LAS FUERZAS ESPECIALES Y SU LLEGADA A MALVINAS
Las Fuerzas Especiales fueron las primeras en llegar y las últimas en retirarse de las islas. El entonces teniente de corbeta Bernardo Schweizer, junto al cabo principal Sequeira, fueron los primeros argentinos en desembarcar en las islas el 2 de abril.
“La navegación fue muy demorada, muy dificultosa. Pero, de cualquier manera, llegamos a un punto en el que yo, con el único visor nocturno que teníamos, vi la línea de olas adelante, a unos 100 metros, y decidí pasar al kayak, junto a Carlos Sequeira”, comenta el hoy capitán de navío retirado. El veterano dice que vivió un momento difícil ese 2 de abril y explica que intentó llegar a las playas con mayor rapidez para evitar otra situación así: “En ese momento dije: “Mejor llegar vivo, antes que llegar muerto y tarde “.
LA SECCIÓN GATO EN MALVINAS
Ese mismo día, el 2 de abril de 1982, la compañía C del Regimiento de Infantería 25 fue la responsable del desembarco en las islas. BOTE, ROMEO y GATO, esos eran los nombres de las tres secciones que integraban la compañía. Roberto Reyes, por esos días subteniente del Ejército, estaba a cargo de una de ellas.
“Formábamos parte de la cabeza de vanguardia que iba a establecer la cabeza de playa de esa operación. Recuerdo haber estado orbitando en el agua con el vehículo anfibio y con parte de mi sección. Una vez que se ordenaron en dirección a Playa Roja, que era nuestro objetivo, recuerdo ver en la retaguardia a las compañías anfibias y, en el fondo, al ARA Cabo San Antonio. Fue una operación soñada por cualquier soldado: en minutos más, íbamos a recuperar nuestras islas”, confiesa Reyes.
MILAGRO EN EL AIRE
Los soldados argentinos pusieron su vida al servicio de la patria. Y lo hicieron por mar, por tierra y por aire. Los helicopterista del Ejército Argentino llevaron adelante varias misiones, como las de transportar armamento, tropas y municiones. Durante la guerra, muchos hombres debieron atravesar momentos difíciles. Horacio Sánchez Mariño tiene muchos recuerdos, pero uno fue clave en su vida.
“El día 21 de mayo estaba despegando de una zona de la reserva, en la que estábamos allí con los helicópteros y una compañía del Regimiento 12. Despegamos y, casi inmediatamente, nos pasaron por delante dos aviones Harrier”, rememora Sánchez Mariño.
Horacio cuenta que él y los suyos sabían que la única solución era aterrizar y abandonar el helicóptero: “Nos salvó que teníamos, a la izquierda, el Monte Kent. Entonces, los Harrier tuvieron que dar la vuelta”
El piloto recuerda haber aterrizado junto a su tripulación (Ramón Alvarado, copiloto, y Rafael De Sio, artillero de puerta) y en conjunto sacar a los infantes por las puertas laterales y, luego, tomar cubierta.
“El primer avión que apareció atacó con cañones mi helicóptero, al cual le pegó debajo de la línea de los esquíes y barrió con esquirlas de piedras a las palas. Ellos hicieron cinco pasadas en ese ataque, destruyeron un Puma y destruyeron un Chinook”, cuenta Sánchez Mariño.
MANUEL VILLEGAS Y UNA HERIDA DE GRAVEDAD
Miles de hombres. Miles de historias. Miles de heridas. Algunas de gravedad y con hombres que vivieron para contarlo. Uno de ellos es el sargento ayudante retirado Manuel Villegas, quien, con el grado de sargento, fue a Malvinas con el Regimiento de Infantería 3. Orgulloso de sus soldados, relata que el 13 de junio de 1982 debieron realizar un contraataque sobre Wireless Ridge a fin de reforzar las posiciones del Regimiento 7.
Sin embargo, lo que nunca imaginaron es que no había comunicaciones y que se había dado la orden de abandonar el lugar. Villegas cuenta que no tomó conciencia de la gravedad de su herida hasta mucho tiempo después. Horas más tarde, cuando despertó de la anestesia y fue testigo de la entrada de los ingleses al hospital, su cara de asombro fue tal que un enfermero se le acercó para decirle que ya había terminado la guerra con la rendición.
