando liberarme de esa maraña de músculos tensos que era mi cuerpo. Ya de pie sujeté el correaje a mi cintura, adosé dos granadas de mano MK-5 a mi pecho, y así completé los preparativos para una nueva jornada de guardia, colocándome el casco y asiendo el fusil. Todo aquello lo hacía sin pensar, mecánicamente, como un torpe robot acéfalo, preparado para matar o morir.

El Sargento, mi buen amigo, me sacó del autismo en que residía mi mente con una frase llena de simpleza, pero cargada de compañerismo y afecto.

—Antes de dormir me voy a tomar una leche caliente, ¿querés una, Daniel? Te preparo —ofreció.

—Dale. Gracias, Toto. Sacá mi jarro que está abajo de la almohada —le dije.

— ¡Pero mirá vos! ¿Ahora la llamás almohada? Dos tubos de granadas de mano envueltos en una manta.

— ¡Y bueno! ¿Cómo querés que la llame? — Al fin y al cabo, cumplía la función de almohada, ¿o no era ahí donde apoyábamos nuestras cabezas noche tras noche, para conciliar, aunque fuera un sueño de mierda?

—Tenés razón, después de todo no es tan incomoda. Pero digo yo, ¿dormir sobre una almohada de granadas no traerá malos sueños? ¿Será eso? ¡Sueños un poco pesados!

— ¡Ja, Ja! ¡No! No seas supersticioso Toto. Además, recordá que es nuestro pasaporte seguro a la muerte y sin sufrimiento ––le dije.

Le temíamos más a la agonía, que a la muerte. Aparte de la caja de mil municiones para los fusiles y otras tantas para las pistolas, los tubos de granada y las tres granadas antitanque PDF eran parte del arsenal con el cuál contábamos para defendernos, y también nuestro pasaporte seguro al otro mundo, con garantía de no padecer sufrimiento físico. Si una bomba caía en nuestra trinchera o muy cerca de ella, como para hacernos daño, el arsenal respondería como una gran explosión en cadena.

—Así es, nomás. Esperemos que no pase ––dijo el Toto.

Se produjo una pausa casi eterna, pero lejos de hallarse vacía abundaba en temores, ideas, deseos. Nuestras mentes brillaban en destellos de locura, en la oscuridad de la incoherencia que era permanecer allí. Ahí dentro se debatía otra batalla extraña, una contienda oculta y real que cada cual conocía a la perfección, aún sin comentarla, ni mostrarla. Aquel otro campo de batalla era, sencillamente, el duelo interminable entre quebrarse o seguir, y cada uno la peleaba con lo que podía en la quietud y el silencio de su cabeza. Continúa…

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