“De mi barrio con Amor” Parte II
Arte Callejero, grotesco, divertido y provocador
Siguiendo con la recorrida por esta exposición de arte en vivo y al aire libre que ha sido y es mi barrio, quiero presentarles a un artista callejero.
Un personaje que ni Alberto Vaccarezza imaginó jamás, desplegando un arte tan provocador que ni el mismo León Ferrari, con sus 10.000 obras, se hubiese atrevido a pintar. Vivía en el Numero 0 de la calle Genova, justo frente a la fábrica de soga. José Bernardino Di Benedetto, “Palomo”, el lechero del barrio.
Seria muy divertido referirme a la leyenda de sus historias amorosas, que bien parecen una picaresca comedia italiana al mejor estilo de Lando Buzzanca -Homo Eroticus.
Por prudencia y discreción, no lo hare. Sino a un hecho de características artísticas como indica el enunciado inicial.
Tiempo y espacio. Década del 60. Corsos en la calle Rivadavia, de Escobar.
¡Esta noche me disfrazo! – anunciaba “Palomo” desde su carro lechero mientras hacia el reparto matinal. Este anuncio implicaba una invitación al corso, algo que ninguno pensaba desestimar.
El preanuncio de que seria una noche excepcional fue la presencia de “Ciampriello”, un italiano vecino de la localidad de Matheu, que llegó en una bicicleta convertida en avión, con una estructura de cañas toda forrada con papel higiénico.
Los aplausos dieron lugar a una carcajada general cuando al pasar frente al Bar America, unos vagos le acercaron un encendedor a la cola del avión y comenzó a incendiarse.
Al ver el fuego, “El aviador” pretendió escapar pedaleando más rápido y mientras la gente reía, “el avión” se consumió totalmente. Detrás paso “El limonero” quien de la curda que tenia ni se entero que era un corso. Vio gente y entro, intentando vender su mercadería.
Un sonar de bombos y redoblantes anunciaba la llegada de “Los Mimosos de Carupá”, una pintoresca comparsa que todos los años desfilaba en los corsos de la zona.Clows, malabaristas, lanzallamas, fakires y “musculosas vedettes” con atractivos trajes adornados con plumas y lentejuelas, eran una atracción muy especial.
Un instante de respetuoso silencio fue el paso de “El Viejo Gibon” (el comisario del corso), lo habían distinguido con ese cargo por ser un ex combatiente de la guerra del Paraguay (Al menos es lo que se decía, cosa que nadie objetaba, se aplaudía y ya.)
Su paso era a caballo, con uniforme de reservista del ejército argentino, erguido y cubierto de medallas. Hoy una calle de Escobar lleva su nombre.
Rompiendo el respetuoso silencio que el paso de Gibon había provocado, el aullido de un malón de indios atronó el corso, era “La indiada de Machengo”, (un personaje realmente divertido y querido por todos) desfilaba con toda la barra de “Los Burgos”, infaltables en cada carnaval.
Pintados con corchos quemados, adornados con plumas de gallinas y con taparrabos hechos con bolsas de arpillera o con lo que encontraran a mano, parecían escapados de la conquista del desierto. Indudablemente fue una noche excepcional.
Antes de describir el acto que “Palomo” protagonizó a lo largo de la calle Rivadavia, quiero destacar que he visto muchos espectáculos de teatro, miles de cortometrajes y películas, actuaciones de profesionales, aficionados y artistas under y que nunca vi a alguien que en una breve y única actuación, despertara tantas sensaciones encontradas, tantas reacciones espontáneas y quedara grabada para siempre en la memoria de todos los presentes.
A las 23 hs. Aproximadamente, apareció “Palomo” vestido de croto y simulando una especie de borrachera, cosa que no llamo demasiado la atención ya que los borrachos eran cosa corriente en los corsos…
En su mano izquierda traía algo llamativo.
Al acercarse, descubrimos que era una pélela enlozada.
Lo que despertó el griterío fue ver que estaba llena de un liquido amarillento y que en su interior algo flotaba (era cerveza en la que había introducido unos chorizos colorados asados y que daban una impresión escatológica)
“Palomo” metía la mano en el liquido, sacaba “eso” que flotaba, lo mordía e invitaba a comer a la gente mientras se acercaba al cordón de la vereda.
Frente a las carcajadas y aplausos de los muchachos, las mujeres retrocedían por la repugnancia que esto les generaba.
“Palomo” iba de vereda a vereda masticando “eso” que tanto asco producía y los insultos y aplausos se mezclaban junto a los gritos de ¡Grande Bernardino¡ o ¡Saquen a ese asqueroso de acá! Esa noche se gano todos los títulos:
Genio, loco, sucio, asqueroso, repugnante, fenómeno, campeón del mundo, y un millón de vivas y puteadas a lo largo de la calle Rivadavia.
A pesar del tiempo transcurrido, aquellas sensaciones que experimentamos los allí presentes se mantienen intactas, un indicador inequívoco que fuimos testigos de “una obra de arte callejero, grotesco, divertido y provocador” insuperable.
Hasta la próxima…Juan Carlos Villalba