EL TRABAJO DE LA SANIDAD EN MALVINAS
Así como Villegas, muchos hombres resultaron heridos. Por eso, el trabajo de la sanidad durante la guerra fue fundamental tanto para salvar vidas como para el apoyo psicológico y humano a aquellos que fueron a dar la vida por la patria. Silvia Barrera, junto a seis compañeras más, se ofreció como voluntaria para ir a Puerto Argentino.
Barrera cuenta que uno de los casos que más la marcó fue uno en el que, arriba del Irizar, tuvo que atarse a un soldado herido para poder practicarle una intervención quirúrgica: “operamos a un paciente que estaba en muy grave estado. Justo nos tocó una noche en que el mar estaba bravo, así que nos tuvimos que atar al paciente con vendas de gasa el cirujano, la ayudante, la anestesista y yo, todos atados al paciente para movernos todos al mismo tiempo y poder hacer la cirugía”.
LAS BANDERAS Y EL ESPÍRITU DE LUCHA
Las banderas también ocuparon un espacio importante en la guerra de Malvinas. El hoy coronel mayor retirado Leonardo Villegas trajo una de las insignias que estuvo en las islas y su historia fue muy particular: se dio en el momento en el cual él y sus compañeros estaban en situación de rendición. Sin embargo, él y sus compañeros sentían el deber de traer con ellos el estandarte.
“A mí, me tocó destruir la bandera. Con uno de mis suboficiales, quemamos el moño, la asta, enterramos los hierritos y, al momento de quemarla, se me ocurrió proponerle al mayor que podía llevarla. Me dijo que hiciera lo que tuviera que hacer. Así que, cuando empezó el proceso de rendición, arriba de la ropa interior, me la coloqué como chiripá”, comenta.
Villegas hace memoria y dice que, a pesar de que los palparon tres veces, los ingleses no notaron nada, pero que cuando fueron embarcados en el Northland sus nervios salieron a flote por lo exhaustivo de los controles. “Miré a mi jefe de Compañía y se dio cuenta de que yo estaba inquieto, así que se paró frente a mí y me ordenó: ‘Subteniente, entrégueme la bandera’. La tomó, se la entregó a un mayor inglés y le dijo ‘se la entrego como su responsabilidad’. El británico le respondió como un caballero y expresó que esa bandera tendría un lugar destacado y que nos la volverían a entregar”.
UN AVIÓN FANTASMA EN MALVINAS
El TC-68, también conocido como Tango Charly 68, fue una aeronave que había sido artillada por la Fábrica de Aviones de Córdoba y estaba en capacidad de lanzar hasta 12 bombas. Roberto Cerruti, por entonces navegador de la aeronave secreta, cuenta que él y la tripulación asumieron varios riesgos con aquella misión.
“Nos encontrábamos en Buenos Aires cuando nos enteramos de que se estaba preparando un avión como bombardero, así que nos presentamos como voluntarios. Esta misión era cumplir con nuestro deber y con nuestra vocación”, confiesa Cerruti antes de meterse de lleno en la historia.
“El día anterior, un Boeing había detectado a este buque que se dirigía a donde estaba posicionada la flota de Gran Bretaña. Nos enviaron a nosotros a buscarlo. Cuando llegamos, la primera sorpresa fue que era un superpetrolero que medía 320 metros y, la segunda, que se llamaba Hércules. Si yo digo que un Hércules se va a encontrar con otro Hércules en el medio del Atlántico, nadie me lo va a creer”, cuenta.
Una vez que lo encontraron, comenzaron a llamarlo en las diferentes frecuencias para ordenarle que cambiara su rumbo: en vez de hacerlo, aumentó la velocidad para dirigirse a la flota británica y, cuando la tripulación recibió la orden, lo atacaron en dos pasajes. Luego, quedaron a la espera para orientar a una escuadrilla de Canberras, quienes finalizarían el ataque.
Fuente Infobae-